Tessa
Mi abuela siempre me decía que una pequeña decisión tomada en el momento equivocado puede poner tu vida de cabeza. Lo que no me resultaba un problema porque por lo general mi vida era un constante vivir patas arriba.
Sin embargo, el día que recibimos la llamada de un abogado que me buscaba para tirarme por la cabeza los veinticinco mil dólares que Boch, el donante de esperma que me engendró. Comenzó una verdadera pesadilla, de esas que comienzan como un sueño maravilloso y terminan siendo un buen fiasco.
Era más de lo que había tenido todo junto en los diecinueve años de vida que llevaba. El charlatán que llegó con dos cheques bajo el brazo nos dijo que mi papá nos había dejado todo lo que tenía a mi abuela, su madre y a mí. Aunque no era mucho, tampoco compensaba que me hubiese dejado a los dos años al cuidado de mi abuela por unas horas para no volver jamás, pero de todas formas lo tomamos. Necesitábamos la pasta para pagar la renta, comprar comida y los medicamentes. Mi Nona, esperaba que ocupase mi parte del dinero para volver a estudiar.
Ilusa.
Tenía planes muy distintos para ese dinero y allí estábamos, listas para ejecutar aquellos planes en la jodida ciudad de las luces.
—Necesitamos actitud ganadora. —Bianca, recibió el cambio que le entregaba el taxista. —Y más de esto, si es que queremos entrar al club donde nos espera el contacto de Gabriel. —Tiró del escote del vestido rojo que me había prestado hacia abajo para dejar mis senos un poco más expuestos.
—¡Eh! —Me quejé. —No pensé que cuando dijiste que nos íbamos a emperifollar para parecer más grandes, significaba que tenía que pasearme lista para que me pongan a tiro. —Bianca me miró de reojo, al tiempo que caminábamos hasta la larga fila de personas que esperaban a las afueras del club nocturno, solo para entrar probablemente menos de una hora. Lo que me parecía absurdo, de ser por mí hubiese estado tapada hasta las narices.
Algunas chicas que caminaban dando saltitos con sus tacones de quince centímetros delante de nosotras, chillaban ante la expectativa de encontrar algún magnate o famoso que se las llevase a continuar la fiesta a una lujosa suite.
No me gustaba demasiado la idea, mi mejor amiga era un imán para los problemas. Sin embargo si todo salía como planeábamos, obtendría la invitación para la mesa de póker clandestina que esperábamos. Era la llave que necesitaba para desplumar algunos gallos viejos, triplicar mi dinero y con ello comprar la casa que mi Nona se merecía.
Suspiré profundamente, encaminándome tras ella por la orilla de la acera, esquivando a los zorrones que se pavoneaban mostrándose con sus carteras súper lujosas y los vestidos de diseñador que apenas le tapaban los muslos. No es que yo fuera de las más decentes, pero al menos estaba segura de que estaba allí por una buena razón, sacar del agujero de ratas a mi Nona, solo eso valía la pena vestirme todas las noches como un putón si era necesario.
—Tómalo como un papel, como si fueses una actriz a punto de interpretar el papel de su vida. —Agitó las manos en el aire, antes de tomarme por el brazo. Justo cuando un grupo de mujeres pasaban a nuestro lado mirándonos con asco. —Debe parecer que eres una zorra tonta que está buscando atención masculina. Todos saben que la mejor manera de camuflar una e****a es con un buen par de tetas al aire. Eso impide que les llegué el agua al tanque, Ya te lo digo yo, esos te entregan tu madre cuando vean la buena impresión que les deja. —Echó la cabeza hacia atrás riendo como una loca y el grupo que nos acababa de rebasar, lanzaron una risita entre dientes.
—Sí ya veo que planeas que le deje dos buenas impresiones. —Me levanté el escote un poco y tiré el dobladillo del vestido hacia abajo.
Había dos cosas mal con ese modelito que Bianca me colocó a presión y era que parecía un zorrón que buscaba mostrar muslo y senos. Bueno en honor a la verdad, puede que quisiese conseguir la entrada y luego distraer a los demás jugadores un poco, pero eso ya me parecía un exceso.
