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LIBRO I: Capítulo 10 - Incertidumbre

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Patria no sabía cuánto tiempo había pasado si minutos, horas o días, solo el silencio la acompañaba. Debajo de la escalera no se escuchaba absolutamente nada, no había ni siquiera una pequeña ventana que le dejara ver al exterior y que ella pudiese saber cómo se encontraba el mundo de allá afuera. La obscuridad era pesada, la deprimía, la hacia sentir mal y la mareaba, necesitaba aire y lo necesitaba ya. Era la primera vez que ella había pasado encerrada por tanto tiempo.

Sin embargo, como le prometio a Ioan, no salió, no se movió del lugar donde estaba por miedo a que alguien la descubriera. Aún recordaba las detonaciones y los gritos de terror, que había a su alrededor, cuando él la sacó del búnker y la llevó a la casa. Por mucho tiempo se puso a pensar en quienes serían, ¿sus alumnos?, ¿sus compañeros de trabajo? ¿Gente de Bor que cómo ella había quedado atrapada en este lado de la frontera?

Patria ya no entendía la guerra, no entendía la razón, la había leído y estudiado pero no sabía el porqué de la situación. Si por ella fuera la erradicaría completamente de la faz de la tierra, compartiría todo, evitaría el sufrimiento, trataría de llevar todo en paz.

«Esos son pensamientos de desesperación», pensó mientras se quedaba sentada en la pequeña cama que había en el lugar.

Desde hace días atrás Patria no hablaba, sólo pensaba y conversaba con ella misma en su mente, reflexionaba, argumentaba, todo para mantenerse cuerda y no perder la razón. Cuando se sentía sola recitaba su poema favorito “Canto a mí mismo” de Walt Withman.

Yo me celebro y yo me canto,

Y todo cuanto es mío también es tuyo,

Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

Indolente y ocioso convido a mi alma,

Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.

Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,

Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,

Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,

Y espero no cesar hasta mi muerte.*

A pesar de que el poema era largo, Patria lo recitaba una y otra vez hasta llegar a los últimos versos y volver a empezar.

Encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una,

Y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya,

Otras llegarán puntualmente.

Tal vez parecía loca, pero llevaba mucho tiempo encerrada, sin poder moverse ni ver nada, así que sabía que en algún momento esto le estaba pasando factura. Tenía que mantenerse lo suficientemente aguzada para escapar en caso de que lo necesitara o al menos planear una estrategia para no morir de hambre. Pensaba en el caldo de poro y papa del refrigerador que seguro ya estaba echado a perder, en el platanal, en el invernadero, en todo, absolutamente todo.

Limitaba el consumo del agua, las últimas migajas de comida se consumían en sus manos y un día cuando vio que posiblemente quedaría atrapada ahí para siempre y que jamás volvería a ver a su familia, ella cayó en un profundo sueño víctima de la poca energía que quedaba en su cuerpo.

Hoy no Patria, escuchó de nuevo la voz de su hermano Marte.

―¿Marte? ― Murmuró.

Hoy no…, volvió a escuchar y sin poder evitarlo se echó a llorar desesperada al recordar que esas fueron las últimas palabras cuando su hermano yacía agonizando sobre el suelo, al menos eso fue lo que le habían dicho.

―Marte ― Murmuró entre sollozos mientras veía a la obscuridad.

―¡Patria!― Escuchó un grito qué hizo que ella despertara del trance y se enderezara mareándose un poco ―¡Patria!

La puerta del cuarto se abrió de repente e Ioan entró para desmoronarse ante sus pies.

―¡Ioan!― Exclamó mientras que con la poca fuerza lo tomó entre sus brazos y al darle la vuelta se dio cuenta que estaba sumamente herido―¿qué paso?― pregunto preocupada.

―Patria― murmuró― la píldora, Patria.

Ella se puso de pie recostando el cuerpo del general sobre el suelo y salió del cuarto para asegurarse que no hubiese nadie. Todo se encontraba obscuro afuera por lo que supuso que el corte te las doce había llegado.

Patria acomodando sus manos por debajo de las axilas de Ioan. Lo jaló hacia afuera ¡Ahhhhhh!, se escapó de sus labios un grito de dolor.

―Lo siento, lo siento.

―Patria, la píldora.― Le pidió.

―¿Qué tiene?, ¿qué tiene? ― Pregunto desesperada cuándo sus manos tocaron un líquido que en seguida supo que era sangre.

―Patria.

―¿Qué le pasó?, dígame― le pidió ella de nuevo pero Ioan estaba a punto de perder la conciencia.

Ella volvió a levantarse y con todas las fuerzas que le sobraban en el cuerpo jaló a Ioan hasta la sala para después dejarlo a los pies de la escalera.

