Leonardo entró en su oficina con la mente en un torbellino de emociones. La imagen de Valeria despidiéndose de él seguía doliendo, y no pudo contener una lágrima que rodó por su mejilla. Fue en ese momento que su padre, Don Mario, entró sin avisar y lo vio en ese estado vulnerable.—¡Leonardo! —exclamó Don Mario, con un tono de reproche—. ¿Qué está pasando aquí?Leonardo, al sentir la mirada de su padre, sintió que la frustración lo consumía.—Ya basta, papá —gritó, sin poder contenerse—. Me destruiste la vida. Estoy casado con alguien a quien no amo. Valeria vino a despedirse de mí y no puedo soportarlo más. Ya te complací. Aquí estamos, cumpliendo nuestra parte.El eco de su voz resonó en la oficina, dejando un silencio tenso en el aire. Isabella, que había estado cerca, escuchó cada palabra. La angustia se apoderó de ella, y no pudo evitar sentirse mal por la situación. Sin pensarlo, salió corriendo de la oficina, incapaz de soportar la carga emocional que la envolvía.La secretari
Leonardo miró hacia la oficina de Isabella, notando que estaba vacía. Un sentimiento de inquietud se apoderó de él. —¿Dónde está mi esposa? —preguntó, tratando de mantener la calma mientras llamaba a su secretaria. La secretaria lo miró con preocupación. —Señor, ella se marchó. Apenas escuchó sus gritos, salió corriendo. Creo que iba llorando. Leonardo sintió que el estómago se le encogía. —Perfecto —murmuró, su voz llena de frustración—. Lo que me faltaba, ahora lastimé a Isabella con mis palabras. Se pasó una mano por el rostro, sintiéndose abrumado. Sabía que había cruzado una línea, y la culpa le pesaba en el corazón. —Retírate —le dijo a la secretaria, su voz más suave ahora—. Necesito un momento solo. Una vez que ella se marchó, Leonardo se quedó en su oficina, lidiando con la angustia que sentía. La idea de que Isabella hubiera salido llorando lo hacía sentirse aún más culpable. ¿Cómo había llegado a este punto? Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro,
Leonardo entró en su oficina con el ceño fruncido, aún distraído por los acontecimientos recientes. Al sentarse en su silla, llamó a su secretaria.—¿Cuáles son los pendientes de hoy? —preguntó, intentando concentrarse en el trabajo.Su secretaria revisó rápidamente sus notas antes de responder.—Tiene varias reuniones programadas, señor. Además, esta tarde tiene una cena importante con unos socios clave —dijo mientras le entregaba la agenda del día.Leonardo asintió, aunque la mención de la cena no lo entusiasmaba demasiado. Su mente estaba dividida entre los negocios y la complicada situación personal con Isabella. Aún así, sabía que debía enfocarse en mantener la empresa a flote.—Perfecto, manténme al tanto si hay algún cambio —dijo con tono firme, antes de sumergirse en los documentos que tenía sobre su escritorio.Adrián entró a la oficina de Leonardo, con una expresión preocupada al notar el ambiente tenso.—¿Cómo estás, amigo? —preguntó mientras se acomodaba en una de las sill
Después de que los socios se despidieron, dejando un ambiente más tranquilo en el restaurante, Isabella y Leonardo se quedaron un rato más. La tensión de la cena aún colgaba en el aire, pero ahora había un extraño silencio entre ellos, como si ambos supieran que, a pesar de todo, habían cumplido con su papel.Leonardo tomó una copa de vino y la levantó hacia Isabella.—Lo hiciste muy bien esta noche, Isabella —dijo, con una pequeña sonrisa de reconocimiento—. Brindo por ti y porque sé que juntos vamos a sacar la empresa adelante.Isabella lo miró por un segundo, sorprendida por sus palabras, y luego levantó su copa, esbozando una sonrisa ligera, aunque algo cansada.—Gracias, Leo —respondió—. No te voy a mentir, me sentí muy incómoda en algunos momentos, pero... entiendo que esto solo es el comienzo de lo que nos espera.Ambos chocaron suavemente sus copas y tomaron un sorbo. El ambiente, aunque más relajado, seguía cargado de emociones no dichas.—Lo manejaste de forma excelente —con
