—¿Y tú, Diana? ¿Cuándo piensas tener un bebé? —preguntó Augusto a Diana.—Bueno… Yo… por un año traté de quedar embarazada, Rodolfo también puso de su parte, pero simplemente no pasó —dejó salir una risita avergonzada—. Intentamos tanto, que Rodolfo se comenzó a volver un poco apático conmigo y yo también sentía que se estaba volviendo una obligación tediosa el que estuviéramos juntos. Por eso dejamos de intentar así, que llegue cuando sea su momento. Porque no es un problema de los dos, porque fuimos con el médico y todo. Se supone que estamos bien, no hay ningún problema, simplemente no hemos tenido suerte. —Quedó pensante y algo triste—. Él siempre ha querido un hijo. Cuando estuvimos de novios siempre me habló de casarnos y tener muchos hijos, pero no ha pasado.Los padres de Emely habían llegado a pasar el día con ella y Diana, que se había quedado en esos días para cuidar a Emely, los acompañaba en la tarde con una taza de café.Tenían la costumbre de tomar café por las tardes,
El mayor recuerdo que tenía Ian y lo atormentaba en las mañanas en aquella casa grande, eran los momentos que pasaba con Emely en la cocina. Ella cocinaba y él la observaba, porque le fascinaba verla en pijama, preparando café y untando mermelada de mora en las tostadas.Curiosamente, el café ya no sabía igual desde que se había dejado con Emely. Le hacía falta algo; tal vez por eso decidió tomarlo amargo, para que no le sentara tan triste como antes.Y esa sensación pegajosa del líquido que le quedaban en los labios, que le gustaba borrar dándole besos de despedida a Emely antes de ir a trabajar, decidió arrancarlo en las mañanas lavándose los dientes con mucha fuerza, hasta que la espuma en su boca dejaba de tener sabor.Se dio cuenta que las personas se extrañan más cuando ya se tenía costumbres pequeñas con ellas. Esas costumbres pequeñas, como quien toma café en cierto pocillo y ahora ya nadie lo usa; las cenas típicas que ya no se preparan porque el que se queda en la casa nunca
Si hubiera estado esa noche en su casa, habría podido salvar a su padre de aquel infarto, lo habría llevado a tiempo a la clínica.Si hubiera cumplido al menos su palabra y hubiera llegado temprano a casa, tal vez pudo haber llegado a tiempo. Pero no, llegó al día siguiente, para encontrar a su padre desmayado, sentado en el sillón: se quedó esperándolo.—¿Papá? —preguntó, acercándose. Pero el anciano no respondió a su llamado. Nunca lo hizo. Todos esos recuerdos…Los que una vez fueron felices, se sumaban a los tristes, a los que no quería seguir recordando.—¿Sabes cocinar? —preguntó algo sorprendido.—Sí, soy buena cocinando —respondió ella—. ¿Qué tienes en la nevera?—No tengo nada, te dije que no paso mucho tiempo aquí. Pero, si quieres, puedo comprar.—Sí, ¿qué quieres comer? —aceptó Emely emocionada.Ian sonrió ampliamente. Se encontraban en la cocina, él recostó su cuerpo a la pared blanca y se cruzó de brazos.—Pollo guisado, ¿sabes prepararlo? —soltó él sonriente.Emely de
Las casualidades no son tan casuales, suelen darse por un cúmulo de actos de las personas que se van entrelazando hasta que crean un nudo tenso: la casualidad.Luciano no era de esas personas que las ves en lugares muy públicos y mucho menos se bajaba del auto en una gran avenida, para comprar un regalo en una pequeña tienda que observó en una vitrina porque le gustó y sabía que a Emely podría gustarle, porque ella era así, se emocionaba por todos los regalos tiernos y algo extraños.Nunca imaginaría que Ian venía en un auto detrás de él, mucho menos que lo observaría con curiosidad; porque sabía que Luciano no era así, nunca se bajaría en ese lugar, mucho menos para entrar a una tienda de regalos.Las casualidades no son del todo casualidades…Ian prefirió esperarlo dentro de su auto y, una vez que Luciano volvió a l
Luciano sabía que estaba mal, que debía hablar con Emely sobre lo ocurrido. Pero no era capaz de verla a la cara, de hecho, lo menos que quería era eso. Sabía que terminarían discutiendo, porque ella le diría que eso en algún momento iba a pasar, que lo superarían, pero no era así de fácil, porque Ian era su amigo: era su amigo.No solo había perdido a ese amigo, sino también a un socio importante y toda la junta de accionistas se lo comerían vivo y preguntarían el por qué de una ruptura y enemistad. Todos iban a escarbar, hasta enterarse de lo sucedido.Lo mejor era estar apartado de Emely y esperar a que todo se apagara. Lo menos que necesitaba su imagen en ese momento era mancharse con rumores de infidelidades y traición.Y su madre. ¡Por Dios, su madre!Ella también se lo iba a comer vivo, lo señalaría con un dedo
Ian observaba un video de Emely en el televisor. Era el primer día que Emely pudo conocer la nieve.Ella cantaba y daba vueltas, mientras tiraba nieve al viento. Ian reía y le preguntaba si la nieve era tal y como pensó.—Es igual a la escarcha de la nevera que había en la casa de mi mamá —dijo ella a la cámara y dejó salir una risita.—Es mucho mejor, Emely —se escuchó la voz de Ian en el video.Mientras, el actual Ian tomaba vino y observaba con rostro aburrido la enorme pantalla en la sala.Lo que duele no es el amor que se siente hacia esa persona, sino los recuerdos detrás de ese amor. Eso es lo que nunca se podrá olvidar y hará que el paso del tiempo sea doloroso....—Lo que suceda entre ustedes dos en el ámbito personal —decía la señora Rebeca con voz severa—, no puede afec
Nunca creyó que debería desocupar su oficina. Mucho menos que debería hacerlo tan rápido, porque desde la presidencia pidieron su oficina limpia ese mismo día.La hicieron salir como una empleada más que pasa por poco tiempo por la empresa. Si bien era cierto que no tenía tantos años como los más veteranos, ella había escalado rápidamente y era una de las empleadas modelos.Su jefe anterior nunca habría dejado que ella se fuera de la empresa de aquella forma.Aquella aventura. Aquel amante esporádico que tuvo… le había salido demasiado caro.En momentos como aquellos, se arrepentía de haber dejado a Ian; por más rabia que le diera, sabía que había cometido su primera mala elección en la vida.¡Cómo se arrepentía de haberse enredado con Luciano! Jamás debió cruzar el lími
Emely intentaba no pensar mucho en los errores que había cometido ese año que había pasado. Porque entre más pasaba el tiempo, veía todo mucho más claro.Luciano nunca le dio la cara, era como si hubiera desaparecido. Y de cierta forma fue así, porque volvió a irse de viaje; seguramente era una costumbre que tenía para evitar sus errores.Sin embargo, esto le daba a Emely un respiro, porque lo menos que deseaba era encontrárselo por ahí.En un principio, tenían un pequeño despacho rentado cerca del apartamento de Emely, pero, a mitad de año, decidieron mudarse para un elegante edificio en el centro de la ciudad. Con esperanza de poder darle mucha más presencia a su firma de contadores y contrataron mucho más personal.Con toda esta inversión, Emely tuvo que renunciar a la única posesión que le quedaba como recuerdo de su rel