Alejandro respira profundo antes de marcar el código para ingresar al ático donde tiene prácticamente secuestrada a su asistente y a la secretaria de la misma. Compró chocolates, galletas y unas flores. Algunos otros dulces, después de haber investigado por internet como amansar las fieras más antiguas de la humanidad: las mujeres.
Margarita va a asesinarlo lentamente por haberle hecho esto, dejarla encerrada con Alicia y sin posibilidad de salir ya que ni siquiera les dejó escrito el código. Resopla, ahora su plan no se veía tan bien como al principio. Observa la bolsa con la cantidad ridícula de chocolates que compró, las rosas rojas, blancas y amarillas ahora se ven pálidas. Tenía que haber hablado con ella, debió pedirle que se quedara y luego ser un macho para confesarle que…
— ¿Qué vas a confesarle macho? &n
Miró el techo, gimió arrepentida por haberlo tratado tan despectivamente. Siempre había sido una mujer inteligente y llena de energía, quizás su autoestima estaba un poco estrangulada, pero lo que si tenía en cuenta y sabía de sobra era que Alejandro Del Toro no era un sinvergüenza. No podía negar que se sentía muy cómoda, pero claro, ha trabajado para él por veinte años, lo vio en una situación confusa, embarazosa y muy triste cuando sucedió lo de su esposa, ella estuvo ahí levantándolo cuando se caía de la borrachera y cuando se sentía tan triste que no deseaba ni hablar. Esos días fueron duros.Y ahora ella con su frustración y dolor por haber sido engañada lo lastimó, ahora no puede dormir porque necesita disculparse. Se siente como una mala persona ya que él es su jefe y lo ha juzgado como si n
Anna se giró, en la perfecta cama mullida y deliciosa, la recibieron unos brazos fuertes, además de un suculento aroma a hombre que atavió sus fosas nasales, con lo que se deleitó por cierto. Unas grandes manos se deslizaron por la parte de atrás de sus muslos haciendo estremecer su cuerpo y las delicadas yemas de unos dedos acariciaron su piel deslizando la camisa hasta que ella levantó los brazos sobre su cabeza para retirarla con facilidad, se encontraba extasiada. Solo con el aroma que despedía este hombre tenía para excitarse al máximo. Se sentía húmeda en su entrepierna y una punzada de dolor se le reflejaba ahí mismo.Alejandro la miraba hambriento, ávido del deseo que sentía por esa ella, lo enloquecía. Quería disfrutarla poco a poco, pero su cuerpo traicionero la necesitaba más de lo que creía.—&
Se estiró sintiendo un dolor delicioso en la entrepierna y en los músculos de todo el cuerpo. Así se sentía: dolorida y deliciosa.—¡Joder, ese hombre es… un semental! – tomando en cuenta que no tenía con que compararlo porque simplemente no tenía comparación, sonrió al techo y mordió su labio inferior.Después de dos sesiones m&
Llegados a este punto no tenía idea si Anna quería estar con él o solo estaba descubriendo su sexualidad de nuevo.—¡Joder! ¿Dónde estaba yo hace cuatro años? Que esta mujer se encuentra sedienta de sexo – hizo el comentario en voz alta, mientras la miraba recostado al marco de la puerta —Me está volviendo loco – sonrió negando con la cabeza.El pitido del ascensor llamó su atención y apareció el chico del supermercado que traía su pedido, decidió que cocinaría para ella, ya que esta mañana no desayunó y se sentía culpable por eso. Recibió el encargo y pago al mensajero. Se puso manos a la obra, sacó la carne del refri y lavó todas las verduras y legumbres que iba a utilizar en su estofado, el cual acompañaría con puré de patatas y una ensala
Al Toro de Madrid literalmente le estaba saliendo humo de la nariz. Anna dio un paso atrás mientras este se restregaba la cara con exasperación.< Ese hijo de puta esta aliado con la morena, eso es un hecho > pensó con rabia.—¿Y lo vas a matar por? – lo miró antes de sonreír por lo que le parecía una payasada —Deberías deshacer tu noviazgo con “María Elena” en lugar de estar pensando en matar a nadie, ella si me preocupa – dijo con voz calmada —Las mujeres solemos ser imprudentes a la hora de un engaño Alejandro de Jesús – la miró a los ojos y sonrió ladeado.—¡Así me dice mi madre por qué me ama! – Sonrió malicioso —¿me amas Margarita? – ella puso los ojos en blanco.&m
Estaba enojada con él, no había querido decirle nada de nada. Sin embargo la ropa, los zapatos e incluso la lencería le quedaba perfecta. Siempre la desconcertaba y la enojaba, pero terminaba con una sonrisa bobalicona en el rostro. Era posesivo, berrinchudo y mandón. Sin embargo, su dulzura la derretía y todos los detalles que tenía con ella además de protector y muy atento. El hombre perfecto.—¡No le des más vueltas mujer! – le hizo un mohín y él sonrió.Su mano derecha se mantenía en la espalda baja de Anna y el cuerpo de ella temblaba por la anticipación de estar en este restaurante que, aunque había estado muchas veces, nunca lo había hecho de noche, ni como invitada. La actitud posesiva de Alejandro la desconcertaba, ella era su asistente; todo el mundo la conocía como tal, incluso la chica que cumpl&
Ella se irguió como un resorte y sus ojos se llenaron de miedo a lo que pudiese pasar.—¡No, no, no Margarita vamos a resolverlo! – asintió con el labio mordido para no llorar.—¡Llama a Amanda! – se le escapó un sollozo.—Sí, claro – corrió a la sala por su celular y marcó —¿Mandy?... ¡hola cariño! – su respiración no le permitía hablar, ella le pidió el teléfono y luego se dio cuenta de que no podía y negó —Nena, yo… eh… acabo de tener sexo sin condón y la chica no se cuida – escuchó atento —Si… yo… ella… si es importante, es Margarita – Anna se tapó la boca y cayó falsamente desmayada en la cama, escuchó su risa —¡Esto&hellip
La mañana se fue en un abrir y cerrar de ojos, eran las once cuando recibió la llamada de su amiga y ésta le hizo varios reclamos. Su teléfono había estado apagado por tres días y ella no lo había puesto a cargar, fue Alejandro quien lo hizo y lo dejó también sobre la encimera ya encendido, incluso, se mensajearon en dos ocasiones. La primera para decirle que Lucas la llevaría – cosa que ya sabía – y la segunda para quedar en almorzar en El Patio de Atocha, uno de los lugares más exclusivos de Madrid en el centro. A regañadientes aceptó porque no se sentía con el atuendo adecuado, aun cuando había escogido un vestido ceñido al cuerpo, color rosa palo, con cuello en uve y apenas un asomo de mangas; llegaba a las rodillas. Lo combinó con unas plataformas del mismo color.¿Quién le habrá dicho a él que