Amarte hasta doler
Amarte hasta doler
Por: Calista
Capítulo 1
En Maltesa Global.

Sofia Blanco se bajó de la cama, recogió la blusa y la minifalda del suelo, y se las arregló para acomodárselas lo mejor que pudo. Luego, se giró y colocó la mejor sonrisa que pudo.

—Señor Lainz, me voy a ocupar de unos asuntos que tengo desde hace rato pendiente.

Víctor Lainz entrecerró un poco sus ojos, su mirada se posó en su cara de facciones pequeñas y delicadas.

Mientras hablaba, sus manos blancas y hábiles recogieron su largo y alborotado cabello negro, en un peinado recogido y más profesional. Sin embargo, sus ojos aún no perdían del todo la pasión desbordante de tan solo hace un momento, y sus orejas seguían algo enrojecidas.

En ese preciso momento, su distancia y cortesía hacían parecer como si no hubiera sido ella quien, hace poco, había estado revolcándose jadeantes de placer en esa misma cama.

Pero claro, su relación solo existía dentro de esa sala de descanso. Fuera de esa simple puerta, ella era solo su asistente personal. Fue precisamente por su discreción y total profesionalismo que había permanecido a su lado tanto tiempo.

—Vanessa del Prado ha regresado.

Sofia estaba a punto de salir, con la mano en el pomo de la puerta, cuando escuchó la voz indiferente pero atractiva de Víctor.

Su espalda se tensó, y el rubor en su rostro desapareció por completo. Su respiración se detuvo por un momento. Pero pronto se recompuso, se giró y, manteniendo la misma sonrisa serena, dijo.

—Señor Lainz, lo entiendo. No volveré a cruzar esa puerta.

Su primer amor, esa muchacha a quien él había esperado durante seis años, finalmente había regresado. Ella no era más que una simple herramienta para satisfacer sus necesidades. Aunque durante esos dos años, el amor que sentía por él se había arraigado profundamente en su ser, era esto lo que la motivaba día a día.

Pero ella sabía que solo en la cama y en los momentos de pasión, él le pertenecía.

Víctor se levantó de la cama, sin preocuparse por su desnudez, y recogió tranquilo sus boxers que estaban frente a ella. Luego se puso el pantalón cubriendo sus largas y musculosas piernas.

—¿Qué tiene que ver esto contigo? —se rio con suavidad, recogiendo su camisa y entregándosela a Sofia, quien, con la misma familiaridad de siempre, la tomó para ayudarle a vestir.

Mientras ella abotonaba cada botón, él añadió con la misma frialdad:

—Redacta tú misma el acuerdo de divorcio.

Sofia detuvo por un momento sus manos y levantó la mirada, observando esas facciones bien puestas y sus labios seductores y jugosos.

—Tristemente, ya he desperdiciado seis años de la vida de esa muchacha, es hora ya de que todo esto se acabe —dijo él, mientras le entregaba cuidadoso su corbata.

Sofia la tomó en silencio.

Tres años atrás, cuando ella fue a la entrevista en Maltesa Global, jamás se imaginó que el gerente general de la empresa sería su atractivo esposo, con quien llevaba tres años casada y a quien solo había visto una vez.

Y mucho menos esperaba que Víctor no la reconociera. Después de todo, hacía seis años, ella era solo una sencilla joven recién graduada, de escasos recursos y con una muy baja autoestima. La vida la había golpeado duro en esos tres años de vida, pero también le habia dado grandes alegrías convirtiéndola en una reconocida asistente ejecutiva.

Aun su madre pensaba que era una persona completamente diferente, así que ¿cómo iba a reconocerla Víctor, quien solo la había visto una vez?

Al fin y al cabo, tanto como asistente o como esposa de Víctor Lainz, tendría que cederle el lugar a Vanessa del Prado. Dos identidades que no podían competir en lo absoluto con el primer amor de su esposo.

De repente, sonrió. Una sonrisa amarga que Víctor no pudo comprender. Con seriedad le preguntó,

—¿De qué tanto te ríes?

Ella le ajustó la corbata, luego se puso de puntillas para alisar su cuello.

—Me alegra muchísimo por el señor Lainz, quien al fin vuelve la persona que tiene en su corazón.

Tomó aire y dio un par de pasos hacia atrás, inclinando un poco la cabeza.

—Voy a redactar el acuerdo de divorcio.

Víctor la observó con algo de enojo, sintiendo una inexplicable incomodidad.

—Sofia, eres muy buena en lo que haces —dijo con desprecio.

Ya fuera como asistente o simplemente como amante, su autocontrol le hacía dudar de su propio atractivo.

