Leonardo estaba por salir cuando escuchó el timbre en la puerta. Se detuvo y caminó hacia ella, preguntándose quién podría ser. Al abrir, se encontró con una mujer mayor, de rostro amable, cargando una pequeña maleta. Era la nana de Isabella.—Buenas noches, joven Leonardo —saludó la mujer con una sonrisa cálida—. Soy Carmen, la nana de Isabella. He venido para ayudarla, como siempre.Leonardo la miró con una mezcla de alivio y respeto. Sabía lo importante que Carmen era para Isabella y lo mucho que ella confiaba en su nana.—Buenas noches, Carmen. Gracias por venir —respondió Leonardo, abriéndole paso para que entrara—. Isabella está en su habitación, descansando.—Iré a verla —dijo Carmen mientras caminaba hacia la habitación de Isabella—. No se preocupe, joven, yo me encargo de todo aquí. Usted puede salir si lo desea.Leonardo asintió, agradecido por la comprensión de la mujer.—Gracias, Carmen. Me quedaré tranquilo sabiendo que está aquí. Voy a salir un rato, pero no tardaré much
Leonardo entró al apartamento después de un largo día, con la mente aún ocupada por todo lo que había hablado con Andrés. Al abrir la puerta, una cálida fragancia de comida casera lo envolvió. Se detuvo por un momento, sorprendido al ver a Isabella de pie en la cocina, sonriendo mientras charlaba con su nana. Llevaba un delantal puesto, algo que nunca hubiera imaginado verla usar.Ella se giró y lo vio parado allí, observándola en silencio.—No te escuché llegar —dijo con una sonrisa ligera, mientras se limpiaba las manos en el delantal—. Estamos preparando la cena. Ya casi terminamos. ¿Por qué no te sientas?Leonardo, aún un poco desconcertado por la escena, asintió lentamente y se dirigió a la mesa. Mientras tomaba asiento, no pudo evitar notar lo cómoda que parecía Isabella en ese momento. No era la mujer que había imaginado al principio, fría y distante. Había algo más cálido y real en ella que lo hacía sentirse incómodo de alguna manera.—No esperaba esto —dijo él finalmente, rom
La oficina de Isabella era moderna y luminosa, con una gran ventana que ofrecía una vista impresionante del parque cercano. Desde su puesto, podía ver la oficina de Leonardo, donde él trabajaba intensamente en su computadora, sumido en gráficos y números. Isabella sonrió al notar que él la miraba de vez en cuando, intentando concentrarse en sus tareas mientras ambos compartían esa conexión silenciosa.Después de un par de horas revisando las finanzas de ambas empresas, Leonardo decidió que era hora de un respiro. Se levantó y caminó hacia la oficina de Isabella, tocando suavemente la puerta antes de entrar.—¿Cómo vas con las finanzas? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta y sonriendo.Isabella levantó la vista de su computadora, aliviada de ver a Leonardo.—Ya casi termino —respondió, girando en su silla para enfrentarlo—. Estoy ajustando algunos números finales.—Bueno, yo ya terminé —dijo él, cruzando los brazos—. Vine a buscarte para ir a almorzar juntos. Todos deben vern
Leonardo entró en su oficina con la mente en un torbellino de emociones. La imagen de Valeria despidiéndose de él seguía doliendo, y no pudo contener una lágrima que rodó por su mejilla. Fue en ese momento que su padre, Don Mario, entró sin avisar y lo vio en ese estado vulnerable.—¡Leonardo! —exclamó Don Mario, con un tono de reproche—. ¿Qué está pasando aquí?Leonardo, al sentir la mirada de su padre, sintió que la frustración lo consumía.—Ya basta, papá —gritó, sin poder contenerse—. Me destruiste la vida. Estoy casado con alguien a quien no amo. Valeria vino a despedirse de mí y no puedo soportarlo más. Ya te complací. Aquí estamos, cumpliendo nuestra parte.El eco de su voz resonó en la oficina, dejando un silencio tenso en el aire. Isabella, que había estado cerca, escuchó cada palabra. La angustia se apoderó de ella, y no pudo evitar sentirse mal por la situación. Sin pensarlo, salió corriendo de la oficina, incapaz de soportar la carga emocional que la envolvía.La secretari
