CAPÍTULO 86. DESPERTAR

El tiempo siguió transcurriendo, Isabella no tuvo el tiempo para llorar como deseaba por la pérdida de su esposo, ni de su pequeño. Llevaba una herida abierta, que dolía y sangraba. Ya no sonreía, su vida se había tornado sombría y vacía, cada día sentía que estaba en picada hacia un abismo. Su único motivo para levantarse día a día era María.

Aquella camarera que les había tendido la mano, al ser la hija de la propietaria del negocio, le consiguió trabajo, y no solo eso, sino que le permitieron llevar a la niña, a quien dejaba en una habitación de poco espacio, a lado; la cual tenía un colchón sobre el piso y un viejo televisor. En donde también se quedaba el pequeño hijo de aquella peculiar joven de piel de chocolate y rizos más densos que los de Isabella.

La paga no era mucha, pero le ayudaba a poder alimentarse y comprar vestimenta, de no ser por Macarena, quien les llevó algo de ropa cuando llegaron al albergue, no sabía que hubiera hecho. Para quien no fue nada sencillo aceptar
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