Maritza y Marshall su padre, se encontraban tomando una taza de café, en el estudio, mientras la chica le ayudaba en sus labores, buscando despejar la tristeza que tenía su hija, desde que Guillermo la había echado de la peor manera, no podía quitarse de la cabeza ir a enfrentarlo para que le diera una explicación. —Deberías tomar el control de la compañía —su sugerencia se escuchó más a una suplica. —No me pidas eso, sabes muy bien, que deseo estar en la firma. El hombre rodó los ojos. —No puedo permitir que te sigas exponiendo, he estado pensando en qué debemos demandar a Guillermo, lo que hizo es muy grave. Te agredió y no lo voy a permitir —expresó cerrando con fuerza su puño. La joven se quedó pensativa, sorprendida al ver reaccionar a su padre de esa forma, era un hombre muy tranquilo. Sonrió ladeando los labios de forma perversa. Sí, quizás esa sería la forma poder conseguir lo que buscaba de él, una demanda lo dejaría muy mal ante la opinión pública, su imagen como el mejo
Con la respiración agitada, se puso de pie, entonces un fuerte remolino, agitó su estómago, provocando que corriera con rapidez al sanitario, y de un azotón, cerrara la puerta. La manera con la que se movilizó hizo que Guillermo y María quedaran como un par de espectadores. La pequeña dio un pequeño brinco al escuchar aquel golpe de puerta, giró su rostro hacia Memo, sin comprender. Él se puso de pie y la tomó entre sus brazos, llevándola hacia la sala, para esperar a que saliera. — ¿Se siente mal mamá? —indagó la niña. —No lo sé —respondió con sinceridad y se acercó a la puerta. — ¿Necesitas algo? —indagó; sin embargo ella no respondió, por lo que tuvieron que sentarse en la sala a esperar. Durante el tiempo estuvieron sentados, María comenzó a quedarse dormida al sentir la forma tan tierna en la que acariciaba las sedosas hebras de su cabellera. Finalmente Isabella salió con la mirada vidriosa, además de verse algo pálida. Guillermo se puso de pie y caminó con rapidez hacia ella
— ¿Qué desea? —la chica del mostrador le preguntó. —Preservativos —contestó, sin poder evitar giró hacia atrás intentando buscarlo, pero Guillermo ya se había esfumado de su visión. En cuanto pagó su compra, caminó un par de calles, hasta llegar a su vehículo—, espero no haberte hecho esperar. —No, no tardaste mucho —respondió su joven compañera. — ¿Encontraste —el medicamento para tu jaqueca? —preguntó Melisa. —Sí, muchas gracias, fuiste muy amable en traerme —respondió, recargándose con desgarbo sobre el asiento de su vehículo. Cerró los ojos, fingiendo que se sentía mal. —Me alegra ser de utilidad —contestó la joven, encendió el motor de su camioneta y se incorporó al tráfico de la ciudad—. Me alegra que hayas aceptado descansar en mi departamento —manifestó—, así no te quedas solo. Ladeó los labios con discreción, pues no podía llevarla a su casa, ya que estaba su mamá y el detestable de su hermano, tampoco podía proponerle llevarla a un motel pues se vería como un descarado,
El corazón de Melisa retumbaba con fuerza al estar sobre Mason, parpadeó en repetidas ocasiones, ante su nerviosismo, podía sentir cada parte del cuerpo de él, especialmente el de su entrepierna. Con rapidez, las manos de él se acunaron en sus mejillas, acercó sus labios a los de ella, buscando encender más la llama que, sabía chisporroteaba en el interior de la joven, quien correspondió a aquel beso, extasiada. —Tus besos, me hacen sentir mejor —expresó al tener que separarse para tomar aire. La chica sonrió, sin dejar de mirarlo, aquellas palabras, derretían su noble corazón. —Me alegra que estés mejor —respondió con la voz agitada—, necesitas descansar, no te veías nada bien en el gimnasio —le recordó—. Casi te desvaneces. —No me dio tiempo de almorzar, si lo hacía no alcanzaba a llegar a entrenar…, en lo único que podía pensar es en que deseaba verte. — ¿En serio? —cuestionó incrédula. —Por supuesto, ¿acaso lo dudas? —centró su verdosa mirada en sus ojos, sus manos no perd
