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LIBRO I: Capítulo 7 - La habitación

La rutina del general aburría a Patria, pero por ahora era lo único que tenía para sobrevivir en un país que no era el suyo. Afortunadamente cada día ella seguía sanando y una semana después ya podría moverse con facilidad por la habitación aunque no le servía de mucho, sólo había cuatro paredes, el baño, el sofá y la cama.

Todos los días era lo mismo, despertar a la misma hora que lo hacía el general, escuchar como hacía ejercicio en su habitación y una hora después, él entraba a su habitación para dejarle el plato de avena sobre la cajonera al lado de la puerta y repetirle las reglas. Cerraba la puerta con llave y la dejaba sola todo el día hasta las seis o siete de la noche, donde regresaba con algo de cenar para ella, una mezcla de verduras congeladas con pollo desherbado que no sabía absolutamente a nada. Finalmente él regresaba por el plato y la dejaba sola para que durmiera y así día a día sin haber ningún cambio.

Patria pasaba mucho tiempo viendo hacia la ventana, con las cortinas cerradas imaginándose lo que había afuera. De vez en cuando escuchaba la patrulla de vigilancia pasando frente a la casa y veía las luces rojas y azules parpadear. Cuando pasaba eso ella aguantaba la respiración porque por alguna razón tenía el presentimiento que la podían escuchar respirar. Las patrullas se quedaban unos minutos sobre la avenida y se iban, haciendo que ella respirara de nuevo tranquila y luego se ponía de pie para abrir y cerrar los cajones de la cajonera, aunque en realidad no había nada simplemente era manía.

Sin embargo, ella comenzó a adaptarse y empezó a memorizar la rutina no sólo de su cuidador si no de la calle. Para su fortuna tenía un reloj sobre la pared de la habitación y comenzó a memorizar las horas de patrullaje, de salidas, entradas e incluso cuando la luz de vecino se encendía. Así se animó a moverse más, sabía que entre las nueve y las trece horas no había peligro porque todos salían de sus casas a trabajar y ella se quedaba completamente sola. Aprendió que la patrulla pasaba a las diez de la mañana, doce, dos, cuatro, seis de la tarde y así cada dos horas durante el resto del día y por las noches, justo después del corte de luz una patrulla se quedaba justo en frente de la casa. Por lo que, al saber la rutina, se atrevió a mas era momento de mirar por la ventana.

El patrullaje de las diez justo acababa de pasar, cuando ella se acercó un poco temerosa hacia la pequeña ventana. Deslizó la cortina con la punta de sus dedos y logró abrir un pequeño hueco donde sólo sus ojos tenían acceso. Con toda la curiosidad que la caracterizaba observó cada detalle de lo que había afuera.

Patria se encontraba en un lugar en los suburbios, con casas perfectas con grandes jardines y piscinas. La casa del general en la parte de atrás tenía una pequeña carpa que le llamó la atención, una piscina completamente vacía y un jardín maltratado que era evidente que él no le prestaba importancia. Se fijó en los límites de su terreno, la casa del vecino de la luz estaba separada de la suya por otro terreno cuya casa estaba deshabitada, por lo que no entendía cómo es que la luz la alumbraba por las noches, debía tener algún tipo de luz de vigilancia.

Abrió un poco más para ver si podía ver la casa del otro lado, pero le fue imposible, necesitaba subirse a una silla para poder hacerlo y era demasiado arriesgado. Sin embargo, lo que más le gustó de todo lo que vió fueron las montañas, esa frontera tan marcada entre Mur y Bor que se distinguía a lo lejos; de pronto extrañó su hogar al ver las verdes colinas de Bor.

Por un momento se quedó en silencio recorriendo con su mirada el gran muro que habían puesto, imaginándose que escapaba y corría hacia allá para atravesar a su país, pero le era imposible, la frontera evidentemente le quedaba muy lejos de ahí y sólo por la altura se le permitía verla. Patria soñó despierta, vio a su familia en el jardín, recolectando los plátanos del platanal, caminando sobre el césped descalza mientras recolectaba los huevos de las gallinas que tenían, regando las flores y cuidando el invernadero. Soñó con su padre atendiendo a los clientes y a su madre moliendo en el pequeño mortero las plantas y flores, y no pudo evitar derramar unas lágrimas. Extrañaba el aire puro, el poder caminar, los viajes de la frontera hacia su casa en ese camión lleno de personas que regresaban al igual que ella y le hacían plática.

¡Boom!

Se escuchó de pronto haciendo que ella cerrara la cortina de tajo asustada yéndose hasta el fondo de la habitación y quedándose quieta.

¡Boom!

