Capítulo 2
Vanessa sonrió con ternura, con esos bonitos hoyuelos en sus delicadas mejillas. Sofia la miró con sorpresa, pues no creía que Vanessa quisiera ser su amiga solo por su buen desempeño en el trabajo. Sin embargo, tampoco podía adivinar por qué Vanessa quería con ansias agregarla al WhatsApp.

—¿No quieres entonces? —preguntó de nuevo Vanessa al ver que Sofia no respondía.

—Claro que no es eso. —respondió Sofia con una sonrisa educada, sacando apresurada su celular del bolsillo—. Mejor te agrego yo.

No tenía razones para no agregarla. Vanessa con entusiasmo la agregó. Vanessa quería decir algo más, pero Sofia se dio cuenta de que Víctor ya no estaba, así que le recordó:

—Vanessa, no hagas esperar mucho al señor Lainz, será mejor que salgamos ya.

—De acuerdo pues. —contestó Vanessa, empezando a correr.

La carretera estaba casi vacía a esas horas de la noche, y el Mercedes negro avanzaba como un veloz relámpago. Sofia conducía mientras Víctor y Vanessa iban sentados atrás. Aunque Sofia miraba al frente, su atención estaba completamente dispersa; sus oídos estaban enfocados en los suaves susurros de las dos personas detrás de ella.

Parecían una tierna pareja de tortolitos en pleno enamoramiento, o tal vez una pareja casada hablando tranquilamente de su día a día.

El problema no era escucharlos hablar, sino no escuchar nada. De repente, el silencio se apoderó del ambiente, y a Sofia se le pasó por la cabeza la posibilidad de que los dos estuvieran besándose atrás.

Giró un poco la cabeza y vio la escena detrás. Víctor tenía la mirada baja, sus cejas ligeramente alzadas, y una expresión de buen humor en su rostro mientras entrelazaba sus dedos sobre sus largas piernas cruzadas. Vanessa se inclinaba hacia él, y de no ser por la distancia entre ambos, ya estaría prácticamente en su regazo.

Parece que la conversación había hecho que ambos se sumieran en recuerdos, dejando el auto en un profundo silencio. Antes de que Sofia pudiera pensar en otra cosa, sus ojos simplemente se encontraron con los de Víctor a través del espejo retrovisor, negros y profundos como el ébano, que parecían penetrar su alma. Sofia de inmediato enderezó la cabeza y carraspeó antes de decir:

—Señor Lainz, si doblamos a la izquierda llegaremos a Villa Serenidad. ¿Prefiere que entre con el auto o lo dejo en la entrada?

Tan pronto como formuló la pregunta, se arrepintió. Vanessa vivía en Villa Serenidad, y desde la entrada hasta la casa más cercana había al menos diez minutos caminando. ¿Cómo iba Víctor a dejar que Vanessa caminara con una maleta tan pesada hasta su casa?

—¿Por qué me estás llevando a casa, Víctor? —preguntó Vanessa, como si acabara de darse cuenta de que estaban llegando a su destino. Frunciendo los labios, añadió. —No quiero volver a casa.

—Hace años que no vienes, deberías ir a reunirte con tu familia —respondió Víctor, y luego miró de reojo a Sofia—. Detente en la entrada.

Vanessa no dijo más, y la atmósfera en el auto se tornó tensa. Cuando el auto se detuvo, Sofia salió apresurada, abriendo la puerta trasera.

—Señor Lainz, Vanessa, hemos llegado.

Luego fue al maletero a sacar la maleta de Vanessa, y al girarse vio a un hombre acercándose desde dentro del complejo. Llevaba un conjunto deportivo de Armani y caminaba lentamente bajo la luz de la luna.

Felipe Prado, el hermano mayor de Vanessa, tenía dos años más que Víctor y gestionaba los asuntos de toda la familia Prado. Al igual que Víctor, era una figura destacada en Ciudad del Río.

Ambos hombres solían verse con cierta frecuencia, por lo que Sofia lo reconoció de inmediato. Los rasgos suaves y varoniles de Felipe, junto con sus ojos atractivos, le daban un aire despreocupado y encantador. Pero Sofia sabía que, a pesar de su apariencia amable, Felipe era más despiadado que Víctor cuando alguien lo molestaba. Vanessa, por otro lado, era su adorada hermana, la niña consentida de los Prado.

