El mensaje estaba acompañado de un archivo adjunto. Alejandro dudó un instante, pero luego, con una mezcla de desesperación y necesidad de enfrentarse a lo que venía, tocó el archivo.Las imágenes comenzaron a cargarse en la pantalla: fotos y videos, que se desplegaron ante él como una pesadilla. Los rostros de sus padres, Paco y Milena, falsificando documentos en su oficina. Luego, otro video, más reciente, de él, hablando con varias mujeres en la oficina, la misma oficina que ahora veía desde su asiento con Luciana. Eran imágenes que no quería ver, que había intentado borrar de su memoria durante años. Y aún más, en el último clip, una conversación en la que él, sin darse cuenta, revelaba detalles privados de su negocio, de sus decisiones, que jamás había tenido intención de que alguien supiera.El último mensaje de Ernesto fue el más cruel de todos: “Esto es solo un recordatorio. Lo que tengo está lejos de ser todo. Si no haces lo que te pido, todo será revelado a todos. No hay vue
Luciana lo observó, sorprendida por la dulzura y sinceridad en sus palabras. Aunque habían terminado mal, en este momento, Diego no parecía ser el hombre del pasado que la había dejado, sino alguien que realmente quería apoyarla.— Por cierto... —agregó, esbozando una sonrisa ligera—. Te ves increíble, ya son las 4 de la tarde Siempre lo has sido, pero ahora... hay algo diferente en ti. Más fuerte.Luciana intentó sonreír, pero la tristeza todavía la envolvía. Apretó el teléfono en su mano, pensando en pedir ese taxi, en escapar de todo, pero Diego no le dio tiempo.— Mi auto está a unas cuadras. Déjame llevarte a casa. No puedes quedarte aquí sola, no en este estado.Luciana negó con la cabeza, limpiándose las lágrimas. La idea de regresar a su hogar, al mismo lugar donde había estado con Alejandro hacía apenas unas horas, era insoportable.— No... no iré a casa. —dijo con voz débil—. Voy a pagar un hotel por esta noche. Necesito estar sola.Diego frunció el ceño y sacudió la cabeza
— No te preocupes por nada esta tarde y ya casi será de noche falta poco, pero por esta noche, no te aflijas —susurró Diego—. Mañana será otro día. Y entonces, todo será más claro.Luciana solo pudo asentir, porque en ese momento, lo único que quería era olvidarse de todo lo que había sucedido y dejarse llevar por el silencio que Diego le ofrecía.Sin embargo, en lo más profundo de su ser, sabía que la tormenta no había pasado. Alejandro seguía allí, en algún lugar de su corazón, y la verdad no podía ser ignorada para siempre.Luciana se separó suavemente del abrazo de Diego, con sus ojos llenos de una tristeza profunda que parecía consumirla desde dentro. Las palabras estaban en la punta de su lengua, una mezcla de frustración y dolor que había llevado guardando desde hacía años. El silencio entre ambos fue pesado por un momento, mientras los recuerdos del pasado se deslizaban entre ellos como sombras.— ¿Sabes, Diego? —dijo finalmente, con la voz quebrada—. Ni contigo funcionó el am
Luciana se quedó callada. Parte de ella quería apartarse, quería poner distancia entre ellos. Pero otra parte, una parte que no podía negar, la mantenía allí, en ese lugar peligroso, atrapada en una mezcla de deseo y confusión.— No sé lo que estoy sintiendo ahora… —confesó, sus palabras saliendo entre suspiros—. Esto… esto me está confundiendo, Diego.Él le acarició el rostro, suavemente esta vez, como si la estuviera consolando. Su toque era tierno, pero aún así cargado de esa pasión reprimida que había explotado entre ellos momentos antes.— No tienes que decidir nada ahora, sé que disfrutaste el beso. —le susurró—. Pero quiero que sepas algo, Luciana. Si alguna vez decides dejar todo esto atrás, si te das cuenta de que Alejandro no es el hombre para ti… yo estaré aquí. Siempre lo estuve. Siempre lo estaré.Luciana cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. Pero el eco de ese beso seguía presente, junto con la certeza de que algo entre ellos había