Se escuchó de nuevo haciendo que su corazón se acelerara, qué cerrara los ojos y su cuerpo reaccionara en estado de alerta.

Patria asustada corrió al baño de la habitación y miró por la pequeña ventana para ver qué sucedía. En eso vio humo y fuego a lo lejos, justo donde su mirada estaba fija momentos atrás.

¡Boom!

Escuchó una vez más pero esta vez no se alejó, se quedó mirando cómo salía el humo, el polvo y de nuevo el fuego, ese que por la hora no se veía muy claro por el sol.

«¿Qué era lo que estaba pasando?, ¿había conflicto en la frontera?,¿qué día era?», todas las preguntas le golpearon la mente cuando de pronto escuchó una alarma que la aterró.

¡Se le pide todos los ciudadanos que se quedan en sus casas, que no salgan hasta que nuevo aviso.., sólo se permite la presencia militar.

Escuchó una voz afuera. Ella seguía viendo lo que pasaba mediante la reducida ventana pero después de un tiempo dejó de hacerlo, no sólo porque la patrulla de vigilancia estaba por pasar, si no porque sólo veía humo y fuego. Le dolió ver cómo los pastos verdes de Bor se quemaban y no pudo dejar de pensar en sus padres,¿qué sería de ellos?, y la pregunta más importante, ¿estarían vivos?

Así, pasaron las horas. Los alrededores se encontraban en silencio, las luces de todas las casas permanecían apagadas por lo que Patria no sabía si estaba sola o acompañada de los vecinos. De vez en cuando se escuchaba una explosión a lo lejos, pero se abstuvo de observar, ya sabía que pasaba, el ruido ya no le asustaba.

La puerta de su habitación de abrió y ella rápidamente se puso de pie para cubrirse con la enorme camisa que llevaba como ropa y así recibir al general que entraba a verla como todas las noches.

―¿Qué es lo que está pasando?― Preguntó angustiada― hay explosiones desde la mañana.

―Lo sé― contestó él tranquilo mientras traía una bolsa de plástico negra.

―¿Qué pasa?, ¿por qué no me dice nada?, creo que tengo derecho a saber dónde estoy y qué día es, sólo dígame.

Ioan se quedó en silencio mientras observaba el rostro de Patria con la poca luz que provenía de la ventana. La mirada desafiante de la mujer lo hizo por un momento estremecer y entender que si no le daba respuestas pronto ella las conseguiría y lo que menos quería en este momento eran problemas.

―Llevas encerrada aquí ya dos semanas―dijo sin mas―las fronteras están completamente cerradas, no hay paso ni para Bor ni para Mur. Estás en una de las zonas mas exclusivas de la ciudad lejos de la frontera, a unas horas en auto, rodeado principalmente de trabajadores de la DETT y sus familias.

―¿Qué?―Preguntó ella confundía ya que la frontera se veía bastante cerca desde su habitación y no sabía que se encontraba en la boca del lobo.

―Bor por la mañana atacó la frontera por el lado de las colinas, eso significan las explosiones, pero no te preocupes, estás a salvo aquí.

«¡A salvo!, ¡a salvo!, ¿cómo se supone que estaría a salvo si se encontraba en casa de su captor?, justo rodeada por el departamento que la buscaba», pensó Patria. Ioan le entregó la bolsa que traía entre las manos y ella la tomó enseguida.

―Calculé su talla, esta es ropa que compré en el bazar de segunda mano que se pone en las instalaciones de la DETT, no es mucho pero espero le sirva, las boutiques están cerradas― habló muy propio.

―Gracias― murmuró Patria.

―Pensé que se sentía incómoda con la camisa y con la misma ropa interior todo el día.

Patria al escuchar lo último se sonrojó, si tan sólo el capitán supiese que ella lavaba la ropa interior todas las mañanas con el jabón del baño y la dejaba secar durante el día para que siempre esté limpia pero, claro, a él no le importaba y ella no se lo diría.

―Gracias.

―Adentro también viene un paquete de bragas y…― entonces Ioan se sonrojo por un momento y simplemente se limpió la garganta― iré a hacer de cenar.

―General― habló Patria un poco más animada.

Ioan volteó de inmediato, sus ojos azules destellaron por un momento. Patria se acercó a él y estiró la mano.

―Le agradezco por su hospitalidad y por todo lo que ha hecho por mí, de verdad no sé cómo agradecérselo.

―Siguiendo las reglas― contestó él.

―Sí lo sé pero,―pasó saliva―estaba pensando que podía hacer más. Miré, puedo limpiar la casa, hacer de comer, ayudarle un poco más.

―No, no puedes.

