Después de una semana lejos, Isabella y Leonardo finalmente regresaron a la ciudad. En el coche, camino a casa, la tensión entre ellos empezaba a sentirse más fuerte. Sabían que las cosas no serían fáciles ahora que estaban de vuelta."Y bien, ¿dónde vamos a vivir?" preguntó Leonardo mientras miraba el paisaje por la ventana. "Nuestros padres van a querer que vivamos con ellos, como si todo esto fuera real... Y si lo hacemos, nos descubrirían. Se darían cuenta de que lo nuestro es un pacto."Isabella asintió con una mezcla de preocupación y comprensión. “Tienes razón. Si vivimos con ellos, no podremos mantener las apariencias mucho tiempo. Van a notar que algo no está bien, y ahí se vendría todo abajo.”Leonardo suspiró, apoyando una mano en el volante mientras giraba hacia ella. "Yo tengo un apartamento. Está un poco lejos de todo, pero es perfecto si queremos privacidad. Nadie sabría que estamos fingiendo."Isabella lo miró, un poco sorprendida. "¿Un apartamento? No sabía que tenías
Isabella caminaba con determinación por el largo camino que llevaba a la puerta principal de la mansión Colmenares. Habían pasado una semana fuera, y aunque no era un verdadero viaje romántico, había algo en esa vuelta a casa que la hacía sentir más ansiosa que nunca. Tomó aire y empujó suavemente la puerta.Al entrar, sus pasos resonaron en el suelo de mármol. La casa estaba tranquila, como si todos estuvieran esperando su regreso. Desde el fondo del salón, apareció su madre, Doña Rosa, con una gran sonrisa en el rostro.—¡Isabella! —exclamó, abriendo los brazos para abrazar a su hija—. ¡Qué sorpresa! No esperábamos que llegaras hoy. ¿Cómo fue la luna de miel?Isabella forzó una sonrisa mientras se abrazaba a su madre. No podía contarle la verdad sobre lo que había sido esa semana, pero tampoco quería alarmarla.—Fue… fue agradable, mamá. Leonardo y yo decidimos volver antes de lo previsto. Queríamos adelantarnos a los compromisos que nos esperan.Doña Rosa la observó con atención, n
Leonardo estaba sentado en la sala junto a sus padres, después de haberles contado sobre la luna de miel y los próximos pasos que tomarían tanto en su vida personal como en los negocios. Había una pequeña pausa en la conversación, y Leonardo aprovechó el momento para darles una noticia que sabía que podría no ser del agrado de su madre.—Papá, mamá… Isabella y yo hemos decidido que no vamos a vivir aquí —dijo, mirando a ambos con calma—. Vamos a mudarnos a mi apartamento.Doña Victoria, su madre, abrió los ojos con sorpresa y una expresión de desagrado cruzó por su rostro, aunque intentó ocultarlo con una sonrisa tensa.—¿A tu apartamento? —preguntó, tratando de sonar tranquila—. Pero, hijo, esta es tu casa, siempre lo ha sido. No entiendo por qué quieren irse tan lejos.Leonardo suspiró, ya esperando esa reacción. Su madre siempre había sido protectora y controladora en cierto modo, pero en este caso, había algo más que justificación en su decisión.—Mamá, es mejor para nosotros. Isa
Llegaron al apartamento. Leonardo abrió la puerta del apartamento y la sostuvo para que Isabella entrara primero. Era un espacio amplio, moderno y elegantemente decorado, pero con toques personales que mostraban el estilo de vida ordenado y discreto de Leonardo.—Espero que te guste —dijo Leonardo, mientras Isabella recorría el lugar con la mirada.Ella asintió, impresionada por el buen gusto del lugar. —Es un lugar bonito, más grande de lo que esperaba.Leonardo sonrió, un poco aliviado de que al menos la primera impresión fuera positiva. —Qué bueno que te guste y que te sintieras cómoda aquí. Esto va a ser nuestro hogar por un tiempo, después de todo.Isabella caminó hacia una ventana, observando la vista de la ciudad desde el piso alto. Luego, giró para mirarlo. —Supongo que así será.Después de un momento de silencio, Leonardo rompió el hielo. —Voy a llamar a mi madre. Creo que nos vendría bien tener una sirvienta que nos ayude con las cosas del apartamento. No quiero que tengas q