Las manos de Oliver temblaban, decidió esperar un par de minutos antes de asomarse a la oficina de Guillermo, se había dado cuenta el gran gusto que le dio al recibir a Roger, un amigo en común de ambos. Al escuchar el tono de voz amable del abogado, decidió ingresar, en verdad aquel cuadro que presenció entre ese par de hombres, le hizo pensar que quizás con la ayuda de su viejo amigo, Guillermo, quizás reconsiderara su postura. Desvió su mirada hacia la chica que estaba cerca de ellos, supuso que se trataba de su asistente, ya que cuando llegaron al cubículo se encontraba vacío. La sorpresa que se llevó, fue impresionante, como si le hubieran arrojado un balde de agua con agua helada. No lo podía creer. ¡Era ella! Isabella, la mujer a la que no podía olvidar, aquella que amaba más que a su vida, la fémina que le seguía robando el sueño y lo torturaba en sus pesadillas. Su rostro permanecía estupefacto, ante su sorpresiva presencia. ¡No lo podía creer! Sin pensar en nada dio un p
—No tienes la menor idea de lo que estás diciendo —Mason se aflojó la corbata y desabrochó los botones de su camisa, intentando recomponerse de la impresión—. No la conoces bien como nosotros. En poco tiempo, Isabella se aburrirá de ti y se enredará con el primero que pase, como lo hizo conmigo y con mi hermano —expresó conteniéndose—. No pude resistirme a sus coqueteos. Soy hombre. —Se encogió de hombros—, además, había bebido de más, lo reconozco. Mi gran error fue comportarme como un caballero y ofrecerme a llevarla a su habitación. Las cosas se salieron de control ya que ambos sentíamos una fuerte atracción y se detonó aquella noche. —Presionó sus puños dentro de sus bolsillos. — ¡Mientes! —gritó Isabella—. Eres un maldito mentiroso. Un cobarde, un poco hombre. Mason movió la cabeza negando. —Es tu palabra contra la mía, ¿quién le podría creer a una mujer que anda con uno y con otro? —inquirió, mirándola fingiendo frialdad, sus manos morían por tocarla—. Soy un hombre solo respo
Oliver salió de la firma ‘De la Vega & asociados’ como alma que llevaba el diablo, no deseaba llegar a su casa, se sentía agobiado, como un completo perdedor, al que le habían puesto los cuernos. Era patético. Él que siempre se sintió seguro de sí mismo, al ser un hombre atractivo, desenvuelto, con porte y en esos momentos estaba más solo que nunca. Pagó una noche en un motel deseando no ser encontrado, dio un nombre falso, y se encerró deseando poder vaciar toda la mi3rda que lo abrumaba. —No nací para amar —respondió con dolor—, me criaron sólo para ganar, me convertí en un verdadero hijo de p**a —bufó, recordando las grandes lecciones que recibió del hombre al que más había admirado en su vida: «Todo es tan sencillo, solo tienes que ocuparte de mandarles flores, invitarlas a cenar, verlas a los ojos y fingir que les prestan atención, aunque sea un poco…, les aseguro que en poco tiempo obtendrán lo que los hombres buscamos de ellas». Esa fue la manera en la que los crió su padre
Colocó sus manos sobre la de ella y con su dedo pulgar, recorrió su dorso. No le había escuchado la manera en la que se expresó por lo que buscó que la mirara a los ojos, al ver que estaba pensativa. —Estamos juntos en esto —expresó—, tampoco voy a permitir que se acerquen a María, no son personas buenas, lo único que harán será destruirle la vida y eso está por verse. La barbilla de la chica tembló, ella mejor que nadie conocía la clase de personas que eran, no les importaba nada, para poder lograr sus propósitos, eso le preocupaba, no jugarían limpio, con tal de salirse con la suya, y si le quitaban a su hija, no lo resistiría, preferirá acabar con ellos. — ¿Qué estás pensando? —Guillermo suplicó, no le agradaba verla tan ausente. Acunó sus mejillas con sus grandes manos, y clavó sus ojos en su mirada. — ¡Habla! —exclamó con voz suave, pero firme. —No me importaría irme a la cárcel, si se tratase de defender a mi hija. Solo tienes que prometerme que siempre cuidarás de María, que