CAPITULO III
LA TRAVESÍA
En el camarote del capitán Lord William, y Sir Anthony, recibían ropas secas y otro tanto, hacían con los varones, que llegaban chorreando. Las tres mujeres y los seis niños, fueron llevados a uno de los camarotes, habilitados en la cubierta inferior, para que las mujeres estuviesen cómodas, a salvo de miradas lujuriosas. Las maderas de los navíos, humedecidas por las sucias aguas del Támesis, se dejaban acariciar, y navegaban una tras otra, como cisnes que huyen de jaula de hierro. Los capitanes, daban orden de soltar velamen una hora más tarde, y sus velas se hinchaban para insuflar vida renovada a los dos barcos, que salían del estuario del Támesis, introduciéndose en mar abierto, para dar forma a las esperanzas de un grupo de familias, que aspiraban a ser libres, adorando a su dios, en una tierra virgen, que Dios, a modo de Tierra Prometida, les ofrecía como lugar donde morar por tiempo indefinido.
-Señor os agradecemos en nombre de todos los miembros de nuestra congregación vuestra aportación, de hecho imprescindible, para poder salir de Inglaterra.-le decía mostrándole su gratitud Lord William al capitán Henry Camron, en presencia del armador Sir Anthony.
-No os precipitéis aún en darnos las gracias Jonathan, tendremos que sortear los barcos de guerra de Su Augusta Majestad, antes de acercarnos a las colonias que se están conformando en Masachussets. John Winthrop, viaja en la otra nave y cree que al menos dos galeones del rey, recorren las costas cercanas a la de Nueva Inglaterra, deteniendo y colgando a quienes se cree reos de alta traición, por causa de su culto religioso, opuesto al de la Iglesia oficial de Inglaterra.
-Dios nos ocultará a sus ojos de indignos incircuncisos que buscan la perdición de los siervos de Dios….-expulsó cada palabra por su boca un enfadado Sendon Laidors.
-No maldigáis a vuestros semejantes, y recordad que debemos amar a nuestros enemigos como ordenó nuestro Señor, y acumular brasas ardientes sobre su cabeza, Él decidirá quién es digno y quién no.
-Perdonad mi mal humor señor, es tan solo que apenas he dejado atrás la tierra profanada de mis antepasados y huyo a una que nos es ajena, cuando la rabia y el dolor me laceran aún el alma misma.
-Os comprendo Laidors, pero peor lo tienen los Macarthy, ella y sus dos hijos están solos en este mundo. Los soldados capturaron a su esposo y lo torturaron hasta matarlo. Les confesó el lugar de encuentro de dos familias y no le culpo. Fue lo suficientemente inteligente, como para no concretar el sitio de recogida y nos dio tiempo a llevarnos a las familias señaladas, por la mano del diablo.
-Entonces…Philippe Macarthy ¿ha muerto?-las lágrimas de Sendon resbalaron por sus mejillas sin poderlas contener.
-Así es, lo siento, sé que teníais una fuerte amistad que os unía, nada pudimos hacer por él. Le encerraron en La Torre. Dicen nuestros espías que el mismo rey Carlos acudió al interrogatorio y decidió su ejecución.
En ese instante, un par de golpes resonaron en la puerta del camarote y un marinero solicitó permiso para entrar. Una vela en el horizonte les seguía desde hacía dos largas horas y temían fuese del rey el barco.
-Hemos en vano intentado deshacernos de él, pero es tenaz en su intención de estar tras nuestras velas.
-El capitán salió catalejo en mano y subió los escalones que le separaban del castillo, hasta situarse junto al farol de popa y allí extendió este, para enmarcar en su lente al navío, que osaba seguirles sin que nadie supiese a que amo pertenecía.
-Parece un barco de guerra, un galeón armado. Veo sus portas en los costados y son muchas. Pero no distingo su pabellón. Habremos de esperar dejad que se acerque algo más.
Abajo en los camarotes habilitados para las mujeres, estas se desprendían de sus ropas húmedas y sucias y se cambiaban casi en silencio, mirándose unas a otras sumidas en una pena común.
-Estamos en un barco en medio de un mar inmenso, camino de Nueva Inglaterra…-dijo como una pena expresada, una muchacha joven que apenas alcanzaba los dieciséis años. Era hija del difunto Macarthy y en su rostro juvenil, se adivinaban la pena y la esperanza, en una extraña comunión. Junto a ella sentadas y abrazadas fuertemente, Anne y Eleonor su hija, la miraban, ateridas de frío. Su esposo y padre, Andrew Banters, estaba al cargo del timón de la nao.