―Patria, la píldora Patria― le rogaba.

―¿Puede caminar?, no podemos estar aquí― habló desesperada.

―La píldora, la píldora.

―Lo sé, pero aún así no podemos quedarnos aquí, ¿entiende?, tenemos que ir a su habitación, tengo que…

―Patria, vete, déjame, vete…

―No― murmuró ella entre lágrimas.

―Vete, la DETT vendrá en cualquier momento y tu destino será el peor, vete.

―No, no te voy a dejar aquí, ¿entendido?

―Vete, tu destino será peor, mucho dolor, muchas lágrimas…

Patria se puso de pie y volviendo meter las manos pode bajo de las axilas del general para jalarlo escaleras arriba lanzando un grito que le venía del fondo del alma. Escalón por escalón jaló al general hacia arriba, descansando por ratos y escuchando como se quejaba. Ella no supo de dónde había sacado tanta fuerza para moverlo pero al llegar justo en frente de su habitación respiró aliviada.

―¡Llegamos!, ¡llegamos! ― Le consoló.

―Vete de aquí Patria, la DETT, la DETT.

Pero ella hizo oídos sordos a lo que le pedía Ioan, abrió la puerta de la habitación y jalándolo de la misma forma logró meterlo por completo y cerrar la puerta.

―Patria…― Murmuró.

―Lo sé, lo sé, ya falta poco, lo juro… quédese conmigo.

―Patria, vete…― murmuraba ― vete y déjame aquí, no te quedes, sálvate.

―¡Ya cállase!― Exclamó ella enojada mientras con todas sus fuerzas tiraba el colchón sobre el suelo para minutos después subir al general.

Cuando se aseguró de que estuviera cómodo, entró al baño para buscar algo con qué alumbrar la habitación, fácilmente encontró una lámpara de mano que al encenderla alumbró el lugar.

―¿Patria? ― murmuró el general.

―Voy, voy…― le murmuró ella.

Sin embargo, a la hora de alumbrarlo ahogó un grito de terror al ver la cantidad de sangre que había en su ropa.

―¡Dios mío!― no dudó en expresar mientras se acercaba y alumbraba el cuerpo. Se metió el mango de la lámpara a la boca y con los dedos comenzó a quitar el saco del general para ver qué tan grave era el asunto.

―La píldora ― murmuró Ioan y ella se puso de pie para buscar en los cajones de las mesitas de noche y encontrar la famosa píldora que él tanto quería sin embargo, o sería suficiente, ya que la perdida era grande y él se desangraba ante sus ojos.

Patria introdujo la píldora en su boca y él la pasó sin dudarlo―Gracias―murmuró.

―¿Qué pasó?

―Una emboscada, de Bor, una emboscada, me dispararon en el hombro, en las costillas, en…― y se movió quejándose― vete Patria, por eso vine, para decirte que te vayas.

―¿Por qué?

―Horrible final, horrible… necesito saber que no vas a morir.

―Guarde silencio ¿quiere?― Le pidió ella mientras le veía las heridas de las balas y tocaba su piel ardiente por la temperatura―esa píldora no le hará nada.

El general Ioan comenzó a toser y ella se puso de pie para observar mejor la escena. Él tenía razón, tal vez no sobreviviría y ella estaría en peligro si se quedaba más tiempo ahí.

―Vete Patria, vete, sálvate.

Ella comenzó a caminar para atrás y paso a paso se alejó de él mientras no podía parar de llorar ante la horrible escena.

―Vete, no pasa nada, vete.

Patria abrió la puerta de la habitación y con la lámpara de mano bajó las escaleras corriendo para abrir la puerta y alejarse de ahí.

Ioan se quedo respirando pesadamente mientras sentía como su cuerpo se debilitaba más y más. Había manejado hacia la casa con el dolor invadiendo su cuerpo y la sangre empapando sus ropas sólo para poderle abrir a la mujer que llevaban días encerrada en su casa. Ella podía escapar, era inteligente, él era hombre muerto.

Cerró los ojos, lo hizo como último recurso para dejarse ir, sentir la calentura que invadía su cuerpo y sobre todo, el dolor, ese dolor intenso que no le rebaja ni respirar.

«Al menos logré decirle, eso es morir con honor», pensó para si mismo mientras cedía sus últimas fuerzas.

En eso sintió una mano que cubría su rostro y le daba a probar algo que en seguida le supo amargo.

―Coma, coma… le va a ayudar a quitar el dolor.

―¿Patria?― Preguntó mientras hacía un esfuerzo por masticar lo que evidentemente era una planta.

