La batalla ha comenzadoValeria entró sin esperar invitación y se dejó caer en el sofá con una actitud arrogante. Isabella cerró la puerta con calma y luego se paró frente a ella, cruzándose de brazos.—Bien, dime de una vez a qué viniste —su voz sonó firme, sin un atisbo de nerviosismo.Valeria esbozó una sonrisa ladeada y señaló el sillón frente a ella.—Toma asiento, Isabella. La noticia que voy a darte puede hacerte caer.Isabella arqueó una ceja, sin mostrar emoción alguna, pero decidió sentarse frente a ella.—Bien, te escucho.Con un aire de superioridad, Valeria sacó un sobre de su bolso y lo extendió hacia Isabella. Esta lo tomó con tranquilidad y lo abrió. Sus ojos recorrieron las primeras palabras del documento, pero en cuanto leyó "Prueba de embarazo: Positivo", cerró el sobre de inmediato.Soltó un suspiro y dejó el sobre sobre la mesa. Luego, levantó la mirada y con un tono frío, dijo:—¿A esto viniste? ¿A decirme que estás embarazada? Bien. Me alegro por ti. Ahora vete
Entre la incertidumbre y el amorIsabella permaneció unos segundos con la mirada fija en la puerta cerrada, como si pudiera ver a través de ella el rostro de Valeria alejándose. Su respiración era agitada, su pecho subía y bajaba con rapidez, y aunque su rostro intentaba mantener la serenidad, sus ojos la delataban.Sintió de pronto una calidez envolvente, el abrazo de su nana, quien la rodeó con firmeza, sosteniéndola con ternura y protección. Isabella no lo resistió. Se dejó caer en esos brazos que tantas veces la habían cobijado desde niña, hundiendo el rostro en su hombro.—Nana… —Su voz se quebró, y su cuerpo tembló levemente—. ¿Y si Leonardo decide divorciarse de mí y se casa con Valeria?Sus labios temblaron al pronunciar esas palabras. Solo pensarlo hacía que su corazón se encogiera con dolor.La nana le acarició el cabello con dulzura, sintiendo cómo las lágrimas de su niña mojaban su blusa.—Shhh… No piense en eso, mi niña. No se llene la cabeza con angustias que aún no han
Leonardo tambaleó ligeramente mientras Andrés lo sostenía por el brazo, ayudándolo a salir del club. Sus pasos eran pesados, y su cabeza le daba vueltas por el exceso de alcohol.—Vamos, yo te llevo. —No es bueno que manejes así, amigo —dijo Andrés, sujetándolo con firmeza.Leonardo soltó una risa seca y se apoyó en él.—Está bien… llévame.Andrés abrió la puerta del auto y ayudó a su amigo a acomodarse en el asiento del copiloto. Apenas se recostó contra la ventana, Leonardo cerró los ojos y se quedó dormido casi al instante.Andrés suspiró, lo miró de reojo y negó con la cabeza. Sabía que algo grave lo había llevado a beber de esa manera. Arrancó el auto y condujo en silencio hacia el edificio donde vivía Leonardo.Mientras tanto, en el apartamento, Isabella caminaba de un lado a otro en la sala. Su respiración era agitada, su corazón latía con fuerza.Miró el reloj en la pared. Las horas pasaban y Leonardo seguía sin dar señales de vida.Había intentado llamarlo varias veces, pero
Leonardo terminó el beso con cuidado, sus labios aún rozando los de Isabella, como si no quisiera separarse del todo. Cerró los ojos por un momento y apoyó su frente contra la de ella, respirando hondo.Su corazón latía con fuerza. Sabía que tenía que hablar, aunque temía lo que vendría después.—Tengo que decirte algo muy importante… —murmuró con voz entrecortada— y no sé cómo lo tomes…Isabella no dijo nada. Simplemente lo miró, esperando.Leonardo apartó su rostro y desvió la mirada. Su garganta se cerró por la culpa.—Te fui infiel con Valeria…El silencio cayó como un golpe en la habitación.Isabella parpadeó un par de veces, sintiendo un leve nudo en el estómago. No bajó la mirada, sino que lo sostuvo con firmeza.Suspiró antes de hablar.—Leonardo… tú y yo hicimos una alianza, ¿recuerdas? Desde el principio fuiste sincero conmigo. Me dijiste que Valeria era el amor de tu vida… que esta unión solo era para salvar nuestras familias.Se levantó lentamente del sofá, sin dejar de mi