―Claro que puedo, le confieso que me aburro mucho dentro de la habitación y no es necesario que me encierre bajo llave, créame si quisiera escaparme ya lo hubiese hecho hace tiempo atrás cuando mis costillas se recuperaron y usted un día olvidó cerrar la puerta con llave.

Ioan abrió los ojos al escuchar esa última frase, ¡¿Cómo era posible que hubiese olvidado ese detalle?!, sobre todo ahora que se encuentra todo bajo vigilancia de la DETT.

―No lo veo apropiado, te quedarás dentro de la habitación hasta que esto haya terminado.

―¿Pero?, ¿cuándo terminará?―Preguntó― no me puede mantener aquí, no tengo papeles, no tengo nada que me identifique, no soy tan tonta como para escaparme así y caminar más de seis horas hasta la frontera, afuera no sobreviviría ni un segundo ― respiró profundo― llevo más de seis años trabajando en Mur, sé las reglas, sé mis límites, sé todo lo que ustedes me han impuesto por años, ¿tanta desconfianza me tiene?

Ioan se quedó en silencio mientras veía cómo Patria le rogaba. Sus ojos desafiantes le hipnotizaba, lo ponían bajo un hechizo que no sabía como sacarse de la mente. Tenía razón John, los yerbateros eran bastante persuasivos, se decía qué era gracias al increíble manejo que tenían de las hiervas y la herbolaria.

―Señorita.

―Por favor― pidió Patria en un último intento por porque él se apiadara.

―Iré por su cena― murmuró y sin decir más se dio la vuelta y salió por la puerta cerrándola bajo llave.

Patria en seguida frunció un poco el ceño y se hecho a llorar, no sabía porqué lo hacía, tal vez la desesperación, el aburrimiento y la nostalgia se estaban apoderando de ella. Estaba prisionera, se iba a quedar ahí hasta que la guerra o lo que estuviese pasando terminara, sin saber de su familia ni de nadie de sus seres queridos. El general la había salvado para mantenerla como prisionera, que al final de cuentas era lo mismo que dejarla tirada en medio de todo a morir.

Ella se acercó a la puerta con lágrimas en los ojos y empezó a tocar sobre la madera― Juro que no haré nada, por favor, se lo pido― rogó pero no hubo respuesta de Ioan porque tal vez se encontraba lejos de ahí ignorándola como siempre.

Esa noche Patria no cenó, algo muy raro en ella porque siempre lo hacía para tomar fuerzas y sentirse mucho mejor. Ioan regresó momentos después con la misma cena insípida de chícharos, zanahorias y elote congelados y ese pollo desherbado que siempre le servía. Lo dejó ahí, no tenía ganas de probarlo, no se le antojaba o más bien ya le daba igual. Cuando fue el corte de luz de las doce se quedó sentada en el pequeño sofá que tenía dentro de la habitación mirando atenta hacia la ventana, imaginando lo que sería poder saltar desde ahí, volar y llegar a Bor en segundos, entrar por la puerta del jardín y ver a sus padres en la cocina con olor a pan. Quería abrazarlos y decirles que ya estaba de regreso que jamás regresaría Mur, que todo estaría bien.

Sin darse cuenta, se quedó dormida, apoyando la cabeza sobre el brazo y con los pies en posición fetal. Había llorado parte de la noche recordando todo lo que había perdido y pensado que tal vez nunca lo volvería a ver. Así, con el primer rayo del sol abrió lentamente los ojos al sentir el calor. No sabía qué día era, ni mucho menos el mes, pero como siempre la rutina del general fue su despertador.

―Las siete en punto, no me extraña― murmuró mientras se estiraba un poco y movía el cuello de lado a lado para poder relajarlo.

Se puso de pie, fue al baño, se vio el rostro demacrado frente al espejo y después se echó agua para animarlo un poco.

«Un día mas, un día menos», pensó desanimada cuando repentinamente la puerta de su habitación se abrió como todas las mañanas.

―¡Estoy en el baño, no pase por favor!― Habló en voz alta pero esta vez se le hizo raro no escuchar el ruido del plato de avena sobre el mueble.

Con cuidado, Patria salió para ver la puerta aún abierta de su habitación ―¿Ioan?― Murmuró para después caminar hacia ella y volver a repetir en el pasillo―¿Ioan?, ¿está usted aquí?

La casa permaneció en silencio, no hubo respuesta de nadie, ni siquiera el típico “hmmm” que siempre hacia cuándo no estaba de acuerdo. Patria puso un pie fuera de la habitación y caminó hacia el principio de las escaleras.

―¿Ioan?― Volvió a preguntar pero no hubo respuesta.

Patria estaba sola pero libre, le había dejado la puerta abierta.

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