Leonardo estaba por salir cuando escuchó el timbre en la puerta. Se detuvo y caminó hacia ella, preguntándose quién podría ser. Al abrir, se encontró con una mujer mayor, de rostro amable, cargando una pequeña maleta. Era la nana de Isabella.—Buenas noches, joven Leonardo —saludó la mujer con una sonrisa cálida—. Soy Carmen, la nana de Isabella. He venido para ayudarla, como siempre.Leonardo la miró con una mezcla de alivio y respeto. Sabía lo importante que Carmen era para Isabella y lo mucho que ella confiaba en su nana.—Buenas noches, Carmen. Gracias por venir —respondió Leonardo, abriéndole paso para que entrara—. Isabella está en su habitación, descansando.—Iré a verla —dijo Carmen mientras caminaba hacia la habitación de Isabella—. No se preocupe, joven, yo me encargo de todo aquí. Usted puede salir si lo desea.Leonardo asintió, agradecido por la comprensión de la mujer.—Gracias, Carmen. Me quedaré tranquilo sabiendo que está aquí. Voy a salir un rato, pero no tardaré much
Leonardo entró al apartamento después de un largo día, con la mente aún ocupada por todo lo que había hablado con Andrés. Al abrir la puerta, una cálida fragancia de comida casera lo envolvió. Se detuvo por un momento, sorprendido al ver a Isabella de pie en la cocina, sonriendo mientras charlaba con su nana. Llevaba un delantal puesto, algo que nunca hubiera imaginado verla usar.Ella se giró y lo vio parado allí, observándola en silencio.—No te escuché llegar —dijo con una sonrisa ligera, mientras se limpiaba las manos en el delantal—. Estamos preparando la cena. Ya casi terminamos. ¿Por qué no te sientas?Leonardo, aún un poco desconcertado por la escena, asintió lentamente y se dirigió a la mesa. Mientras tomaba asiento, no pudo evitar notar lo cómoda que parecía Isabella en ese momento. No era la mujer que había imaginado al principio, fría y distante. Había algo más cálido y real en ella que lo hacía sentirse incómodo de alguna manera.—No esperaba esto —dijo él finalmente, rom
La oficina de Isabella era moderna y luminosa, con una gran ventana que ofrecía una vista impresionante del parque cercano. Desde su puesto, podía ver la oficina de Leonardo, donde él trabajaba intensamente en su computadora, sumido en gráficos y números. Isabella sonrió al notar que él la miraba de vez en cuando, intentando concentrarse en sus tareas mientras ambos compartían esa conexión silenciosa.Después de un par de horas revisando las finanzas de ambas empresas, Leonardo decidió que era hora de un respiro. Se levantó y caminó hacia la oficina de Isabella, tocando suavemente la puerta antes de entrar.—¿Cómo vas con las finanzas? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta y sonriendo.Isabella levantó la vista de su computadora, aliviada de ver a Leonardo.—Ya casi termino —respondió, girando en su silla para enfrentarlo—. Estoy ajustando algunos números finales.—Bueno, yo ya terminé —dijo él, cruzando los brazos—. Vine a buscarte para ir a almorzar juntos. Todos deben vern
Leonardo entró en su oficina con la mente en un torbellino de emociones. La imagen de Valeria despidiéndose de él seguía doliendo, y no pudo contener una lágrima que rodó por su mejilla. Fue en ese momento que su padre, Don Mario, entró sin avisar y lo vio en ese estado vulnerable.—¡Leonardo! —exclamó Don Mario, con un tono de reproche—. ¿Qué está pasando aquí?Leonardo, al sentir la mirada de su padre, sintió que la frustración lo consumía.—Ya basta, papá —gritó, sin poder contenerse—. Me destruiste la vida. Estoy casado con alguien a quien no amo. Valeria vino a despedirse de mí y no puedo soportarlo más. Ya te complací. Aquí estamos, cumpliendo nuestra parte.El eco de su voz resonó en la oficina, dejando un silencio tenso en el aire. Isabella, que había estado cerca, escuchó cada palabra. La angustia se apoderó de ella, y no pudo evitar sentirse mal por la situación. Sin pensarlo, salió corriendo de la oficina, incapaz de soportar la carga emocional que la envolvía.La secretari