Si alguno no se había tomado la pastilla, les iba a provocar un infarto.
El vestido rojo, apenas me cubría el trasero y se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel.
—Corrientes. —Mascullo una rubia deslumbrante que parecía una jodida Barbie, mirándonos de reojo.
El resto de su grupo comenzó a reír y apreté los dientes, dando dos pasos adelante.
Si esa siliconada pensaba que iba a reírse de mí y mi amiga no estaba ni tibia.
—Déjalas. —Me dijo Bianca, tomándome del brazo para impedirme que me fuese sobre ellas. —No les hagas caso, tanto botox no las deja pensar. Aunque sabes que me encanta que pongas en su lugar a ese tipo de víboras, no estamos ni vestidas para la ocasión, ni podemos perder tiempo. —Ambas miramos la fila que crecía a cada segundo y ahogamos un gemido. Entrar para hablar con el tal Carter, iba a ser muy complicado y por un instante dude de ella y sus estrategias, cosa que no hacía a menudo.
Bianca era mi mejor amiga desde que éramos niñas, confiaba en ella ciegamente por eso cuando me dijo que podía triplicar los veinticinco mil dólares de la herencia del donante de esperma, en una mesa de póker clandestina, ni lo dude. Ella siempre tenía buenas ideas a la hora de desplumar tipos. Era algo que hacíamos de vez en cuando para sacar unos cuantos dólares extra.
Teníamos ciertos números ensayados desde la universitaria ardiente en apuros que estaba siendo asaltada, hasta una forma para hacernos de comida y tragos gratis solamente porque nos gustaba darnos un lujo de vez en cuando.
También solíamos despeluchar en el póker de vez en cuando a los clientes del bar que atendía su mamá. Éramos una pasada en eso de las cartas. Nos había enseñado uno de los novios de Manddy, la mamá de Bianca y ambas nos considerábamos lo bastante buenas, aunque todos decían que yo tenía un talento natural.
Era momento de ver si realmente era puro talento con unos cuantos pesos pesados de Las Vegas, eso sí lográbamos pasar al bendito club.
Nos quedamos pasmadas viendo como las siliconadas que acababan de burlase de nosotras, se dirigían hacia la entrada y el matón que estaba apostado allí, les levantaba el cordón de terciopelo rojo dejándolas entrar.
La Barbie, nos lanzó una última mirada, con una sonrisita maliciosa en los labios.
Estaba a punto de decir algo, a punto de gritarle unas cuantas verdades cuando lo único que pude decir fue:
—¡Me cago en todo lo que se menea! —Chille cuando una limusina paso sobre un charco de agua, bañándome por completo y dejando el modelito que era nuestra entrada a la gloria, hecho un completo desastre.
Bianca se llevó las manos a la boca horrorizada, justo en el momento en que la puerta del coche se abría. Dos especímenes que bien podían haber salido de unos anuncios de bóxer o algo por el estilo, salieron del vehículo riendo como dos morsas, sin darse por enterados de lo que acababan de hacer.
Mi amiga abrió los ojos de par en par por la sorpresa.
Uno de ellos era rubio, con el cabello oscuro y una mirada risueña, mientras que su acompañante, era moreno. De esos que te cortan la respiración y te inspiran caer en todas las tentaciones.
Sin dudas era uno de esos engreídos que me caían como el culo porque les importaba muy poco el resto de la humanidad. Sin embargo, no podía negar que también eran de esos que te hacían olvidar todos los prejuicios y el pensamiento más puro.
Lo miré con descaro de arriba abajo. La camisa se ajustaba demencialmente a su pecho duro y el abdomen marcado.
Tenía un cuerpo duro, muy duro. Me relamí, antes de volver a mi centro y reprocharme por estar pensando en cosas duras.
Mis ojos se movieron nada discretamente un poco más allá de la pretina de los pantalones súper costosos que llevaba. Santa madre de los bíceps. Aunque de pronto sentí una mirada impertinente sobre mí y con suma cautela, levanté lentamente la vista para encontrarme con don buenorro, mirándome con una sonrisa canalla en los labios.
