CAPITULO 6

Y aquí estoy desesperado,

por todos esos besos que nunca te he dado,

esperando mi turno para defenderme.

RICK

Habían transcurrido dos semanas desde que me marché de Boston y me fue imposible hablar con Samanta.

Las veces que llamaba a la central de la empresa de John, la llamada directamente no entraba. Escribí a diario varios correos que nunca fueron respondidos y comenzaba a pensar que todo lo que Chris me decía con frecuencia sobre ella, eran mentiras.

Para calmar la tormenta en la que comenzaba a vivir a diario, necesitaba con vehemencia decirle que la amaba, susurrarle al oído todo lo que estaba desgarrando a mi alma por tenerla lejos, que supiera que ella se había convertido en un ángel que curó todo mi pasado con su sonrisa, que todo este tiempo no he dejado de pensarla y que al reposar mi cabeza en la almohada, su rostro, su cuerpo, su forma de amarme; eran lo primero que invadían mis sueños, además de cada rincón y momento de mi día.

Sentía un inmenso frío en el pecho estando tan lejos, sin poder demostrarle todo lo que necesitaba supiera a certeza sobre mis sentimientos. Tenía pavor a que pensara que la había dejado, que me había marchado sin una razón más que el olvido.

Recordé que hace un mes encargué su regalo de cumpleaños y me frustraba no saber si podría entregárselo en persona o si aún estaría lejos de ella, deseando con todas mis fuerzas  tenerla aferrada y atada a mi cuerpo, recibiendo sus besos frente a una chimenea que fuera testigo de nuestra  entrega.

Pero, la situación con Erín no cambiaba: no mejoraba ni empeoraba y eso me ponía peor. Sentía cierto recelo, sentimientos encontrados que me decían a gritos por un lado, que algo andaba mal, que fuera más brusco, más desconfiado con Em. Sin embargo, la otra parte de mi conciencia refutaba aquellos pensamientos diciéndome que Emily podría tener todos los defectos del mundo, pero jamás usaría a su propia hija para jugarme sucio.

Empero aquella fatídica  noche, descubriría que el más despiadado de mis pensamientos, era real.

Era sábado y había decidido salir a beber un trago, luego de intentar por última vez contactar a Samanta esa tarde. Había llamado a Chris con la esperanza de que me diera noticias de ella, o para que al menos me repitiera que la mujer que se robaba mis sueños cada noche, en verdad me esperaría y que comprendía la situación. Sin embargo, la respuesta de Chris fue que Samanta salía y entraba en compañía de John y de sus escoltas, y que le fue imposible acercarse.

Completamente frustrado, había increpado a Scott sobre los avances con Erín, quien también con mi mismo desasosiego, prometió que ella pronto mejoraría.

—Si durante ésta semana no mejora, traeré a otros médicos, Scott. Ya perdí la paciencia esperando sentado a que mi hija reaccione y tengo la sensación de que algo no está bien.

Le había advertido, antes de salir de la clínica y caminar hasta un bar que se encontraba a varias calles de allí.

Llevaba una chaqueta de cuero y una bufanda tejida para protegerme del crudo frío. Entré al sitio de estilo clásico, bastante discreto, y en la barra, pedí una botella de escocés.

Me serví el primer vaso que lo bebí despacio mientras miraba a la nada y pensaba en que habían demasiados detalles a los que no presté atención en su momento.

Scott siempre se mostraba nervioso y reacio a tratar con Emily por demasiado tiempo. Era como si le molestara o incomodara su presencia y la situación.

Por su parte Emily, con el carácter infernal que portaba, había decidido no levantar cargos en contra de la escuela por haber permitido que una niña pequeña saliera del establecimiento sin la compañía de un adulto. Aunque pareció realmente preocupada los primeros días, con el correr de estas dos semanas se tomaba demasiado a la ligera los progresos en la salud de la niña.

