Santos y pecadores

Tessa

—Ninguno de los dos es exactamente un santo. —. Fue una afirmación. Emitió un leve suspiro, rozando con su respiración mi pómulo húmedo y luego se inclinó mordisqueando delicadamente mi mandíbula—, somos personas, no santos. Todos hacemos cosas malas, por buenas razones. —Murmuro —. Todos —. Repitió—. Saber cuáles han sido mis pecados, ¿te permitiría confiar en mí? ¿Podrías perdonarme? —Susurró, estrangulado por el deseo —. ¿O solo me recordarás por ello cuando haya acabado? —No supe que responder y tampoco me dio tiempo a analizar lo que estaba ocurriendo. Era muy fácil bajar la guardia con uno de los Hamilton. Ese par de hombres exudaban sensualidad.

Su cuerpo se inclinó más, cerniéndose sobre mí, persiguiendo mis inhalaciones. Con un toque casi imperceptible, rozó la comisura de mis labios.

No podía percibir nada más que el errático golpeteo de mi corazón, nuestra respiración trabajosa y la tentación que significaban su boca entreabierta y húmeda.

Su mano gravitó hacia mi cu
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