Leonardo miró hacia la oficina de Isabella, notando que estaba vacía. Un sentimiento de inquietud se apoderó de él. —¿Dónde está mi esposa? —preguntó, tratando de mantener la calma mientras llamaba a su secretaria. La secretaria lo miró con preocupación. —Señor, ella se marchó. Apenas escuchó sus gritos, salió corriendo. Creo que iba llorando. Leonardo sintió que el estómago se le encogía. —Perfecto —murmuró, su voz llena de frustración—. Lo que me faltaba, ahora lastimé a Isabella con mis palabras. Se pasó una mano por el rostro, sintiéndose abrumado. Sabía que había cruzado una línea, y la culpa le pesaba en el corazón. —Retírate —le dijo a la secretaria, su voz más suave ahora—. Necesito un momento solo. Una vez que ella se marchó, Leonardo se quedó en su oficina, lidiando con la angustia que sentía. La idea de que Isabella hubiera salido llorando lo hacía sentirse aún más culpable. ¿Cómo había llegado a este punto? Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro,
Leonardo entró en su oficina con el ceño fruncido, aún distraído por los acontecimientos recientes. Al sentarse en su silla, llamó a su secretaria.—¿Cuáles son los pendientes de hoy? —preguntó, intentando concentrarse en el trabajo.Su secretaria revisó rápidamente sus notas antes de responder.—Tiene varias reuniones programadas, señor. Además, esta tarde tiene una cena importante con unos socios clave —dijo mientras le entregaba la agenda del día.Leonardo asintió, aunque la mención de la cena no lo entusiasmaba demasiado. Su mente estaba dividida entre los negocios y la complicada situación personal con Isabella. Aún así, sabía que debía enfocarse en mantener la empresa a flote.—Perfecto, manténme al tanto si hay algún cambio —dijo con tono firme, antes de sumergirse en los documentos que tenía sobre su escritorio.Adrián entró a la oficina de Leonardo, con una expresión preocupada al notar el ambiente tenso.—¿Cómo estás, amigo? —preguntó mientras se acomodaba en una de las sill
Después de que los socios se despidieron, dejando un ambiente más tranquilo en el restaurante, Isabella y Leonardo se quedaron un rato más. La tensión de la cena aún colgaba en el aire, pero ahora había un extraño silencio entre ellos, como si ambos supieran que, a pesar de todo, habían cumplido con su papel.Leonardo tomó una copa de vino y la levantó hacia Isabella.—Lo hiciste muy bien esta noche, Isabella —dijo, con una pequeña sonrisa de reconocimiento—. Brindo por ti y porque sé que juntos vamos a sacar la empresa adelante.Isabella lo miró por un segundo, sorprendida por sus palabras, y luego levantó su copa, esbozando una sonrisa ligera, aunque algo cansada.—Gracias, Leo —respondió—. No te voy a mentir, me sentí muy incómoda en algunos momentos, pero... entiendo que esto solo es el comienzo de lo que nos espera.Ambos chocaron suavemente sus copas y tomaron un sorbo. El ambiente, aunque más relajado, seguía cargado de emociones no dichas.—Lo manejaste de forma excelente —con
Leonardo entró a su habitación rápidamente, cerrando la puerta tras de sí. Se apoyó contra la pared, respirando agitado, mientras su mente revivía cada segundo del beso que acababa de compartir con Isabella.Empezó a caminar de un lado a otro, con las manos en la cabeza, tratando de calmarse, pero su mente no dejaba de repetir lo mismo.—¿Qué fue lo que hice…? —murmuró, casi en un susurro, frustrado consigo mismo—. Esto se está saliendo de control. Isabella... ese beso…Se detuvo frente al espejo, mirándose a sí mismo, sin reconocer sus propios pensamientos.—¿Qué estoy diciendo? —sacudió la cabeza—. Me voy a volver loco. ¡Estoy casado con ella solo por el pacto! No debería… No puedo sentir esto. Valeria... Isabella… —se dejó caer en la cama, apoyando los codos en sus rodillas y enterrando el rostro entre sus manos—. Esto no estaba en los planes.El peso de la situación lo aplastaba, las emociones mezcladas, la responsabilidad hacia Valeria, el pacto con Isabella… y ahora, el inespera