Por otro lado se encontraba mi situación en los negocios; era inaudito y completamente extraño que John no me hubiera llamado o escrito un correo al menos, para reclamar mi abrupta desaparición. Él no era así; me buscaría de un modo u otro tanto por ese motivo como si también supiera que era yo el hombre por quien Samanta rompió su compromiso. Sin embargo, no había señales de él; era como si se lo hubiera tragado la tierra y si se comportaba de ese modo, debía ser solo porque tenía una poderosa razón.

Además, sabiendo lo que Samanta sentía por mí, creía estúpido esa excusa de que no podía llamarme aunque fueran unos minutos. Ella habría buscado un modo, alguna manera como lo hizo cuando de casa de Linda se escabullía hasta la mía solo para verme. O se habría valido de su amiga para que me marcara y me diera algún mensaje de su parte, siendo que John jamás la privaría de relacionarse con ella. Si era verdad que Chris le brindó mi número de móvil, estaba seguro que al menos Linda ya me habría llamado.

Algo no estaba bien…

Ni con Erín.

Ni con Samanta.

Había algo oculto que aún no estaba descubriendo.

Al beber el segundo vaso, un mal presentimiento me embargó y algo me pedía a gritos que regresara a la clínica. Dejé un billete sobre la barra, bajo la botella, y tomé la chaqueta que había dejado junto con la bufanda sobre el taburete a mi lado. Me lo puse rápidamente y caminé en dirección a la salida con el propósito de regresar para saber de qué se trataba aquella extraña sensación que me perseguía.

Al ingresar a la clínica, ese mal vaticinio atenazaba mi pecho y al subir al elevador, los latidos de mi corazón podían oírse sin ningún inconveniente por todo lo que se me cruzaba en la mente.

Cuando las puertas se deslizaron a los lados al llegar al quinto piso, presioné nuevamente otro botón en el tablero para que me llevara donde estaba Erín. Se volvieron a deslizar, cerrándose y subiendo un piso más. Al salir, un nudo se me formó en la garganta y presionando mis puños, comencé a caminar por el largo pasillo que me llevaría a cuidados intensivos y específicamente, en la habitación que ocupaba mi pequeña hija.

Al casi llegar hasta el lugar, oí una fuerte discusión y detuve mis pasos, prestando atención a aquellas voces que me resultaban familiar. Efectivamente, luego de unos segundos, corroboré tal y como sospechaba que eran Emily y Scott, quienes discutían acaloradamente.

Tomé impulso y caminé despacio para acercarme y oír mejor lo que decían.

—¡No puedes hacerme esto! —reclamaba Emily furiosa—. Todo lo que eres y tienes, es gracias a mí.

—¡No puedo seguir con esto, Em! ¡¿No comprendes que se trata de un delito?! —increpó con dureza y entorné los ojos. ¿A qué se referiría Scott? Volví a prestar atención—. Si alguien descubre la situación, estaremos perdidos. Tendré muchos problemas; la clínica cerraría y yo perdería mi licencia. Nadie me creería si digo lo que realmente pasó y que fuiste tú sola quien manipuló todas las cosas a mi espalda y que luego ya no me quedó más remedio que seguirte el juego para no fallarte.

—Solo serán un par de semanas más. Para entonces, Richard ya se habrá olvidado de aquella niña —masculló Emily y un fuerte pálpito se apoderó de mi pecho—. ¿Acaso no entiendes que si se casa con ella, tendrá otros hijos y Erín tendrá que compartir su herencia? ¿Es eso lo que quieres para el futuro de tu sobrina? ¿Qué comparta todo lo que por derecho le corresponde, con un par de bastardos?

Al oír la frialdad con la que Emily había dicho aquello, me quedé paralizado comprendiendo al fin todas aquellas circunstancias. Y es que me había vendado a mí mismo los ojos en relación a la situación, queriendo tapar el sol con un dedo sobre lo que la madre de mi hija era capaz y no de hacer.

Comencé a atar todos los cabos sueltos, a comprender cada detalle a los que les había restado importancia y tener una idea de lo que Emily había fraguado.

Fue un atrampa…

Fue una maldita trampa en la que había caído completamente ciego, por el amor que sentía hacia mi pequeña Erín.

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