CAPITULO 38

Atrapado en las garras de la maldad,

por amarte ciegamente.

SAMANTA

Al día siguiente, acudí con normalidad a la oficina. Sofi se había convertido en mi mano derecha, tal y como lo había sido para John y siempre esperaba por mí en la puerta de mi despacho.

—Buenos días, Sofi —saludé cordial, aunque apagada. Lo ocurrido en la noche me había envuelto en un insomnio que me tuvo pensando en la situación hasta la madrugada.

—Buenos día, Sam —me tendió el habitual café de las mañanas e ingresó tras de mí en la oficina.

Me detuve de repente, admirando el enorme ramo de flores rojas que reposaba sobre mi escritorio.

—¿Qué es esto, Sofi? —indagué sorprendida.

—Te enviaron flores —respondió como si fuera lo m&aac

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