El portón de la casa de Valeria se cerró tras él con un sonido metálico que pareció marcar el fin de un capítulo que no terminaba de cerrar. Leonardo apretó los labios mientras se acomodaba en el asiento del conductor, ajustando el cinturón con un movimiento brusco. Su pecho subía y bajaba lentamente, como si intentara controlar una tormenta que crecía en su interior.Encendió el motor. El rugido suave de su auto de último modelo rompió el silencio matutino de aquella calle residencial. La ciudad ya comenzaba a despertarse: el bullicio de los autos, las bocinas a lo lejos, el murmullo de la gente que caminaba deprisa por las aceras, pero para él, el mundo parecía detenido.Colocó las manos al volante, pero antes de moverse, dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos unos segundos. Su respiración se hizo pesada. Su mente era un torbellino.—¿Qué voy a hacer con Valeria? —murmuró, la voz ronca, cargada de una frustración que apenas podía disimular.La imagen de Valeria recostada
Andrés entró al edificio de la empresa Montiel con paso decidido, saludando con una leve inclinación de cabeza a los empleados que se cruzaban en su camino. Vestía con elegancia, como de costumbre, con un traje azul marino perfectamente planchado, zapatos pulidos y una expresión en el rostro que mezclaba serenidad con atención. Subió al ascensor y observará su reflejo en las puertas metálicas, acomodándose el nudo de la corbata. El leve murmullo de las conversaciones viejas, el sonido del ascensor subiendo piso a piso y la música ambiental creaban un entorno corporativo impecable.Al llegar al piso de dirección, caminó por el pasillo alfombrado y se detuvo frente al escritorio de la secretaría de Leonardo.—Buenos días —dijo con una sonrisa amable.—Buenos días, señor Andrés —respondió la joven con respeto—. El señor Leonardo está en su oficina.Andrés ascendiendo, dio un par de golpescitos a la puerta y, sin esperar respuesta, entró. Al abrir, lo recibió un ambiente pesado, casi dens
El silencio dominaba la elegante casa de Valeria. Las cortinas semitransparentes dejaban pasar la luz tenue del mediodía, mientras una brisa ligera jugaba con los pliegues de la tela. Sentada en el centro de su cama, con las piernas cruzadas y un batón de satén color marfil, Valeria observaba la puerta cerrada con los ojos entrecerrados. Su expresión era una mezcla de frustración, orgullo herido y una pizca de satisfacción perversa.Leonardo se había marchado sin mirar atrás. La había dejado sola, a pesar de que estaba embarazada de su hijo. Eso, para Valeria, era imperdonable. No porque esperara amor o compasión, sino porque había esperado control, devoción, al menos una muestra de que aún podía dominarlo. Pero no, Leonardo se había marchado, tan digno como siempre, tan recto, tan... enamorado de Isabella. Y eso la consumía.Tomó su teléfono con movimientos lentos pero seguros. Deslizó la pantalla, buscó entre sus contactos y seleccionó el nombre que necesitaba. Santamaría. Su dedo p
La tarde caía lentamente sobre la mansión Colmenares. El sol se filtraba entre los ventanales del salón principal, dibujando haces dorados sobre la alfombra de tonos crema. El leve aroma del té de jazmín llenaba el ambiente, mezclado con el delicado perfume de las flores frescas que doña Rosa había mandado colocar esa mañana. Isabella, sentada entre sus padres, sostenía con ambas manos una taza de porcelana mientras su mirada se perdía en el vapor que ascendía en espirales.—Creo que iré a mi habitación a descansar un poco —dijo en voz baja, rompiendo el silencio que reinaba tras una larga conversación.Don Samuel levantó la vista del periódico que leía y asomaba con la cabeza.—Vaya, hija. —Si necesitas algo, aquí estamos —dijo con ternura.—Gracias, papá.Doña Rosa sonrojándose con dulzura.—Te vendrá bien un poco de tranquilidad, mi amor.Isabella esbozó una leve sonrisa, agradecida, y se levantó con lentitud. Su vestido claro ondeaba suavemente con cada paso al subir las escaleras
