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LIBRO I: Capítulo 8 - La biblioteca

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La casa del General Ioan era bastante amplia y extremadamente blanca, tenía todas las paredes, el pasamanos de la escalera, el azulejo del piso y las alfombras de ese color, haciendo que la luz del sol se reflejara por todas partes y el lugar se viera increíblemente iluminado. Patria pensó que tal vez el general no había cambiado el color de la casa cuando se la entregaron recién construida o que tal vez era su color favorito. También llegó a pensar que tal vez era una estrategia, ya que así era fácil saber si alguien se había metido su casa dejando huellas que lo pudieran delatar y con lo paranoico que era el General seguro esa esa la opción.

―¿General?― Volvió a murmurar y al no escuchar respuesta regresó hacia su habitación, cerró la puerta y con una sonrisa en los labios fue hacia la bolsa negra que le había traído la noche anterior y con emoción vació el contenido sobre la cama.

Las telas de colores comenzaron a caer y por último el paquete de ropa interior que le hizo sonreír. Patria, después de hacer el paquete al lado, tomó una tela de color verde olivo y al extenderla se reveló un hermoso vestido tipo gabardina de manga larga que le fascinó de inmediato, fue hacia el baño y se lo midió frente al espejo y supo que este día lo usaría para estrenarlo.

Después regresó, vio las otras piezas de ropa bastante colorida, para los tiempos que se avecinaban, y se fijó que no sólo eran vestidos, si no faldas, blusas, pantalones de mezclilla de color azul un poco deslavados y uno que otro suéter. No cabía duda que el General había pensando en ella y por un minuto se sonrojó tan solo de imaginarlo pensando en cómo se vería con dicho conjunto de ropa y comprándolo.

Patria acomodó todo en las cajoneras vacías, colgó los vestidos y los suéteres en el armario, y después se metió a dar una larga ducha, como solía hacerlo todos los días pero esta vez con mucho más ánimo que el acostumbrado. Cuando salió, se puso el vestido, percatándose que le quedaba un poco grande y que debía arreglarlo. También se dio cuenta de que al general se la habían olvidado los zapatos, por lo que supo que por ahora su única solución sería andar descalza por la casa.

Así, con ropa nueva, un poco de libertad en su encierro y la curiosidad que la caracterizaba, Patria volvió a abrir la puerta esta vez un poco más segura y salió de ahí con los pies descalzos y luciendo ese vestido verde olivo que resaltaba sus ojos. Caminó por el pasillo del nivel de arriba y con cuidado giró las perillas de las otras puertas que se encontraban al lado de ella. Sorprendentemente la primera cedió y abrió una habitación que parecía un estudio, con una mesa sencilla de madera, una silla cómoda de piel y varios reconocimientos sobre la pared. Quiso entrar pero no se atrevió, era demasiado arriesgado porque tal vez podría activar algún tipo de alarma y llamar así la atención de la patrulla que estaba a punto de pasar en su primer rondín.

La segunda, que supuso era la habitación de Ioan, no cedió así que no insistió más y se concentró en investigar el piso de abajo que era el que le daba más seguridad. Paso a paso bajó las blancas escaleras, se aseguró de que no hubiera ventanas abiertas a su alrededor que le pudieran ver y cuándo estuvo segura de que estaba protegida, se aventuró a recorrerlo.

El nivel de abajo estaba increíblemente espacioso e iluminado. El General tenía dos enormes ventanales que daban hacia el jardín que ella veía desde arriba, y que le daban un aspecto bastante tranquilo a la casa. Se fijó que el muro del jardín era lo suficientemente alto para cubrir por completo lo que pasaba dentro así que supo qué, excepto que el vecino escalara el muro, ella podía caminar libremente con las cortinas abiertas.

Lo primero que hizo fue ir hacia la cocina, una tan amplia y bien equipada que se encontraba inexplicablemente limpia, sin un plato, tenedor o refractario fuera de lugar. Las encimeras tipo mármol, el lavaplatos y la superficie de la mesa de la cocina brillaban de tanto haberlas limpiado y cuando se acercó al refrigerador esbozó una leve mueca al ver las múltiples cajas de avena encima. Al abrirlo no tenía más que un litro de leche de vaca y un refractario con chícharos y zanahorias picadas en cuadritos.

―¿Ni siquiera una cerveza?― murmuró.

Patria sacó el envase del litro de leche de vaca, lo abrió y con toda precaución le dio un sorbo provocando que después corriera hacia el lavaplatos para escupirla, sabía verdaderamente horrible, no entendía porqué la gente tomaba eso.

―Es mentira lo que me decían mis alumnos, la leche de vaca no sabe tan rica― murmuró.

