CAPITULO XXIIIDOS HOMBRES, UNA MUJEREn torno a la mesa se daban cita Sendon Laidors, su esposa Elizabeth, Anne y Eleonor, además de Andrew Banters. La tensión flotaba en el aire, pesada y ominosa, como una amenaza latente. Andrew, más preocupado que enfadado, miraba a su hija, clavando en sus ojos los suyos, sin piedad, intimidando a la joven. Antes de iniciar la charla con ella oraron a Dios en busca de guía y pidieron a este, que les otorgase valentía para decir la verdad y cumplir, no con sus deseos sino con los de él.-Hija, has desobedecido una vez más y ya ves a donde te ha llevado tu imprudencia. Quiero que seas consciente de que ese indio, podría muy bien no haber sido un varón honorable y haberte causado daño. No conocemos sus costumbres y no debemos mezclarnos con ellos, menos aún una mujer sola y adoradora de Dios.-Padre…-No, escucha lo que te tengo que decir, eres una muchacha desobediente y te pones en peligro sin excusas. Ahora quiero que me digas lo que en realidad
CAPITULO XXIVLA GUERRA NAGARRANCHETTTres mil indios nagarrancgett, de las siete tribus que conformaban la nación india, avanzaban por la llanura, tras atravesar el espeso bosque que separaba las tierras de los coweset de las de los iroqueses. Los ingleses, aún no habían hecho acto de presencia y los holandeses iban encabezando las tropas indias, arcabuces al hombro, cargados y listos para disparar. Canonicus a caballo, cabalgaba al lado de sus seis jefes aliados y los seis chamanes tras ellos. Los guerreros más famosos tras estos, y después, la masa de guerreros, en busca de fama y ascenso en el rango de su tribu.Tres años de paz terminaban para los recién llegados puritanos y cuando ellos llegaron a lo alto de la colina, desde donde vieron las tropas de la nación india llegar, supieron que el Señor estaría con ellos. Jonathan miró a lo lejos y observó que un puntito negro, se destacaba en el horizonte agrandándose cada vez más. No supo si se trataba de los enemigos de los nagarr
CAPITULO XXVLOS PURITANOSLas fronteras estaban delimitadas hacía ya un año, y el gobernador Winthrop, tenía poderes sobre la comunidad puritana y sobre los ingleses, que por deseo expreso de su Augusta majestad, debían someterse a su arbitrio. La nación nagarranchett seguía en guerra con la iroquesa y la pequot, pero su aportación era ahora, meramente logística. Les entregaban arcabuces a los indios y estos les permitían vivir sin enrolarse en sus filas, en las batallas tribales que estos libraban. No así a los ingleses, que por decisión real, se habían aliado con estos contra la creciente influencia francesa en la zona, algo más al norte. El rey Carlos deseaba expulsar del Canadá a los franceses y no escatimaría esfuerzos y recursos para lograrlo finalmente.El jefe Owochett, visitaba prudentemente la aldea de los puritanos y veía con desagrado como Brian paseaba con Eleonor por esta, bajo la estricta vigilancia de su padre en esta ocasión, que unos pasos por detrás, controlaba la
CAPITULO XXVIUNA VIDA NUEVAJonathan y Catheryn, ayudaban a Andrew y Anne a recobrar el ánimo y la cotidianeidad. No resultaba fácil, y Eleonor, completamente inocente de lo que le había sucedido, estaba pagando por ello. No tenía permiso para salir de la cabaña ni alejarse de la vista de su padre, con lo que su vida había sido reducida a unos estrictos límites, que la aprisionaban. Solo cuando Andrew salía de caza o bajaba al río, ella podía ir con él y disfrutar del entorno que tanto la fascinaba. Aquel iba a ser un día como todos los demás pero todo cambió con la inesperada visita de Owochett al río, para dar de beber a su montura. Pequeño lobo, su hermano pequeño, iba con él y ambos llevaban de las bridas a sus monturas. Andrew les vio a lo lejos en un recodo, donde las aguas se remansaban y algunos árboles aislados, daban cobijo y sombra a los que se acercaban por allí. No le dijo nada a Eleonor, no quería alterarla ni que se sintiese incómoda, pero ella también les había visto