Sofia fue la primera en saludar con una linda sonrisa:

—Buenas noches, Señor Prado.

Felipe inclinó con un gesto la cabeza a modo de saludo y luego se acercó a Vanessa, envolviéndola en un abrazo apretado.

—¡Mira quién ha vuelto! ¡La desagradecida! ¿Te has ido, seis años y, aun así vienes con tan mala cara? ¿No querías volver a casa? —bromeó con cariño.

Aunque Vanessa estaba feliz de verlo, todavía parecía estar molesta por haber sido llevada a casa por Víctor sin previo aviso. Esta vez había vuelto especialmente para enmendar las cosas con él, y no pasar tiempo con su familia. Si hubiera pasado primero por casa, al menos habría alegrado a Víctor.

—Bueno, fui yo quien le pidió a Víctor que te trajera a casa primero. Mamá y papá llevan horas esperándote —le dijo Felipe con un tono de reproche—. Tienes todo el tiempo del mundo para estar con Víctor. ¿Por qué tanta prisa?

Vanessa se sintió un poco más tranquila, y le sonrió a Víctor antes de decir:

—Solo quería pasar más tiempo con Víctor, pero ya que estoy aquí, me quedaré en casa.

Víctor mantuvo su expresión imperturbable, con una mano en los bolsillos mientras se apoyaba ligeramente en el auto.

—Ya te he traído, me voy ahora.

Sofia, al escuchar esto, apresurada abrió la puerta del auto para él. Víctor se dio la vuelta y se subió al auto, pero antes de que Sofia pudiera cerrar la puerta, Vanessa se acercó corriendo para detenerla y asomó la cabeza para hablar con Víctor.

—Víctor, mañana por la mañana iré a tu casa a ver a doña Emilia. ¿Está bien si voy?

La luz en el auto era tenue, y Sofia solo pudo distinguir vagamente las líneas angulosas del rostro de Víctor a través de la ventana. Sus labios se movieron en zigzag mientras pronunciaba dos palabras:

—Está bien pues.

Vanessa, satisfecha, regresó junto a Felipe y les dijo adiós con un gesto de la mano. Sofia cerró la puerta del auto y les dijo:

—Señor Prado y Vanessa, hasta luego.

Luego, rodeó el auto y se subió al asiento del conductor, abrochándose con cuidado el cinturón y encendiendo el motor para alejarse. Sus movimientos eran fluidos y firmes, pero su pecho se sentía oprimido, como si algo pesado la aplastara por dentro. Aún tenían que regresar a Maltesa, ya que Víctor tenía una videoconferencia internacional, y Sofia, como su asistente personal, debía estar disponible las 24 horas.

Él debía regresar a casa para que ella pudiera irse a descansar, y era casi las dos de la madrugada, pero ella aún estaba cumpliendo con su deber. El teléfono al instante sonó, y la profunda voz de Víctor emergió del altavoz:

—Entra.

Con solo una palabras, sabía que él no necesitaba preguntarle si estaba allí. Después de tres años trabajando juntos, su sincronía era perfecta… tanto en la cama como en el trabajo.

Sofia recogió el acuerdo de divorcio y entró directo en la oficina. Antes de que pudiera girarse, fue arrastrada violencia por unos brazos fuertes y atrapada en un intenso beso. Segundos después, se inclinó hacia atrás para evitar sus labios, con los ojos abiertos de par en par, sorprendida al ver el deseo insatisfecho en los ojos de Víctor.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó con voz ronca, claramente excitado, y parecía incapaz de detenerse.

Sofia frunció los labios y le extendió el acuerdo de divorcio que tenía en la mano.

—Señor Lainz, aquí tiene el acuerdo de divorcio. ¿Le parece bien o hay algo que quiera cambiar?

Víctor tomó el acuerdo, lo miró con rapidez antes de tirarlo sobre la mesa, y luego la miró profundamente.

—Sofia, hoy pareces un poco... rara.

Ella no supo si se refería a cuando los había estado espiando en el auto o a este preciso momento, así que forzó de repente una sonrisa para desviar el tema.