Leonardo entró a su habitación rápidamente, cerrando la puerta tras de sí. Se apoyó contra la pared, respirando agitado, mientras su mente revivía cada segundo del beso que acababa de compartir con Isabella.Empezó a caminar de un lado a otro, con las manos en la cabeza, tratando de calmarse, pero su mente no dejaba de repetir lo mismo.—¿Qué fue lo que hice…? —murmuró, casi en un susurro, frustrado consigo mismo—. Esto se está saliendo de control. Isabella... ese beso…Se detuvo frente al espejo, mirándose a sí mismo, sin reconocer sus propios pensamientos.—¿Qué estoy diciendo? —sacudió la cabeza—. Me voy a volver loco. ¡Estoy casado con ella solo por el pacto! No debería… No puedo sentir esto. Valeria... Isabella… —se dejó caer en la cama, apoyando los codos en sus rodillas y enterrando el rostro entre sus manos—. Esto no estaba en los planes.El peso de la situación lo aplastaba, las emociones mezcladas, la responsabilidad hacia Valeria, el pacto con Isabella… y ahora, el inespera
Cuando Leonardo y Don Mario llegaron al hospital, apresuraron el paso hacia la recepción. Apenas llegaron, un médico salió de una de las salas y preguntó con calma pero firmeza:—¿Familiares de Doña Victoria Montiel?Don Mario y Leonardo se acercaron rápidamente, y el médico los miró con una expresión seria pero tranquilizadora.—Soy su esposo —dijo Don Mario con ansiedad evidente en su voz—. ¿Cómo está mi esposa, doctor?El médico asintió suavemente antes de responder.—Su esposa sufrió un infarto, pero por suerte fue atendida a tiempo. Está fuera de peligro ahora, pero deberá permanecer en observación por unos días para asegurarnos de que no haya complicaciones.Leonardo sintió cómo una gran tensión abandonaba su cuerpo, aunque la preocupación seguía latente.—¿Podemos verla? —preguntó con cautela.—Por el momento, solo uno de ustedes puede entrar. Está un poco débil, pero consciente. Tengan en cuenta que necesita descansar —explicó el doctor antes de guiarlos hacia la habitación.D
Después de terminar la cena, Don Mario se recostó en la silla, visiblemente más relajado.—Esta comida está muy rica, y sobre todo, porque vino con mucho amor —dijo, mirando a Isabella con aprecio—. Gracias, Isabella.—Es cierto —asintió Leonardo, sonriendo a Isabella.Isabella se sonrojó un poco, pero sonrió feliz por los elogios.—Me alegra que les haya gustado. Siempre es un placer ayudar.Leonardo miró a su padre y luego a Isabella. Sabía que necesitaban un momento para despejarse un poco del estrés del hospital.—¿Te gustaría dar un paseo por los pasillos? Tal vez así podamos despejarnos un poco —sugirió Leonardo.Isabella asintió, sintiéndose aliviada de salir un momento de la habitación.—Claro, me parece una buena idea —respondió, sonriendo de nuevo.Ambos se levantaron y salieron de la habitación, dejando atrás a Don Mario, que continuó disfrutando de la comida. Mientras caminaban, el ambiente del hospital era más tranquilo y menos tenso.—¿Te sientes mejor? —le preguntó Leon
Isabella entró al apartamento y se dejó caer en el sofá, agotada. Su nana la observó con preocupación y se acercó a ella.—¿Cómo te fue, mi niña? —preguntó la nana, sentándose a su lado—. ¿Cómo está doña Victoria?—Está estable, Nana, pero… toca esperar, y eso es lo que me angustia —suspiró Isabella, apoyando la cabeza en sus manos.La Nana le acarició el cabello con ternura.—Y, ¿cómo está Leonardo? —continuó la nana con voz suave.—Muy triste, Nana. Le duele ver a su madre en esa situación… Creo que nunca lo había visto así. —Isabella se mordió el labio, intentando contener las lágrimas—. Esperemos que todo esto pase rápido.La Nana la miró con una mezcla de preocupación y ternura.—Te veo muy triste, mi niña. ¿Qué es lo que te tiene así? ¿Es por doña Victoria, o hay algo más?Isabella bajó la mirada, incómoda con sus propios pensamientos.—No lo sé, nana… Es que no sé qué siento. Creo que me enamore de Leonardo…La Nana la observa con comprensión y le toma las manos con suavidad.—