No era que Patria fuera pesada con respecto al tema de la comida sino que, gracias a todos los problemas que hubo con los víveres entre Bor y Mur prácticamente su país tenía una dieta basada en verduras, semillas, granos y leche vegetal que ellos hacían, pocas veces lograban comer carne y pollo pero al parecer eso era algo que el General aún no comprendía y que ella no había podido decir cada vez que le llevaba pollo con verduras de cenar.

Después de limpiar el desastre de la leche, optó por salir de ahí y recorrer el resto de la casa disfrutando un poco de la libertad que él le había dado. Fue hacia el comedor, uno para doce personas que era evidente que él jamás utilizaba, y recorrió una silla para sentarse. Sintió la suave piel del asiento, tocó con la punta de sus dedos la mesa de madera y luego sonrío imaginándose en una cena elegante sentada en ese lugar, viendo la luna a través del enorme ventanal que daba al jardín y por un momento tuvo ganas de abrir la puerta trasera y salir para sentir el pasto con los pies descalzos.

―De verdad que eres un hombre simple― habló en voz baja mientras observaba la nula decoración del área del comedor y por ende del resto de la casa.

Después se levantó y se animó a pasar a la siguiente habitación: la sala de la casa. Patria se sorprendió al ver que no sólo se encontraba increíblemente limpia si no que había algunas fotografías que decoraban el lugar. Con más confianza se sentó en el sofá próximo a la ventana y tomó la fotografía de un niño con un casco de astronauta y una nave espacial, al parecer Ioan quería llegar a las estrellas y recordó las clases de astronomía que les daba su papá a su hermano y a ella cuando subían al techo de la casa con el telescopio que había sido heredado por generaciones.

Dejó la fotografía en su lugar, lo más parecido a como estaba y se puso de pie para seguir explorando esa sala que se le hacía infinita ya que, al no tener puertas que separaran un área de la otra, se veía todo como una enorme habitación.

Con sus dedos, toco la suavidad de las cortinas, la tela de los sofás, las repisas semi vacías y el mueble de la esquina lleno de cajones que se atrevió a abrir para descubrir un álbum de fotografías, discos de vinilo perfectamente guardados en sus fundas, mantas que al parecer eran útiles en el invierno, uno que otro papel que no quiso leer y finalmente en el último cajón, donde para su sorpresa, encontró un arma y lo cerró de inmediato como si hubiese cometido un crimen.

Patria, jamás en su vida había visto una y se sentía tan vulnerable ante lo que posiblemente el general pudiese esconder que optó por no abrir más cajones y continuar simplemente observando a su alrededor. Así que se puso de pie, acomodó los cajones para que no se viera que los había abierto y siguió su camino hasta toparse con la única puerta que había en el lugar.

Ésta estaba compuesta de dos mitades por lo que supo, que al abrirla, ampliarían un poco más el cuarto haciéndolo aún más grande. Por un momento se quedó pensando en abrirlas o no ya que no sabía qué encontraría del otro lado. Ella imaginó que tal vez sería un gimnasio o el cuarto de seguridad de la casa. Sus opciones iban acorde al perfil de Ioan.

Sin embargo, cual fue su sorpresa que al abrir encontró una habitación bastante grande con dos enormes libreros de piso a techo llenos de libros, más ventanales para que les entrara la luz del jardín, una pequeña sala que parecía exclusivamente para leer y un asiento de ventana. Sonrió al ver que a través de una de las ventanas se podía ver lo que se encontraba de bajo de la carpa, esa que había visto ayer por la mañana, era un pequeño invernadero que de inmediato la transportó a Bor.

Caminó alrededor de la habitación, con sus dedos acarició los lomos de cada uno de los libros que había ahí y no le extrañó al ver que estaban perfectamente ordenados por autor y en orden alfabético, luego por ediciones y que los más antiguos estaban en tan buen estado que podría pasar como nuevos. Ahí, Patria, descubrió que al General le gustaba leer y que posiblemente cuando no lo escuchaba por la noche era porque se la pasaba encerrado en este lugar leyendo y tratando de ignorar la guerra que se combatía afuera.

Sacó un libro de cubierta café y en letras doradas leyó “Oscar Wilde, grandes obras selectas” y al abrirlo leyó “el retrato de Dorian Gray”, lo dejó en su lugar para seguir sacando más y más libros que le recordaron a sus épocas de universidad y otros que jamás había visto. Tocó con sus dedos las hermosas portadas floridas de “Orgullo y Prejuicio”, extendió los mapas que se presentaban en el libro sobre la “Guerra de las Rosas” hasta que sus manos tocaron su libro favorito “La historia de dos ciudades” de Charles Dickens. Patria lo abrió de inmediato y en voz alta leyó las primeras líneas con mucha emoción pero a la vez en un murmuro.

”Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
 (Dickens.C,2018.p 21)

―Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto― escuchó una voz masculina que complementaba el párrafo y al voltear vio al general parado debajo del marco de la puerta viéndola a leer el libro.

Patria lo cerró de inmediato y lo puso en su lugar acomodándolo de la mejor manera posible―lo siento― murmuró asustada mientras bajaba la mirada al suelo alfombrado.

―¿Qué haces aquí?― Preguntó.

―Bueno, yo… me aburrí en la habitación y decidí bajar a explorar, pero prometo que…

―¿Te gusta leer? ― Interrumpió él con esa voz suave pero firme que solía usar con él.

Patria asintió con la cabeza― bastante, solía ser maestra de literatura universal en el bachillerato de Mur (BMur).

―Cierto, recuerdo que eres maestra pero jamás me imaginé que serías de literatura― contestó él y descruzando los brazos sobre su pecho caminó hacia Patria provocando que ella se alejara un poco al ver su altura y la cercanía de su cuerpo.

El general volvió a bajar el libro de la “Historia de las dos ciudades” y lo abrió justo en la página donde ella lo había dejado.

―Este es mi libro favorito, mi madre solía leerlo una y otra vez, al grado que me lo sé de memoria.

―Sí, lo noté― murmuró ella.

―Eres la primera persona que entra a mi biblioteca, ¿sabes? ― habló con más soltura.

―Yo… no sabía― respondió Patria.

― No me gusta que tomen mis libros, los cuido bastante, hay unos aquí que poseen más años de vida que tú y yo.

―Mi intención… ― trató de hablar pero Ioan la interrumpo una vez más.

―Pero, dio la casualidad que justo tomaste mi libro favorito, lo que me hace pensar que sabes el precio de los libros y el poder del conocimiento― y por primera vez en todas las semanas que llevaba con ella él le sonrió levemente.

―”Lee y conducirás, no leas y serás conducido”― recitó Patria su frase favorita de Santa Teresa.

―Jamás pensé que una yerbatera como tú estuviera tan interesada en algo como esto―expresó Ioan.

―Cuando yo pensé que usted no valía la pena como ser humano, resulta ser que tiene una razón para que yo piense que si es así― respondió Patria con esa mirada desafiante que tanto le gustaba a Ioan.

―Creo que me lo merezco, no debí llamarte yerbatera.

―No me afecta, no nos afecta, lo que ustedes ven como un insulto nosotros lo vemos como un orgullo. Somos capaces de crear medicina y recursos de lo que la tierra nos da.

―Ese orgullo de los boreanos, a veces es tan desesperante.

―Así como nosotros detestamos la altanería de los múrenses, siempre creen que lo saben todo pero la verdad tiene menos idea de lo que se imaginan.

―Te gusta desafiar, ¿no es así? ― Le preguntó Ioan mientras acomodaba de nuevo el libro en el librero.

―No, usted saca lo peor de mí.

―¡Guau!, nadie me había dicho eso antes.

―Qué raro, pensé que era una frase común en su día a día.

Hmmmmm, hicieron los dos, él para expresar su molestia, ella para imitarlo lo que provocó que Ioan subiera una ceja y la mirara directo a los ojos.

―Es un hombre muy predecible y rutinario, ahora no es difícil adivinar cuándo hará ese sonido― respondió Patria con astucia.

Ioan, comenzó a negar con la cabeza y volvió a cruzarse de brazos, era evidente que no le gustaba qué Patria le hablara así.

―Puedes estar aquí y leer el tiempo que desees, la biblioteca está alejada por completo de la calle y no hay peligro de que nadie le vea.

―¿Puedo salir también al jardín? ― Preguntó.

―No se aproveche de mis buenas intenciones señorita Patria, la biblioteca y punto…― sentenció y se dio la vuelta para salir de ahí. Patria lo siguió y cuando llegó al enorme comedor se percató que había varias bolsas llenas de víveres. ―Dijo que sabía cocinar y tengo entendido que ustedes no come carne, así que… ―y le mostró con la mano las bolsas.

―¿Puedo cocinar lo que sea? ― Preguntó Patria con una ligera sonrisa.

―He revisado cada alimento que hay en esas bolsas, no creo que haya nada que pueda hacerme daño.

―¿Cree que lo voy a envenenar? ― Bromeó Patria y de inmediato imitó el sonido.

Hmmmmm, hicieron ambos y está vez Patria sonrío.

―Subiré a cambiarme el uniforme, apresúrese debemos dejar todo limpio antes del corte de luz― sentenció y después la dejó sola.

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