Además de tener el cabello negro, tenía los ojos azules más intensos que hubiese visto jamás y una sonrisa deslumbrante que me decía que tenía una moral de dudosa procedencia. Justo mi tipo, uno de esos en los que no se puede confiar ni de coña.
Sacudí la cabeza, intentando salir de su hechizo cuando sus preciosos ojos azules se clavaron en los míos.
Se encogió de hombros el muy canalla, sin pedir disculpas o darse por aludido.
Se dio la vuelta para continuar su camino hacia el club, al ver que el rubio al fin y a duras penas comenzaba a caminar tambaleándose, con una botella de champagne en una de sus manos.
Apreté los labios furiosa al ver que ignoraba completamente el haberme dejado como una sopa. Lo que me hizo sentir como la bilis me subía por la garganta.
—¡Eh, tonto del culo! —El chillido me salió entre un rebuzno y un relincho. Él moreno que se sintió evidentemente tocado se dio la vuelta perezosamente, llevándose un dedo al pecho para señalarse. Era evidente que estaba más borracho que una cuba. —Sí a ti. —Espeté. —Me mojaste el vestido y de aquí no te vas sin pagarlo.
—Te hablan a ti, Cam… —Se burló el rubio llevándose la botella a los labios, sin dejar de reír.
En dos zancadas, estaba prácticamente sobre mí. Era un ropero que se cernía sobre mí y me hacía sentir muy pequeñita.
Su tamaño, su perfume, la barbita de tres días o esos labios generosos, que se me antojaban repletos de pecado. Me intimidaron más de lo que podía soportar y eso que no tenía una gota de alcohol en las venas y aun así di un paso hacia atrás aturdida, trastabillando. Perdí el equilibrio y casi me fui de culo.
Pero a pesar de su tamaño era ágil, por lo que esas manos híper masculinas que se cargaba rodearon mi cintura, evitando que cayese al suelo e hiciese el ridículo. Bueno que hiciese más el ridículo.
Nos quedamos mirándonos durante un par de segundos, el muy descarado aprovechó a darme un repaso exhaustivo, para luego brindarme una sonrisa de lado que me hizo prácticamente derretirme entre sus brazos.
—Lo siento…—Dijo en un murmullo.
Coloqué una de mis manos en su pecho para incorporarme y una especie de calor abrazador me recorrió haciendo que desease que alguien me echase un cubo de agua helada.
—No creo que lo sientas. —Mascullé.
—No. —Sonrió. —Claro que no, de otra forma no podría haberte invitado a bailar conmigo. —Me levantó suavemente, lo que me provocó una especie de incendio forestal en la tripa.
Se me escapó una risita tonta. ¿Desde cuándo me sonrojaba y me reía como una boba?
—No creo que podamos si quiera entrar. —Repliqué, alisándome el vestido. —Pero eso no te va a salvar de pagarme la tintorería. —Lo apunté con el dedo y una carcajada áspera escapó de sus labios.
Acercó su rostro a mi oreja y sus labios rozaron ligeramente el lóbulo de mi oreja. No sé si tenía el pulso así de acelerado o fue su cercanía lo que me lo provocó. Solo podía estar segura de que por poco casi me fui de espalda nuevamente.
—No te preocupes. —Su aliento acaricio mi piel, dejándome al borde del colapso. —Nos dejaran pasar, somos invitados vip. Una canción y eres libre.
—¿Solo una? —Casi jadee.
—Solo una y eres libre, si eso quieres… —Volvió a sonreír, clavando nuevamente esos ojazos en mí y tuve mis dudas sobre aquello de querer la libertad.
Después de toda la libertad estaba muy sobrevalorada.
Era un canalla y eso me encantaba.