Sofia solo sonrió, sin prestar atención al significado de sus palabras.

—Muchas gracias a usted por el cumplido, señor Lainz.

Pero justo cuando se disponía a marcharse, Víctor volvió a hablar.

—Dale también doscientos mil.

Sofia se quedó inmóvil por un momento, y luego entendió que él se refería a ella, a su esposa.

—Pero en el acuerdo de matrimonio quedó muy claro que usted cubriría los gastos médicos de su madre durante tres años.

—Por eso cuando se divorcien, ella se quedará sin nada —respondió él.

Fueron exactamente seis años atrás, que Víctor y Vanessa eran la pareja más apreciada por todos. Sus familias tenían un estatus similar, y todos esperaban con ansias su matrimonio. Sin embargo, Vanessa decidió dejarlo todo botado y huir, lo que enfureció demasiado a la señora Lainz. Para recuperar el honor, rápidamente buscó una esposa para Víctor, y eligió a una joven recién graduada que en realidad no tenía dónde caerse muerta, ya que su madre padecía cáncer y todo su dinero se iba para costear su costoso tratamiento y medicinas.

Víctor solo aceptó pagar los gastos médicos de su madre durante tres años, por lo que tres años después, para seguir financiando el tratamiento, Sofia dejó su pequeño trabajo y decidió buscar una plaza de empleo en Maltesa, simplemente probar suerte y, que su futuro cambiaria.

Y en efecto tuvo suerte. Su jefe, Víctor Lainz admiraba su capacidad para trabajar y, tras solo un mes de prueba, la contrató como empleada a tiempo completo de planta.

Sin embargo, el miserable salario que recibía no le alcanzaba para cubrir los gastos médicos de su madre.

Pero esto cambio hacia dos años, cuando Víctor, tras una borrachera, acabó en la cama con ella. A partir de ese momento, su situación dio un giro de 180 grados

Le comenzó a dar dinero con frecuencia, y ella lo aceptó sin remilgo alguno.

Él necesitaba tranquilidad, y ella cubrió sus necesidades sin reparos.

Después de todo, su madre estaba enferma, y tendría que tragarse su orgullo y dignidad en para socorrerla.

Lo que nunca espero era que, después de aceptar ese dinero, la relación, una vez fogosa, se volviera tan rutinaria entre ellos.

Cada vez que él la necesitaba, ella acudía a apagarle el fuego de deseo. A veces, él le preguntaba si necesitaba algo más y, ella por su parte cuando tenía problemas económicos, no dudaba en acudir a él por más plata.

Pero cuando no necesitaba nada, ella igualmente rechazaba sus ofrecimientos.

No quería que esa estable relación se convirtiera en un simple trueque de necesidades, y deseaba mantener un poco de dignidad ante Víctor.

Él todo ese tiempo había sido un jefe y amante perfecto para ella. Nunca le hizo falta nada, aun cuando ella no pedía nada, él siempre estaba pendiente de lo que ella deseara.

Pero ahora, parecía ser también un buen esposo con otra mujer, dispuesto a darle doscientos mil dólares a una mujer que apenas conocía.

—Después de todo, egoístamente le robé seis años de la flor de su juventud, y sufrió por mi culpa en todo este tiempo. — añadió Víctor, mientras salía de la sala de descanso y se sentaba tranquilo frente a su portátil, recordando esa tímida joven que había conocido seis años atrás en la puerta del registro civil.

Como temía que ella pidiera más de la cuenta, acordaron cubrir los gastos médicos de su madre durante tres años. Después de ese tiempo, ella no volvió a pedir nada más.

Era igual de discreta que Sofia.

Sofia redactó de inmediato el acuerdo de divorcio, lo envió por correo a Víctor para su revisión, y una vez aprobado, lo imprimió.

Al final del día, Víctor la llevó con él al aeropuerto, por supuesto, para recibir a Vanessa.

En el bullicioso aeropuerto, parejas de jóvenes se entrelazaban unos en abrazos de adiós con tristeza, mientras otras partían alegres de viaje.

Pero, Víctor y Sofia destacaban entre la multitud.

Víctor, con su esmoquin italiano, era un varón muy simpático y más cuando mantenía ese intrigante, pero serio semblante que emanaba una sensación abrumadora de poder. Sus labios delgados estaban ligeramente fruncidos mientras observaba en detalle la salida de pasajeros con impaciencia.

Sofia, con su casi metro setenta de altura, se veía delicada junto a él, con su suave cabello cayéndole sobre los hombros y un maquillaje impecable. Sabía que iban al aeropuerto, así que se había arreglado un poco más de lo habitual para la ocasión.