-Tened fe hija, que Dios en su inmensa sabiduría nos protegerá y llevará a la tierra que nos dará cobijo, y donde podremos adorarle sin miedo a ser perseguidos. Él tiene a vuestro padre junto a Él y nos protegerá. –Le trató de aliviar el dolor que la consumía por dentro su madre. Ella lloraba en silencio, para no quebrar el espíritu del resto, mientras la abrazaba contra su pecho.
Mientras los varones se encargaban de las maniobras del navío y tomaban las decisiones, ellas se encargaban de darle forma a aquellas “habitaciones” que las acogerían por mucho tiempo, bajo el cielo protector. En arcones, fueron guardando las prendas, interiores en uno y las que servían para trabajar en otro. En otro más, las ropas que usaban para ir a servir a Dios en el templo, que ahora no poseían. Tendieron una cuerda de lado a lado del camarote y fueron entregando a las más jóvenes, las prendas que deberían enjabonar en barreños, para después colgarlas en la cuerda. Ellas aprendían así, a ser esposas diestras en las labores que deberían desarrollar en su futuro matrimonio, y la obediencia debida a su esposo, por medio de obedecer a sus mayores. Solían juntarse varias jóvenes y lavar juntas, mientras charlaban de sus deseos y esperanzas, de los varones que podrían llegar a ser sus maridos y así pasaban las horas de labor, sin que nada interfiriese en sus vidas. Ahora en un espacio tan reducido, se enfrentarían a la claustrofobia y la depresión, por estar presas entre las maderas de un barco.
El galeón que les seguía con la persistencia de un ave de presa, lucía su pabellón en el palo mayor visible para el capitán.
-¡Es un galeón español!, si nos da caza estamos perdidos. Hemos de ganar distancia. Contramaestre, dad orden de largar todo el velamen.
¡Largad velamen! –ordenó con voz potente el contramaestre.
Un galeón de guerra del rey Felipe IV, con rumbo a las Indias occidentales, seguía la misma travesía que ellos. Su bandera de barras amarillas y rojas, indicaba claramente que se trataba de un barco de guerra y las noventa portas, que guardaban en sus entrañas, otros tantos cañones, ponía sobre aviso a los posibles galeones que recorrían la ruta, de que su existencia peligraba, de no ser aliados de Su Católica Majestad. El mar le ponía a prueba con una nueva amenaza, para purificar sus almas ya agotadas.
-Preparad los cañones, tendremos que defendernos de llegar a alcanzarnos ese galeón. Llevamos con nosotros a los siervos de Dios, no podemos ser débiles ni abandonar la ruta.
Los marineros libres de trabajo, descendieron a la segunda cubierta, para limpiar y cargar los cañones que llevaban consigo, una escasa docena, distribuida en dos líneas, una a babor y otra a estribor. De alcanzarles el navío español. De poco les servirían y el capitán era consciente de tal pormenor, pero lo más importante era ahora, que viesen la determinación en su rostro y que sus palabras les infundiesen ánimo a sus hermanos de religión.
Las dos naves se alinearon para presentar un frente común, en caso de tener que defenderse y en sus mástiles hicieron ondear los estandartes de Inglaterra. El barco español al ver este, desplegó todo su velamen y dio comienzo a la caza de las dos naos. No poseían bandera propia que indicase su neutralidad y solo izaron un banderín rojo y negro, como señal de que no se trataba de un barco de guerra. Esperaban que supiesen interpretar tal señal, dado que no existía código alguno capaz de dar a conocer lo que cada capitán deseaba. El capitán Diego de Silva oteaba las popas de las dos naos y se preparaba para disparar sendos cañonazos de aviso, cuando el cielo se oscureció de pronto y una tormenta inesperada, separó a las dos naos y al galeón español.
-¡Plegad velamen, amarrad velas! ¡Todo el mundo bajo cubierta, solo quiero en ella a quien resulte útil!
La quilla del barco se balanceó como una bañera vieja y se dejó mecer al capricho de las olas, que barrían la cubierta y amenazaban llevarse a quien no se aferrase a los cabos. Un marinero que descendía del palo de trinquete, fue zarandeado y una ola que penetró por la proa, se lo llevó como a una hoja seca, caída de un árbol en otoño. Su grito fue ahogado por el estruendo del oleaje, que aún quebró la jarcia de la vela latina del palo de mesana. El mayor temor del capitán era que la nao “La Misericordia” no hubiese naufragado con todos los que llevaba a bordo, y al menos pudiese llegar a puerto.