Tessa Quien había dicho que las Vegas era la ciudad del pecado, no se equivocaba. No importaba hacia donde miráramos, donde fuese que estuviésemos viendo había descontrol y exceso. Un completo desastre. Bianca realizo una mueca de asco, cuando pasamos junto a una chica que se frotaba contra un tipo que apenas si podía mantenerse en pie. Estaba alucinando, todos estaban pedo, y si no lo estaban, se acercaban demasiado. —Debo ir a buscar a Carter. —Gritó Bianca sobre la música para que la escuchase. —Si no lo encuentro, podemos despedirnos de conseguir el dinero para la casa que quieres comprarle a tu Nona y habremos perdido el dinero de los pasajes, el hotel, la ropa. —¡Iré contigo! —Me acerqué a su oído para que me escuchase, pero ella negó con la cabeza. —No, es mejor que te vayas con el tal Cameron, si Carter te ve y sabe por casualidad quién eres, no querrá saber nada con darnos un pase. Va huir despavorido. —Psss… —Agité la mano restándole importancia. —Nadie me conoce por a
TessaEra un sueño hermoso. Mi Nona estaba arreglando el jardín con un vestido vaporoso de color celeste y llevaba uno de esos sombreros de paja. Estaba realmente sonriente, de hecho creo que nunca la había visto tan feliz en mi vida. Se movía como una experta entre las rosas y las margaritas, mientras quitaba las malas hierbas. Me senté en el pórtico disfrutando del cielo azul, la briza cálida y las nubes que se movían lentamente como algodones de azúcar flotantes. Aquello era el paraíso, lo que siempre había soñado para mi abuela y para mí. Ella era lo más importante, ni siquiera tenía la obligación de cuidarme, pero aun así no lo pensó cuando llegó el momento. Era hora de devolverle algo de todo eso. Bajé las escalerillas y ella alzó la vista sonriente, agitando su mano en forma de saludo. Entonces… El cielo se oscureció de pronto y los truenos lo desgarraron, abriéndolo a la mitad. La tierra comenzó a temblar, abriéndose por la mitad. —¡Tessi! —Gritó mi Nona, extendiendo su
TessaMe apoyé en la pared de acero cromado del elevador que nos llevaba al casino solo para obtener la sensación refrescante. Cuando logré regresar a la habitación de hotel, ya era tarde. Por suerte había logrado hablar con Bianca que ya tenía un cambio de ropa listo para que me quitase los harapos sucios que llevaba. Aunque por desgracia no tuve tiempo de ducharme y tenía el aspecto de alguien que ha atravesado el infierno a rastras o algo por el estilo.—No te ves tan mal. —Dijo Bianca, sin dejar de mirar hacia el frente, mientras yo me colocaba los anteojos de sol.—¿De veras? —Sonreí entre dientes. —No mientas, debo verme horrible. Di la verdad.—Si insistes. —Hizo una mueca para no romper a reír a carcajadas. —Parece que has salido a rastras de una hormigonera, encendida. —¡Oh, bueno! Justo así es como me siento. —Ambas comenzamos a reír.Bianca se secó un par de lágrimas.—Joder, Tess. Sabías que era un día muy importante y me prometiste que no ibas a ponerte pedo.—No, para s
TessaA medida que pasaban las horas, la cara de Bianca comenzó a mutar de confiada a bastante hostil. Ella esperaba una masacre; sin embargo, había hecho pocos progresos. No obtuve ninguna victoria considerable y varias veces me vi obligada a retirarme. Puede que fuese la resaca o que eran realmente buenos.Como fuese, eran huesos difíciles de roer.Por suerte, pasadas las seis de la tarde, las cosas comenzaron a mejorar, gracias a mi amiga que se iluminó y comenzó a pedir un Martini tras otro, pasándome la copa cada pocos minutos.En el momento que me la pasó por primera vez, me negué, pero ella se tocó ligeramente la nariz, una señal clara que pasó inadvertida para los demás. Eso me bastó para entender que quería se fingiese tomar y así lo hice. Después de la quinta copa, todos comenzaron a relajarse, sintiendo que en la mesa había un jugador al que podrían desplumar fácilmente y se unieron en esa causa.A esas alturas ya estaba roja, ellos creían que era por el alcohol, aunque en