No entendía muy bien por qué lo había hecho, ya que sabía que no tendría ningún efecto. Pero cuando subieron al automóvil, y vio el destello de admiración en los ojos de Víctor, este le dijo:

—Te ves mejor así que con ese aspecto de seriedad que mantienes siempre en la oficina, — su humor en efecto había mejorado bastante.

Pero de repente, del área de llegadas surgió una multitud de viajeros. Los ojos de Sofia no dejaron pasar a ninguna de las mujeres que salían.

Una de ellas, vestida con un traje de flores, su cabello teñido de púrpura claro y gafas de sol, empujaba una maleta y se dirigía hacia ellos.

Aunque las gafas de sol ocultaban sus hermosos ojos, el instinto de Sofia le dijo que esa mujer tenía la mirada clavada en Víctor.

Efectivamente, un segundo después, la mujer salió corriendo con la maleta y saltó a los brazos de Víctor, mientras la maleta volaba directo hacia un lado por la inercia del impulso.

Pero Vanessa no parecía preocuparse por eso, abrazando a Víctor con fuerza, su voz suave y empalagosa susurrándole al oído.

—Vic, he vuelto, lo siento mucho por la tardanza.

Las figuras de ellos se reflejaban en los ojos de Sofia; su ánimo, que hasta hacía un momento estaba alegre, cayó en picada.

Se dio la vuelta para alcanzar la maleta de Vanessa, aprovechando el ligero movimiento para suspirar

La maleta había salido disparada a lo lejos en la cinta, y ella tuvo que correr una buena distancia, abriéndose paso entre la multitud de manera algo torpe.

Cuando al fin atrapó la maleta y regresó, se quedó parada a unos cuantos pasos de distancia de Víctor y Vanessa, sin saber si debía acercarse o no.

Las manos de Víctor, estaban sobre la cintura de Vanessa, y ella lo abrazaba con fuerza, como si con ese gesto se aferrara a todo su mundo.

Los años de añoranza y amor se extendían en el aire alrededor de Vanessa, sin importar cuánto Sofia se hubiera intentado convencer de mantener la calma antes de llegar.

Pero al ver con sus propios ojos cómo el hombre que por la mañana había estado jadeando de pasión con ella en la cama, ahora abrazaba con ternura a otra mujer, un nudo le oprimió el pecho, impidiéndole respirar. El labial que se había aplicado con tanto cuidado no había tenido otro efecto más que disimular la palidez de sus labios, sin dejar rastro alguno de la tristeza que sentía en ese momento.

—Vic, te he echado tanto de menos, ¿y tú? ¿Acaso no me extrañaste? —Vanessa aflojó el abrazo en el cuello de Víctor, pero sus manos permanecieron en sus hombros.

La escena era tan íntima y sublime que hacía que, en comparación, la imagen de Sofia y Víctor juntos hace un rato pareciera estar desentonada por completo. Al fin y al cabo, la ropa de ella y de Vanessa no podían ser más diferentes, y nunca podría permitirse el lujo de ser tan mimosa en público.

—Sí, lo hice.

Los labios de Víctor se abrieron levemente, pronunciando una sola palabra, mientras lanzaba una mirada rápida hacia Sofia, que se encontraba a poca distancia.

Al verla, su rostro no mostraba la calma habitual, aunque él no pudo precisar qué era lo que estaba mal.

Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas, y con aire de reproche, lo miró—. Vic, esta vez he vuelto para compensarte de verdad.

—Ya es tarde, será mejor que vayamos —dijo Víctor, con una mirada inescrutable en sus ojos mientras observaba en detalle la expresión de culpa y tristeza de Vanessa.

Sofia ya había ajustado su estado de ánimo por enésima vez, esbozando una sonrisa profesional.

—Señor Lainz, y Vanessa, por favor.

Víctor soltó un "vamos" y comenzó a caminar al frente. Sofia, con la maleta en mano, lo siguió, ya acostumbrada a su paso firme y rápido después de tantos años trabajando con él.

Podía mantener el ritmo, pero Vanessa no, entaconada hacia resonar el suelo con un "tac, tac, tac", mientras trotaba con delicadeza para alcanzarlos.

—¿Eres la asistente de Vic? —preguntó, con la respiración algo entrecortada.

Sofia respondió con firmeza.

—Sí, lo soy.

—Debes ser muy buena en tu trabajo. Parecemos ser contemporáneas, ¿nos hacemos amigas o qué? Más tarde agregare tu número.

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