Emely tuvo que ser operada de emergencia por apendicitis. De no haber sido por Ian, que la llevó pronto a la clínica, el apéndice de Emely habría reventado y su vida pudo haber peligrado.El único recuerdo que tenía Emely era el momento en que la llevaban acostada en la camilla, rumbo al quirófano y veía el rostro de Ian hablando. Pudo leer en sus labios un “todo va a estar bien”.Después, cuando se despertó, veía el rostro de su madre, acompañada por Augusto.—No te muevas —pedía su madre—, te maltratarás la herida....—Menos mal estaba allí, Ian —decía su madre.En la habitación de Emely se encontraban sus dos amigas y su mamá. Todas hablaban sobre lo sucedido y contaban lo mucho que se asustaron cuando se enteraron que Emely estaba en la clínica.—Casi me da algo cuando me enteré que estaban operándote —seguía hablando la señora—. Debes agradecerle a Ian.—¿Cómo te terminó trayendo Ian a la clínica? —preguntó Diana.—Él estaba en la empresa —contestó Emely—, cuando salía del bañ
Volteó a verla con mucha seriedad y apretó los labios unos segundos, mientras pensaba.—La última vez que hablé con él fue hace más una semana —respondió—, ¿por qué?—Es que… no ha llegado a la empresa —no sabía por qué le estaba dando explicaciones—. Quería saber si estaba bien.—Pues habla con él si quieres saber —dijo con cierto enojo en su voz.Emely comenzó a temer lo peor, ¿acaso Ian sabía algo? ¿Tendría algo que ver en todo el distanciamiento de Luciano?Se quedaron viendo fijamente y se dio cuenta que sí, Ian parecía saber todo.El problema de haber estado por tanto tiempo con alguien, es que sabes cuándo miente, por más que tú no quieres saberlo, lo confirmarás con una sola mirada a sus ojos.—Emely, ¿por qué me engañaste con él? —preguntó Ian y sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Por qué debía ser él? ¿Por qué tenía que ser él?Emely comenzó a sentir que su pulso se aceleraba y se quedaba sin aliento. Sus manos empezaron a temblar y tuvo que entrelazarlas para que no se nota
—¿Qué sentiste cuando te enteraste que tu ex pareja te fue infiel? —preguntó la mujer.Ian mordió un poco su labio inferior, después pasó saliva y sus ojos pasearon por el escritorio de madera oscura, que tenía un tono caoba oscuro.Aún no se acostumbraba a estar en una habitación como aquella. El primer día, tuvo que acostarse en el diván, pero se sentía tan incómodo que le pidió a la doctora que lo dejara sentarse en un sillón, para sentir que solamente conversaba con alguien.Llevaba en esa rutina dos meses, desde que bajó de la casa de la montaña y sentía que no podía controlar su tristeza. Pensaba que se le pasaría con el paso de los días, pero no fue así.Encontró a una psicóloga que tenía su consultorio en un discreto edificio de oficinas en el centro de la ciudad. Le gustó que era muy profesional y se sentía en confianza con ella, porque la psicóloga era una mujer de edad, además, no era sumisa y siempre le hablaba con honestidad: le decía esas cosas que nadie le diría siendo
Emely fue dada de alta dos semanas después de la operación.Todo este tiempo estuvo esperando una llamada de Luciano, de hecho, dejó su orgullo y le escribió varios mensajes en los que estaba:“…estoy en la clínica, me tuvieron que operar de emergencia, porque me dio apendicitis. Me gustaría que estuvieras aquí, como amigo, claro; sería bastante bueno el poder verte”.Después, cuando pasaron dos días desde esos mensajes, se sintió como una idiota por haberle escrito.Sabía que se conectaba, porque veía el registro de su última conexión. Entonces, sí la estaba ignorando, no es que le hubiera pasado algo: Luciano la estaba ignorando.—¿Ha ido a la empresa? —le preguntó a Carla.—Sí, fue el viernes, en la mañana —respondió su amiga, acomodando unos medicamentos en la mesita de noche—. Tenía una semana que no iba, pero ha comenzado a pasearse por ahí, asustando a la gente con su rostro super serio.—¿Y no te ha preguntado por mí? —el semblante de Emely demostraba lo horrible que se estaba