Leonardo suspir profundamente antes de apartarse de Isabella. Había confesado lo que sentía, había expuesto su corazón, pero aún quedaba una verdad difícil de enfrentar.Se dejó caer sobre una silla en el balcón, apoyando los codos en sus rodillas, con la mirada perdida en el horizonte. El peso de la noche y del alcohol seguían sobre sus hombros.Levantó la vista hacia Isabella, quien aún estaba de pie, inmóvil, procesando cada palabra. Sin pensarlo mucho, tomó su mano con suavidad y la atrajo hacia él.—Siéntete conmigo… —murmuró.Isabella se dejó guiar y, antes de darse cuenta, estaba sobre sus piernas. Leonardo la rodeó con sus brazos en un abrazo cálido, necesitado, como si al tenerla cerca pudiera encontrar algo de paz.Ella apoyó sus manos en su pecho, sintiendo su respiración agitada.—Sabes por qué tomé tanto esta noche? —¿Por qué quería perderme en el alcohol? —susurró contra su cabello.Isabella cerró los ojos por un segundo. Ya lo presentía, pero necesitaba escucharlo de él
La noche envolvía el apartamento con una calma casi mágica. Las luces tenues reflejaban sombras suaves sobre las paredes, y un ligero aroma a jazmín flotaba en el aire. Isabella y Leonardo estaban en el balcón, donde todo había sido dicho, donde el amor finalmente se había declarado sin miedos ni barreras.Leonardo la miró con adoración. Se inclinó lentamente y depositó un beso suave sobre el cuello de Isabella, apenas un roce, pero lo suficientemente profundo como para hacerla estremecer. Su piel se erizó y una pequeña sonrisa tembló en sus labios.—Te amo, Isabella —susurró él contra su piel—. Y no quiero perderte nunca.Ella cerró los ojos un instante, sintiendo cada palabra vibrar en su cuerpo. Luego lo miró, con dulzura, acariciando su rostro con ambas manos.—Te amo, Leonardo… —dijo con voz suave pero firme—. Estoy dispuesta a todo por ti.Ambos se miraron, sin necesidad de decir nada más. La verdad estaba en sus ojos, en la forma en que sus cuerpos se acercaban, en cómo sus alm
Los pasillos del hospital olían a desinfectante ya incertidumbre. Las luces blancas, frías e impersonales, no lograban opacar la angustia que sentía Leonardo mientras sostenía la mano de Isabela. Ambos estaban sentados en una de las sillas del área de espera, esperando noticias de doña Victoria, la madre de Leonardo. Él mantenía la mirada fija en el suelo, con el ceño fruncido, las piernas inquietas y los dedos entrelazados temblando suavemente.Isabela no dijo nada, solo lo miraba en silencio, sabiendo que, en ese momento, su presencia era el mayor consuelo que podía ofrecer. Apretó su mano con firmeza y apoyó su cabeza sobre el hombro de él. Leonardo cerró los ojos por unos segundos, respirando hondo, dejando que el calor de Isabela lo calmara aunque fuera un poco.En ese instante, la puerta doble del pasillo se abrió y un médico de bata blanca, con un rostro sereno y amable, caminó hacia ellos. Don Mario se levantó rápidamente, al igual que Leonardo e Isabela.—Doctor, ¿cómo está m
Isabela salió del cuarto con pasos suaves, como si temiera perturbar el leve descanso de dña Victoria. Afuera, en el pasillo silencioso del hospital, Leonardo se puso de pie rápidamente y la miró con preocupación en los ojos.—¿Cómo la ves? ¿Está bien? —preguntó él con un suspiro contenido.—Sí, Leonardo, tranquilo. Se acaba de quedar dormida. Está más tranquila ahora —respondió Isabela con una pequeña sonrisa para aliviar la tensión.En ese momento, don Mario se acercó a ellos. Su rostro reflejaba el cansancio de las últimas horas, pero también la calma de quien ha estado al lado de la mujer que ama toda una vida.—¿Por qué mejor no se van a descansar un poco? —Yo me quedo con tu madre —sugirió con voz firme.— ¿Estás seguro, papá? Cualquier cosa me llamas, ¿sí?—Tranquilo, hijo. Vayan. —Yo me encargo de aquí —insistió don Mario con un gesto comprensivo.Leonardo ascendió. Tomó la mano de Isabela y ambos caminaron por el pasillo rumbo a la salida del hospital. El viento de la noche l