La joven, muy nerviosa, ataviada con su túnica de novia, ribeteada en flecos rojos y blancos, y ceñida por un ancho fajín del mismo color, avanzaba en dirección a la tienda de la esposa del jefe de la tribu india. Iba a casarse al día siguiente y ella le aconsejaría cómo comportarse con su amado. Apartó la piel que cubría la entrada y penetró, no sin cierto temor reverente. Una atmósfera cargada de humo, proveniente de incienso a través del que entraba una tenue luz diurna, la envolvió. -Ven acércate hija, no temas nada. La muchacha obedeció y al llegar ante la mujer, se sentó frente a ella. Era una mujer anciana, que se sentaba recta y orgullosa, con las piernas cruzadas y de cuya cabeza caía por su pecho una larga y ancha trenza de cabello blanco como la nieve. Dos plumas rojas adornaban su testa y sus ojos azules penetraron en su misma alma. -Sé que estás nerviosa y asustada, yo lo estaba a tu edad también. Pero está tranquila yo te ayudaré, Haremos una cosa, en vez de darte co
CAPITULO IIEL EMBARQUELord William Sentheyr, se enfundaba una oscura capa y embozado cual criminal, salía de la casa de campo en que había tenido lugar la reunión con los cabeza de familia, de las siete familias implicadas en la fuga a Nueva Inglaterra. Por causa de su religión, el rey le había confiscado sus tierras y su título y se veía mendigando en casa de cada familia puritana, que le servían con gusto. Sabían que cuando llegasen a las costas americanas, él sería el más influyente. Conocía a John Winthrop, que lideraba la operación de fuga de Inglaterra. Se rumoreaba que William Laud, iba a ser nombrado arzobispo de Canterbury y eso supondría la cruenta persecución y ejecución, tanto de papistas, como de disidentes de la Iglesia Anglicana, como de ellos mismos. Huir era la única salida que les quedaba. Lord Sentheyr se introducía en una carroza que evidenciaba el paso del tiempo y el excesivo uso, y daba dos golpes en el techo de esta, para que el cochero en el pescante
CAPITULO III LA TRAVESÍA En el camarote del capitán Lord William, y Sir Anthony, recibían ropas secas y otro tanto, hacían con los varones, que llegaban chorreando. Las tres mujeres y los seis niños, fueron llevados a uno de los camarotes, habilitados en la cubierta inferior, para que las mujeres estuviesen cómodas, a salvo de miradas lujuriosas. Las maderas de los navíos, humedecidas por las sucias aguas del Támesis, se dejaban acariciar, y navegaban una tras otra, como cisnes que huyen de jaula de hierro. Los capitanes, daban orden de soltar velamen una hora más tarde, y sus velas se hinchaban para insuflar vida renovada a los dos barcos, que salían del estuario del Támesis, introduciéndose en mar abierto, para dar forma a las esperanzas de un grupo de familias, que aspiraban a ser libres, adorando a su dios, en una tierra virgen, que Dios, a modo de Tierra Prometida, les ofrecía como lugar donde morar por tiempo indefinido. -Señor
CAPITULO IVUN NUEVO HORIZONTEEl mar semejaba ser un lago cristalino y azulado, inofensivo, si no fuese porque aún permanecía latente, como un dolor penetrante, la desaparición, al ser tragado por él, de aquel joven marinero del “Aurora”. La tripulación se afanaba en recomponer aquellas partes del navío que habían sido dañadas, y los dos carpinteros de a bordo, no daban abasto. Una vela se había rajado en vertical de arriba abajo y había que sustituirla por otra. Y la cubierta, estaba llena de algas negras, y restos de tablazón, arrancado de cuajo, por la furia de la tormenta. En los camarotes inferiores, donde las mujeres y los niños esperaban acontecimientos, la calma, había aportado un poco de paz y los más pequeños, ya no lloraban abrazados a sus madres.-Señor los daños no son importantes pero si numerosos…-le rendía informe el contramaestre Mason, al capitán.-Que cambien la vela mayor, y comprueben los cabos y los palos. No quiero sorpresas desagradables al respecto. Y