TessaMe encontraba en aquella celda de la jefatura de Sierra Vista, desde las diez de la noche, cuando había sido atrapada infraganti en la sala de juegos en la que obviamente no solo se jugaba cartas, si no que se realizaban pequeños intercambios. ¡De droga!Iba a matar a Bianca, internamente estaba imaginando formas horribles de matarla.—¿Y mi dinero? —Apreté el rostro contra la reja para llamar la atención de un par policías que pasaban por allí con un café en la mano. Uno de ellos me miró con los ojos encendidos, al tiempo que lanzaba un gruñido mostrándome los dientes. —Vale, vale…Entiendo, no me van a devolver el dinero, pero al menos déjenme hacer la llamada que dicen mis derechos. —Comencé a subir el tono. —¡Déjenme hacer a la llamada! —Me di la vuelta para ver a mi coleguita de jaula. —¿Lo de la llamada es verdad o es solo de esas cosas que dicen en las pelis? —Su respuesta fue un ronquido. —Genial, gracias por tu apoyo desinteresado. —No me iba a dar por vencida. —¡Quiero
Tessa RECIEN CASADOS. Eso éramos, un par de recién casados y no es que fuese una chica que planificaba su boda desde la infancia. Pero hasta para alguien tan sínica como yo, todo aquello era decepcionante, y me provocaba sentir que mi corazoncito era estrujado como una servilleta de papel sucia e inservible, para luego ser arrojado a la basura. Había una limusina esperándonos a las afueras de la estación, sí era una limusina. Aunque por supuesto no había nada de carteles de recién casados, guirnaldas de latas, ni flores. Además sospechaba que mi esposo me odiaba. Lo que significaba que mi primer matrimonio estaba destinado a ser un fiasco que terminaría en divorcio, como era de esperarse. Nada de manteles borgoña, bodas de otoño, pasteles de cinco pisos o un novio que llorase al verme, mientras caminaba hacia él por el pasillo, como en todas las comedias románticas que veía con mi abue, los sábados por la noche, mientras comíamos algún dulce que ella misma hubiese preparado. Debía
CameronMiré a Tessa por el rabillo del ojo, estremecerse como si lo que estuviese viendo fuese una película de terror, miraba fijamente la pantalla y su semblante mutaba del pánico a la sorpresa.Yo tampoco estaba demasiado feliz por lo ocurrido, pero aun así no podía evitar sentir una punzada en el pecho de resentimiento por su horrorizada expresión al ver cómo nos habíamos casado. ¿Tanto me despreciaba?Me llevé nuevamente el vaso con bourbon a los labios. ¿Qué cojones iba a hacer? ¿En qué lio me había metido?Tessa, era una fierecilla indomable, que me sacaba de mis casillas todo el tiempo, no paraba de hablar, sin embargo era ocurrente y transparente. No recordaba cuando había sido la última vez que me había reído tanto o disfrutado como cuando tuve el placer de jugar con ella en el auto.Era muy fácil leerla, sabía exactamente lo que pensaba a cada segundo.Lo que dije sobre que era condenadamente sexy, era verdad. Quizás no fuese la chica a la que hubiese volteado a ver en cir
Tessa«En caso de aceptar, debes saber que esto no es un juego. Tienes dos días para decidir y contactarte conmigo de inmediato o me veré obligado a ir a golpear la puerta de tu casa». Me susurró Cameron con acritud en cuanto me monté con el coche que me llevaría al aeropuerto.«¿Y en que consiste el acuerdo, exactamente? »Le pregunté, nerviosa cuando me abrió la puerta del auto. «Serás mi esposa durante treinta días compartiremos el piso que me otorgué la compañía y seremos muy felices. Luego iras a visitar a tu familia a Nueva York donde te reencontraras con un antiguo amor y por él me vas a abandonar. Durante esos treinta días te comportaras como una esposa amorosa, me acompañaras a todas las reuniones sociales a las que nos inviten. De más está decir que espero que estés a la altura de las expectativas. Una vez que esto termine, recibirás cincuenta mil dólares, más diez mil por adelantado para un guardarropa nuevo. En caso de aceptar, firmaremos el contrato cuanto antes. ¿Alguna