El ambiente en la oficina de Leonardo era sobrio pero moderno, con ventanas que dejaban entrar la luz tenue de la tarde. Esteban y Leonardo se sentaron frente a frente, el aire cargado de cierta formalidad tensa.—Bien, Esteban —dijo Leonardo mientras entrelazaba las manos sobre el escritorio—, cuéntame más sobre las propuestas que mencionaste.Esteban se sintió levemente y desplegó una carpeta con gráficas y reportes.—Tengo en mente una alianza con una firma europea especializada en energías limpias. Ellos están buscando expandirse en Latinoamérica y necesitan un socio sólido. Pensé que nuestra empresa podría aprovechar esa oportunidad.Leonardo ascendió, hojeando los documentos.—Interesante. ¿Y cuáles serían los términos iniciales?—Inicialmente, una inversión conjunta del 50%. Ellos aportan tecnología, nosotros infraestructura y capital. El proyecto piloto sería en el sur del país.Leonardo se reclinó ligeramente en su silla.—¿Y ya hablaste con los representantes de esa firma?-
Leonardo abrió la puerta con determinación. Sus pasos resonaron en la madera mientras entraba al cuarto de Isabella. La habitación estaba ligeramente iluminada por la luz del atardecer que entraba por las cortinas entreabiertas, tiñendo todo con un resplandor cálido y suave. Al instante, se detuvo.Allí estaba ella. De pie, con una toalla blanca envuelta alrededor de su cuerpo, su piel aún húmeda brillaba bajo la tenue luz, y su cabello mojado caía en mechones oscuros sobre sus hombros. Isabella lo miró, sorprendida al principio, pero luego sonriendo suavemente.Leonardo no pudo evitar observarla. Sus ojos recorrieron su figura con una mezcla de deseo y ternura. Por un momento, incluso olvidó el motivo de su visita. El regalo quedó en segundo plano y, con movimientos casi automáticos, lo dejó sobre la mesita de noche, junto a la cama.Ella siguió con la mirada cada uno de sus gestos.Leonardo se acercó lentamente. La distancia entre ambos se fue acortando hasta que sus manos se posaro
Mientras tanto, Rosa había comenzado a subir las escaleras al escuchar el tono elevado de la voz de su yerno momentos antes. Tocó con suavidad la puerta de la habitación de Isabella.—¿Hija? ¿Puedo entrar?—Sí, mamá. —Pasa —respondió Isabella con la voz aún cargada de tensión.Rosa entró y encontró a su hija vestida, sentada al borde de la cama, con la mirada baja. El ambiente tenía el aroma de perfume floral mezclado con la humedad del cabello recién lavado.—¿Estás bien? —Se escuchó los gritos de Leonardo desde abajo —preguntó su madre, preocupada.Isabella suspiro largamente, sin levantar la vista.—No lo entiendo, mamá. Es la primera vez que lo veo así. Estaba... celoso. —Celoso por Esteban, solo porque tuvo un gesto de enviarme este regalo —dijo mientras tomaba la caja que Leonardo había dejado sobre la mesita de noche—. Y ni siquiera sabía qué era hasta ahora.Rosa se acercó. Isabella abrió con delicadeza la tapa y ambas quedaron boquiabiertas. El interior revelaba un lujoso col
Esteban bajó de su auto con calma, cerrando la puerta con suavidad. El viento fresco de la noche agitó ligeramente las solapas de su elegante abrigo. Se ajustó el cuello de la camisa con movimientos medidos y tirón de las mangas del saco oscuro para alisar cualquier pliegue. El brillo discreto de su reloj de pulsera asomó bajo el puño. Caminó hacia la entrada principal con paso seguro, su calzado apenas resonando sobre las baldosas del sendero.Al llegar a la puerta, estiró la mano y presionó el timbre con un gesto decidido. Segundos después, la puerta se abrió con un leve chirrido. Una mujer de edad media, vestida con uniforme de servicio, le dio la bienvenida con una leve sonrisa.—Buenas noches —saludó la sirvienta con cortesía.—Buenas noches. ¿Está la señorita Isabella? —He venido a verla —dijo Esteban, inclinando ligeramente la cabeza.—Sí, señor. Pase, por favor.Esteban entró al recibidor, donde el aroma a madera pulida y flores frescas llenaba el ambiente. La decoración clási