Jonathan se veía impotente para ayudar en las maniobras del barco, pero optó por achicar agua de la cubierta, bien atado al mástil del palo mayor, y junto a él, Sendon ataba los cabos que tiraban desde las vergas a las barandas de babor y estribor, para asegurar el palo. Por los flechastes descendían los que iban terminando de plegar las velas y a duras penas lograban bajar a la cubierta inferior. La nao iba como un fantasma lleno de almas, cabalgando las olas y crujiendo su maderamen, como los huesos de un anciano decrépito, a punto de fenecer.
La tormenta amainó a las dos horas de iniciarse, y todos lamentaron la desaparición del marinero de veinte años, que como ofrenda forzosa a un dios desconocido, había sido tragado por las profundidades abisales de un mar enfurecido.
Afortunadamente el galeón español, también había desaparecido de la vista en el horizonte y podrían proseguir la travesía sin estorbo.
CAPITULO IVUN NUEVO HORIZONTEEl mar semejaba ser un lago cristalino y azulado, inofensivo, si no fuese porque aún permanecía latente, como un dolor penetrante, la desaparición, al ser tragado por él, de aquel joven marinero del “Aurora”. La tripulación se afanaba en recomponer aquellas partes del navío que habían sido dañadas, y los dos carpinteros de a bordo, no daban abasto. Una vela se había rajado en vertical de arriba abajo y había que sustituirla por otra. Y la cubierta, estaba llena de algas negras, y restos de tablazón, arrancado de cuajo, por la furia de la tormenta. En los camarotes inferiores, donde las mujeres y los niños esperaban acontecimientos, la calma, había aportado un poco de paz y los más pequeños, ya no lloraban abrazados a sus madres.-Señor los daños no son importantes pero si numerosos…-le rendía informe el contramaestre Mason, al capitán.-Que cambien la vela mayor, y comprueben los cabos y los palos. No quiero sorpresas desagradables al respecto. Y
CAPITULO VLA REUNIÓNLa débil luz de la vela, iluminaba apenas el pergamino en el que escribía con letra nítida y trazo firme, Jonathan, sus impresiones sobre aquella improvisada huida de Inglaterra. La pluma se deslizaba produciendo un suave chirrido al rasgar el papel, depositando la tinta negra en él y su menta se sumergía en cada palabra. -“He de dejar en pocas letras, mis sentimientos más recónditos, y mi pesar más triste, al relatar como huimos de la tierra de la que brotamos, para ser desarraigados por la mano de un rey cruel, que no ceja en su empeño, por extirpar la adoración a Dios, por no depender esta de su corona. Recorremos el mar, como hijos del exilio, en busca de una tierra que se nos promete amplia y libre…”Unas pisadas fuertes, sobre la maltratada madera de la nao, acercándose, le sacaron de su abstracción y le devolvieron a la realidad. Era Lord William, que golpeaba dos veces la puerta del camarote antes de entrar, como era costumbre en él. Ya había aprendido
CAPITULO VILA BATALLA POR LA LIBERTADEl galeón inglés, impertérrito, siguió cortando con su dañada proa el agua amenazadoramente. Y cuando la nao viró en redondo, para presentar el costado de estribor, recibió una andanada que reventó parte de la popa. Un gran agujero en esta, dejó al descubierto el camarote del capitán y el suelo lleno de peligrosas astillas. No tardó en estar aparejado a la nao y sus marineros echaron los garfios de abordaje, para amarrarlo y pasar a esta. Los marineros apenas opusieron resistencia y pronto los tripulantes del “Revenge” estaban encadenando a los varones y esposando con cuerdas, las manos de las mujeres y niños, que iban a ser trasladados a este. Los cadáveres de tres marineros y dos puritanos, tirados en posiciones imposibles en la cubierta y el cuerpo de otro marinero, que colgaba de un flechaste al que se había enganchado, tras morir de un certero disparo efectuado desde el galeón inglés, conformaban una dramática imagen de la derrota sufrida. E
CAPITULO VIICOMPARTIENDO LA FELa totalidad de la tripulación y del pasaje, se había dado cita aquella noche, en la cubierta superior. Llevaban velas en las manos y esperaban las palabras de quién era conocedor de las santas escrituras y les conducía a modo de Moisés a una nueva tierra prometida, que manaba leche y miel, espirituales. Que les daría del fruto de su trabajo en paz, todo lo que el Creador había hecho que produjese la tierra para sus hijos amados. Un cielo tachonado de brillantes estrellas, acompañaba el acto. Las llamas de los velones que rodeaban el palo mayor, iluminaban un área especialmente preparada para que varios de los miembros de la Iglesia congregacionista hablasen abiertamente a sus demás hermanos. Entonces, en medio de un silencio sacrosanto, John Winthorp se adelantó y mirando de frente a sus hermanos comenzó a hablarles.-Hermanos en la fe…hoy hemos de dar gracias a Dios nuestro Señor, por habernos salvado de las manos profanas y sangrientas de los enviado