—Espero que esta habitación te guste. —dijo Diego con una leve sonrisa—. Es una de las mejores de la casa. Quiero que estés cómoda.Luciana asintió, impresionada, pero al mismo tiempo abrumada por todo lo que estaba sucediendo.—Gracias, Diego. —murmuró—. De verdad, gracias por todo esto.Diego la miró por un segundo más antes de dar un paso atrás.—Buenas noches, Luciana. —dijo, con una voz suave y amable—. Descansa, te hace falta.—Buenas noches. —respondió ella, mirando cómo la puerta se cerraba lentamente.El clic de la puerta al cerrarse resonó en el silencio de la habitación, y Luciana se dejó caer sobre la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su piel. Pero justo cuando su cuerpo comenzó a relajarse, su celular vibró en la mesa de noche.Lo tomó, viendo el nombre de Alejandro en la pantalla. Su corazón se aceleró."Amor, perdóname. Lo que viste fue el pasado. Videos viejos. Perdón. Vuelve a casa, no quiero rastrearte para saber dónde estás, prefiero que me lo digas tú
Tomó una respiración profunda, sus dedos vacilando sobre el teclado. Sabía que no podía seguir así, guardando silencio sobre lo que sentía. No más juegos. No más mentiras."Estoy bien, Alejandro... es solo que esto es un caos. Creo que todos estos problemas que tenemos, la empresa, todo eso me está afectando, nos están destruyendo a ambos. Y quien más sabe si ese periodista, Ernesto Figueroa, tiene más cosas de ti que yo no sé. ¿Qué pasa si él sabe más de lo que crees? ¿Y si esa información me lastima? Quizá ese sea mi punto débil."Luciana suspiró al terminar el mensaje, sintiendo un nudo en el estómago. Era la primera vez que expresaba tan abiertamente sus dudas. Estaba tan cansada de todo, de los secretos, de los engaños. Pero no podía ignorar el hecho de que algo no estaba bien, y su instinto le decía que había más de lo que Alejandro estaba dispuesto a contarle.El teléfono vibró en su mano casi al instante. El nombre de Alejandro apareció en la pantalla. "Luciana…" Solo decía es
Al llegar al comedor, la imagen que se desplegó frente a ella la dejó petrificada. Alejandro estaba sentado al otro lado de la mesa, con su porte impecable y una mirada que oscilaba entre la furia contenida y el alivio. Diego, a su lado, parecía tranquilo, aunque sus ojos reflejaban cierta tensión, como si supiera que la presencia de Alejandro no prometía nada bueno.Luciana dio un paso atrás, su instinto gritándole que escapara. Pero antes de que pudiera girarse, la voz grave de Alejandro la detuvo en seco.—¿Por qué huyes, Luciana? —preguntó con un tono suave, pero cargado de reproche. Su mirada la atravesaba, intensa y penetrante.Luciana tragó saliva, sin atreverse a responder, pero Alejandro no le dio tiempo para escapar. Se levantó de la silla con calma, su figura dominando el espacio mientras sus ojos seguían clavados en ella.—Qué bueno que aún tienes tu collar de perlas —continuó, su tono cargado de un sarcasmo apenas perceptible—. Por eso pude rastrearte.El aire en la sala
—Confío en que quedarás impresionada, cariño —respondió Alejandro con una sonrisa ladeada, manteniendo los ojos en la carretera.Luciana comenzó a sacar las prendas cuidadosamente dobladas. Todo estaba impecable: vestidos ligeros, conjuntos cómodos para el día, ropa formal para la noche, e incluso sus pijamas favoritas. Sus cejas se alzaron al notar que cada prenda reflejaba exactamente su estilo y preferencias. Pero lo que realmente llamó su atención fue un pequeño conjunto de lencería exquisita, color vino tinto, escondido discretamente en una esquina de la maleta.Ella lo levantó con cuidado, dejando que la delicada tela de encaje se deslizara entre sus dedos, y luego lo miró de reojo, una chispa de diversión brillando en sus ojos.—Vaya, Alejandro... parece que planeas complacerme más de lo que pensaba.Alejandro soltó una ligera carcajada, sin apartar la vista del camino.—Por supuesto. Un hombre inteligente siempre está preparado para cualquier ocasión.Luciana negó con la cabez