―Coma― le insistió y él sin poder hacer más comió hasta el último bocado que le dio― su píldora está bien, pero no le ayuda en nada y necesito que su cuerpo esté sedado por completo.

―¿Qué? ― Preguntó.

Patria entró corriendo al baño, se lavó las manos lo mejor que pudo y después volvió al lado del general que seguía masticando la planta.

―En unos minutos no sentirá su cuerpo, avísame. Las heridas no son tan graves como parecen.

―¿Qué haces?, vete.

Ella siguió preparando todo, moviéndose por la habitación desesperada, con la lámpara en sus manos y cuando logró juntar todo se acerco.

―Siento esto― le dijo y le pellizco el brazo lo más fuerte que podía.

El general negó con la cabeza, se encontraba un poco más relajado, así que Patria supo que era hora de actuar.

―Si no lo hago, morirá.

―Aún así voy a morir, ¡qué más da!―le respondió.

Patria prendió una vela y después terminó de desvestir al general de la parte de arriba del cuerpo― la Bola de Nieve sirve para adormecer, y está mezclada con ulmaria, se supone que no debería doler pero por si las dudas― entonces ella le puso una cuchara de madera entre los dientes.

Suspiró profundo y antes de empezar habló al aire― Marte, guíame― y así sin dejar pasar más tiempo paso el cuchillo de la cocina por la vela y sin dudar lo metió en la herida del hombro.

Hmmmmmmmm se quejó el general mientras sentía el calor y el movimiento de la cuchilla.

―Ya voy, ya voy, debo encontrar la bala, ya voy ― le consolaba mientras trataba de no llorar.

Ioan se aferró de la punta de su vestido mientras Patria con una increíble habilidad sacaba la bala de la herida.

―Ya, ya… lo logré.― Expresó feliz y después con cuidado comenzó a meter una planta en la cicatriz del hombro y cubrió con una venda.

Hmmm, hmmmmm, se quejaba Ioan.

―Ya casi, esto te ayudará a cicatrizar.

Al terminar, Patria le quitó la cuchara de madera de la boca y él comenzó a quejarse de nuevo.

―Falta la de las costillas, no prometo…

―¡Hazlo!, ¡Hazlo rápido!― le rogó y él como pudo se puso la cuchara de madera entre los dientes.

Patria limpio el cuchillo con alcohol, y volvió a pasarlo por la vela haciendo que este se encendiera un poco, después lo vio a los ojos bajo la leve luz de la lámpara y él tomó un suspiro para después cerrarlos y aferrarse de su vestido.

La maestra de literatura, que la parecer no tenía ni idea de otra cosa que no fueran libros, con una seguridad que se le notaba en los ojos y se le reflejaba en las manos, volvió a insertar el cuchillo levemente en la herida para abrir y después meter los dedos para buscar la bala que para su sorpresa no estaba para nada rota, si no completa. Un leve tintineo se escuchó cuando cayó al lado y cómo lo había hecho la primera vez puso las hiervas dentro de la herida.

Al terminar, le quitó a Ioan la cuchara de entre los dientes y él respiró exhausto. Entre las hiervas, la operación y la calentura comenzaba a quedarse dormido.

―Espera― le pidió ella mientras le daba un poco de agua que enseguida él escupió al sentir lo fuerte que era.

―¿Qué es?

―Té de jengibre, te ayudará a bajar la fiebre, toma, te lo pido.

Sin que tuviera de nuevo la opción él se tomó de un sorbo el agua y después de pasarla toda se quedó viendo a Patria que le iluminaba con la lámpara.

―Vete Patria, ya hiciste mucho― volvió a hablar.

―Duerme, necesitas dormir.

―Si viene la DETT, hay una reja cerca del muro norte de mi casa, cerca del invernadero, tomas la pistola del mueble de abajo―indicó.

Shhhhh, lo tranquilizó ella.

―Vete, no se te ocurra quedarte aquí entiendes, prométeme que te irás sin mirar atrás―Patria dudó por un segundo pero él levantó su mano y tomó la suya llena de sangre y sudor―prométeme.

―Lo prometo― murmuró ella mientras las lágrimas corrían por sus mejillas― duerme, te juro que nadie sabrá que estamos aquí―murmuró y de un soplo ella apagó la vela invitando de nuevo a la obscuridad.

El general cerró los ojos y de nuevo su respiración se volvió tranquila y pacífica. Ella había hecho todo lo posible por ayudarlo, había roto la regla de salir al jardín y entrar al invernadero por las plantas que sabía le ayudarían con el dolor pero no sabía si le salvarían la vida. Entonces así, en la obscuridad de esa habitación, entre el olor a sangre y a sudor, Patria y el general volvieron a reunirse, esta vez sin estar seguros de lo que les deparaba el futuro. 

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