CAPITULO VIIILA GUERRA DE DIOSEl almirante Don Fernando Ruiz Contreras, veía desde el castillo de proa de su galeón, la nave almiranta de los de carreras de Indias, como se iba cargando todo el bagaje y los pertrechos, que se precisaban para proseguir viaje a Cádiz con la plata de las Indias. A su lado Don Fadrique de Toledo Osorio, capitán general de la armada del Océano, escrutaba el mar, casi a espaldas de Contreras. Le preocupaba la posible traición del empobrecido rey Carlos I, que acababa de firmar la paz con Felipe IV y no dejaba de pensar tampoco en los holandeses, que en paz desde hacía un año con España, podrían ver una oportunidad de hacerse con un botín, capaz de resarcir sus depauperadas arcas. Los palos de los galeones semejaban ser un auténtico bosque de robles, que elevaban sus velas, como ofrendas a un Dios invisible. Los tres navíos llegaban con todo el velamen que les quedaba desplegado, y se dejaban ver en el horizonte con la timidez que aporta la lejanía. Fue
CAPITULO IXALIADOS INESPERADOSEl capitán español, viendo que el temor se apoderaba de los fugitivos de la nao, se decidió a hablarles con franqueza. No quería un motín en aquel instante en que la flota de indias transportaba el oro de las Américas a la metrópoli española del sur, Cádiz.-Caballeros, espero que este rescate sea el principio de una relación, sino de amistad debido a nuestras creencias, al menos si de respeto mutuo. Esta flota se dirige a España y no podemos dedicar más de una de las naves de guerra a escoltarles, pero les dejaremos bien armados y con pólvora suficiente como para llegar allá a donde se dirijan. No teman, no matamos indiscriminadamente como la propaganda inglesa hace correr, para crear el terror entre quienes no conocen bien, a los marinos del rey de España. Capitán Camron, dad las órdenes pertinentes, para que se repare el navío, mis hombres ayudarán. Deseo hablar con vos en privado.El capitán Alonso de Matrán quería cerciorarse de que la nave holand
CAPITULO IXALIADOS INESPERADOSEl capitán español, viendo que el temor se apoderaba de los fugitivos de la nao, se decidió a hablarles con franqueza. No quería un motín en aquel instante en que la flota de indias transportaba el oro de las Américas a la metrópoli española del sur, Cádiz.-Caballeros, espero que este rescate sea el principio de una relación, sino de amistad debido a nuestras creencias, al menos si de respeto mutuo. Esta flota se dirige a España y no podemos dedicar más de una de las naves de guerra a escoltarles, pero les dejaremos bien armados y con pólvora suficiente como para llegar allá a donde se dirijan. No teman, no matamos indiscriminadamente como la propaganda inglesa hace correr, para crear el terror entre quienes no conocen bien, a los marinos del rey de España. Capitán Camron, dad las órdenes pertinentes, para que se repare el navío, mis hombres ayudarán. Deseo hablar con vos en privado.El capitán Alonso de Matrán quería cerciorarse de que la nave holand
CAPITULO XUNA NUEVA ESPERANZALa flotilla enfilaba sus proas, cortando las frías aguas del océano Atlántico, con la esperanza de hallar un nuevo mundo, donde la paz y la armonía estuviesen regidas por la libertad de culto, y donde la vida fuese acorde a lo que Dios había decidido, que fuese para sus hijos en el mundo creado por Él para su deleite. Pero como si de un micromundo de tratase, la semilla de la discordia, habría de surgir, como hija de la envidia y el orgullo, que preceden a un ruidoso estrellarse, antes de dejar huella indeleble en los corazones de los puros de mente. Llevaban ya semanas de viaje y penetraban en aguas donde la lejanía de la por otra parte añorada Inglaterra, les aportaba algo más de seguridad.Una brisa suave barrió la cubierta de las naves y acarició los cabellos revueltos de Jonathan que con su hijo John había subido a contemplar el mar que tanto imploraba ver. El muchacho dejaba que el sol le bañase con sus rayos y se cubrió los ojos, muy claros, con l