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¡No puede ser! He dormido con un abuelo.  

 

Actualidad.

Marlén sentía como si la maldición que su suegra le había atribuido la persiguiera a donde fuera. A pesar de todos los intentos por huir de la cruda realidad, se consideraba a sí misma endemoniada, como si realmente fuera responsable de la muerte de su esposo.

El sonido de un teléfono la sacó de su ensimismamiento y respiró profundo antes de responder.

—Hola Marlén, dime cómo ha ido tu vuelo y si estás disfrutando ya. No olvides nadar, tomar y conocer personas. He gastado el equivalente de lo que costaría mi riñón izquierdo, así que disfruta cada segundo por consideración a mi esfuerzo — le dijo su mejor amiga al otro lado de la línea, y Marlén sonrió débilmente.

—Aún siento que esto es una mala idea. Pide reembolso y volveré a casa. No creo que sea prudente disfrutar de este hotel cuando se supone que estoy de luto por la muerte de mi esposo. Apenas ha pasado un mes desde que lo perdí.

—Eso no se discute, Marlén. Ya no vas a revivir a Enzo. 

—Pero es que…

—Pero nada, Marlén. Hasta luego y que disfrutes.

La llamada finalizó, pero ella seguía con esa sensación de culpa. En un último intento por escapar de su desdicha, tomó un mojito tras otro, mientras la música de los tambores a su espalda sonaba lejana, casi inexistente. A pesar de estar en un paraíso, no disfrutaba del lugar, sino que cada trago la llevaba más y más lejos de la realidad, hasta que todo comenzó  a aparecer borroso.

En medio de su embriaguez, empezó a sentir unas caricias asombrosas que la hacían estremecerse. Las sensaciones recorrían su cuerpo como olas en el océano, se sumergía en ellas, dejándose llevar por la corriente.

—Es realmente delicioso — balbuceó torpemente y con voz entrecortada.

Llena de olvido y desesperación, la risa burbujeó en su garganta.

—Agua… tengo mucha sed… agua — soltó antes de estallar en risas nuevamente.

Su cabeza parecía flotar, desvinculada de su cuerpo, y por un momento, se sintió libre.

—Es alucinante — murmuró, mientras se sumergía en el placer desconocido.

…..

Al día siguiente:

Un destello de luz se filtraba a través de las cortinas, golpeando sus párpados cerrados, instándola a abrir los ojos. Sin embargo, en lugar de hacerlo, trató de protegerse de la luz con una mano, sin éxito.

—Cierren las cortinas, es de muy mal gusto que entren a limpiar cuando los clientes duermen — murmuró con gesto cansado, agarró la almohada y la colocó sobre su rostro. En medio del proceso, se removió a gusto en las suaves sábanas de seda y soltó un murmullo de placer:

—Aunque no se puede negar que este hotel brinda un muy buen servicio.

Pero su momento de tranquilidad se vio interrumpido por el repentino y estridente sonido de un teléfono que la sacó de su letargo.

Un fuerte dolor de cabeza le recordó las copas de más que había tomado la noche anterior. Sin otra opción, abrió los ojos y saltó de la cama de un solo movimiento.

El sueño, el mareo y el dolor de cabeza desaparecieron por completo, pero lo que no se esfumó tan fácilmente fue el dolor punzante y la sensación extraña en su feminidad que la hizo entrecerrar los ojos en desconcierto.

Miró a su alrededor y el reconocimiento tardío se dibujó en su rostro. 

«Esta no es mi habitación, ¿cómo es que estoy aquí?», pensó horrorizada, sin quitar la mirada de la cama desordenada que parecía un nido de sábanas revueltas. Al dar dos pasos atrás, sintió que pisaba algo y, al bajar la mirada, se encontró con su vestido hecho trizas.

—¡Pero qué demonios! — exclamó, cubriéndose la boca, escandalizada.

Miró sus manos. —¡Ay, no, mis guantes! — jadeó.