—Es tarde. Lo llevo a casa para que descanse. Mañana tenemos que ir a la casa Lainz temprano.

Víctor hizo un ligero gesto con la cabeza hacia la sala de descanso.

—No hay tiempo para regresar. Nos quedamos aquí esta noche.

Sofia nunca había pasado más de tres horas en la sala de descanso, casi siempre porque él "se desahogaba" y luego ella apresurada se vestía para irse. La única vez que estuvo más tiempo fue porque sus piernas no la sostenían, y tuvo que quedarse en la cama a descansar un poco. Esta era la primera vez que Víctor le pedía que pasara la noche.

También era la primera vez que lo rechazaba.

—Señor Lainz, no es apropiado. Además...Vanessa ya había vuelto. Pero antes de que pudiera terminar su frase, Víctor la interrumpió:

—¿Me estás rechazando?

Sofia frunció el ceño. ¿Acaso no debería rechazarlo? Si como esposa estaba a punto de divorciarse, ¿qué le quedaba como amante? Pero si él quería compañía esta noche, ¿por qué no había dejado que Vanessa se quedara? Ella claramente con agrado se ofreció a hacerlo.

Pero esas preguntas no eran asunto suyo. No podía expresar sus dudas, así que las tragó.

—Señor Lainz, tengo asuntos pendientes en casa.

Aunque de forma educada, seguía siendo un rechazo. Víctor de repente bajó la cabeza y la apoyó en su hombro, su aliento cálido rozando su clavícula, haciéndola estremecer.

—Entonces llévame a Villa Encanto. Mañana temprano trae el acuerdo de divorcio y ven a recogerme para ir a la casa Lainz.

Su voz resonó con delicadeza en su cuello, pero en cuestión de segundos se apartó, regresó a la mesa, tomó su abrigo y se marchó. Sofia lo siguió en absoluto silencio. Cuando lo dejó en la hacienda Villa Encanto, tomó su propio camino y llegó a su apartamento de soltera en solo diez minutos. Era un pequeño dúplex, de tamaño modesto, pero tenía un segundo nivel, lo cual lo hacía muy valioso en un lugar donde el precio del suelo era altísimo.

Le había costado más de dos millones y fue un regalo de cumpleaños que Víctor le hizo el año pasado, justo después de que ella pasara la noche con él.

Al llegar, dejó de inmediato el bolso y las llaves sobre la mesa, encendió las luces y subió directo al segundo piso. Sacó de su cajón el libro de familia y el certificado de matrimonio, los metió en su bolso y volvió a bajar.

Al día siguiente, si doña Emilia aceptaba que Vanessa y Víctor retomaran su relación, el siguiente paso sería firmar el acuerdo de divorcio y finalizar de una vez todo el proceso. No podía volver a casa por segunda vez para recoger estos documentos. Además, una vez que se supiera que era la esposa de Víctor, ya no podría seguir siendo su asistente.

Sofia estaba pensando en cómo contárselo a Víctor mañana. ¿Cómo le explicaría que ella era la esposa a la que él había olvidado por completo? ¿Le creería si le decía que no se acercó a Maltesa Global por él, sino porque necesitaba el trabajo con urgencia?

Al principio, Víctor no la había reconocido, y ella tampoco se había atrevido a decir la verdad. Con el tiempo, todo se salió de control. Víctor despreciaba a las personas manipuladoras, así que ella se guardó el secreto.

Ahora, sin embargo, ya no tenía opción. Solo podía rezar para que mañana las cosas no fueran demasiado difíciles para ella.

Sofia se quedó dormida en el sofá, despertada por el segundo toque de su despertador a las seis en punto de la mañana. Se levantó con rapidez, se aseó y se maquilló cuidadosa, aunque no pudo ocultar sus evidentes ojeras. Calentó dos huevos, los usó para desinflamar sus párpados, luego se los comió con un vaso de leche. Finalmente, salió hacia villa Encanto.

Aunque no tenía hambre, sabía que debía comer algo, ya que después de firmar el acuerdo tendría que buscar trabajo de inmediato. Necesitaría energías.

Víctor no parecía haber descansado bien tampoco. Al subir al auto, cerró los ojos para descansar en el asiento de atrás, lo que hizo que la atmósfera fuera aún más pesada.

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