—¿Y tú, Diana? ¿Cuándo piensas tener un bebé? —preguntó Augusto a Diana.—Bueno… Yo… por un año traté de quedar embarazada, Rodolfo también puso de su parte, pero simplemente no pasó —dejó salir una risita avergonzada—. Intentamos tanto, que Rodolfo se comenzó a volver un poco apático conmigo y yo también sentía que se estaba volviendo una obligación tediosa el que estuviéramos juntos. Por eso dejamos de intentar así, que llegue cuando sea su momento. Porque no es un problema de los dos, porque fuimos con el médico y todo. Se supone que estamos bien, no hay ningún problema, simplemente no hemos tenido suerte. —Quedó pensante y algo triste—. Él siempre ha querido un hijo. Cuando estuvimos de novios siempre me habló de casarnos y tener muchos hijos, pero no ha pasado.Los padres de Emely habían llegado a pasar el día con ella y Diana, que se había quedado en esos días para cuidar a Emely, los acompañaba en la tarde con una taza de café.Tenían la costumbre de tomar café por las tardes,
El mayor recuerdo que tenía Ian y lo atormentaba en las mañanas en aquella casa grande, eran los momentos que pasaba con Emely en la cocina. Ella cocinaba y él la observaba, porque le fascinaba verla en pijama, preparando café y untando mermelada de mora en las tostadas.Curiosamente, el café ya no sabía igual desde que se había dejado con Emely. Le hacía falta algo; tal vez por eso decidió tomarlo amargo, para que no le sentara tan triste como antes.Y esa sensación pegajosa del líquido que le quedaban en los labios, que le gustaba borrar dándole besos de despedida a Emely antes de ir a trabajar, decidió arrancarlo en las mañanas lavándose los dientes con mucha fuerza, hasta que la espuma en su boca dejaba de tener sabor.Se dio cuenta que las personas se extrañan más cuando ya se tenía costumbres pequeñas con ellas. Esas costumbres pequeñas, como quien toma café en cierto pocillo y ahora ya nadie lo usa; las cenas típicas que ya no se preparan porque el que se queda en la casa nunca
Si hubiera estado esa noche en su casa, habría podido salvar a su padre de aquel infarto, lo habría llevado a tiempo a la clínica.Si hubiera cumplido al menos su palabra y hubiera llegado temprano a casa, tal vez pudo haber llegado a tiempo. Pero no, llegó al día siguiente, para encontrar a su padre desmayado, sentado en el sillón: se quedó esperándolo.—¿Papá? —preguntó, acercándose. Pero el anciano no respondió a su llamado. Nunca lo hizo. Todos esos recuerdos…Los que una vez fueron felices, se sumaban a los tristes, a los que no quería seguir recordando.—¿Sabes cocinar? —preguntó algo sorprendido.—Sí, soy buena cocinando —respondió ella—. ¿Qué tienes en la nevera?—No tengo nada, te dije que no paso mucho tiempo aquí. Pero, si quieres, puedo comprar.—Sí, ¿qué quieres comer? —aceptó Emely emocionada.Ian sonrió ampliamente. Se encontraban en la cocina, él recostó su cuerpo a la pared blanca y se cruzó de brazos.—Pollo guisado, ¿sabes prepararlo? —soltó él sonriente.Emely de
Las casualidades no son tan casuales, suelen darse por un cúmulo de actos de las personas que se van entrelazando hasta que crean un nudo tenso: la casualidad.Luciano no era de esas personas que las ves en lugares muy públicos y mucho menos se bajaba del auto en una gran avenida, para comprar un regalo en una pequeña tienda que observó en una vitrina porque le gustó y sabía que a Emely podría gustarle, porque ella era así, se emocionaba por todos los regalos tiernos y algo extraños.Nunca imaginaría que Ian venía en un auto detrás de él, mucho menos que lo observaría con curiosidad; porque sabía que Luciano no era así, nunca se bajaría en ese lugar, mucho menos para entrar a una tienda de regalos.Las casualidades no son del todo casualidades…Ian prefirió esperarlo dentro de su auto y, una vez que Luciano volvió a l