—Eres realmente muy ruidosa — una voz profunda, pausada, autoritaria y resonante interrumpió su pánico.

Con los ojos desorbitados, se centró en el hombre que se encontraba de espaldas, mirando por el ventanal de cristal. Era grande en comparación con ella, con los pies descalzos y vistiendo unos pantalones largos que abrazaban sus piernas musculosas. Su espalda ancha, fornida y tatuada de forma hermosa, se encontraba al descubierto.

—¡Espera!, ¿he pasado la noche en la cama de un desconocido? — murmuró incrédula, ya que ese tipo de errores no le pasaban a ella.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente al volver la mirada al hombre de cabellos blancos, que le llegaban hasta los hombros. —No, ¿qué he hecho? Y encima con un hombre mayor, de seguro es un abuelo… — lloriqueó, sin soportar la idea de lo que estaba sucediendo, y sus lágrimas amenazaban con desbordarse.

—¡¿Abuelo, hombre mayor?!

Marlén tembló cuando el gruñido de Elijah resonó en la habitación. Pero su temblor se intensificó cuando él se giró para enfrentarla y se dio cuenta de que no era un abuelo en absoluto, sino un hombre joven, sorprendentemente atractivo, con unos ojos azules vibrantes e intensos, con rasgos finos pero imponentes, y con un aura dominante que la dejó sin aliento. 

Trató de mirarlo durante varios segundos, pero le costaba mantener la vista fija en sus ojos, ya que parecía obligarla a bajar la cabeza.

—¿Una pulga pelirroja se atreve a insultarme a mí? — le reprochó, mirándola con desdén, sin mover un solo músculo de su cara.

Marlén parpadeó varias veces; su boca se abrió y cerró en un intento de formular una respuesta, pero no salió nada. Estaba demasiado atónita para hablar.

—Esto… no sé cómo ocurrió, pero sin duda fue un error — logró decir tartamudeando, sosteniendo contra sí misma la sábana que la envolvía mientras se agachaba para recoger su bolso y zapatos, lo único que quedaba de su ropa.

—¡Sin duda lo fue! Cuando se tiene hambre, no se mira la calidad del alimento. Y aunque soy muy quisquilloso, anoche me ganó la necesidad. Ya te puedes ir, me he servido de ti — agregó Elijah, mirándola por encima del hombro.

Marlén sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas seguían picándole tras los párpados, pero sentía que llorar frente a él era perder él poco de la dignidad que le quedaba, así que se aguantó, sin tener idea de que él podía oler sus emociones.

—De verdad, perdí el control, porque, en mi sano juicio, jamás me acostaría con alguien tan insoportable. Espero no volver a verte nunca más en mi vida —aseveró Marlén, antes de salir solo con la sábana que cubría su desnudez, dejando atrás a un Elijah totalmente desconcertado y con una expresión indescifrable.

Ella estaba anonadada por lo que acababa de hacer. No podía creer que se hubiera atrevido a tanto. Se repetía una y otra vez que ella no era así, que no era una mujer que se metería en la cama de un extraño por una aventura de una noche, sin importar cuán ebria estuviera. Aún no podía recordar cómo había llegado a esa habitación, y, aun así, no se atrevió a preguntar. Aunque las ganas de dar marcha atrás y enfrentarlo no le faltaban.

Al llegar a su propia habitación, corrió directamente al cuarto de baño. Se paró frente al espejo, dejando caer la sábana que la cubría.

Su reflejo le mostró varios chupetones en el cuello, y cuando su mirada descendió, se visualizó una mordida en uno de sus pechos.

—¡Dios mío! ¿Qué me hizo este loco? —murmuró escandalizada, tocándose las marcas con incredulidad y mientras se examinaba, notó que algo no iba bien. Sintió un dolor agudo en su abdomen y puso las manos sobre él en un intento de aliviarlo.

—¡¿Qué es lo que me pasa?!

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