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Prólogo: Bajo el peso de las acusaciones.

 

25 años después:

—¡Eres una m*****a bruja estéril! — le gritó Silvana a Marlén, con sus ojos inyectados de furia.

La mujer, de espalda curvada y rostro marcado por las arrugas de la edad y la amargura, se abalanzó sobre Marlén como un halcón sobre su presa; la zarandeaba de los hombros como si fuera una muñeca de trapo.

—Señora… contrólese — le suplicó Marlén, mordiéndose el labio inferior. Apenas habían dado sepultura a su esposo, su compañero durante varios años, la persona que le había brindado afecto y comprensión, a quien no le importaba el extraño problema que Marlén tenía en sus manos.

Ella quería llorar su pena, pero Silvana no parecía entender.

—¡Por tu mala suerte, mi hijo ha muerto! —. Su voz era un grito agudo que se estrellaba contra las paredes del desolado salón.

Marlén, siempre respetuosa y obediente, mantenía la cabeza agachada, soportando todos los insultos y maltratos en respeto a la memoria de su amado.

—¡Quiero que te largues de esta casa! — le gritó nuevamente la madre de su amado esposo, quien arrojaba sus pertenencias desde el segundo nivel de la casa.

Ante tanta crueldad, Marlén apenas podía hablar, solo podía derramar sus lágrimas y negar repetidamente con movimientos de cabeza.

—No… no puede hacer eso, señora. Nunca le fallé a su hijo, no tiene una prueba que me condene.

Las lágrimas continuaban surcando su rostro constantemente mientras observaba a sus cuñadas paradas frente a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho y una amenaza silenciosa en su postura. Parecían dos tigresas dispuestas a saltar sobre su presa, "si pasas, te haremos pedazos", eso resonaba en sus gestos.

—Mi madre puede echarte siempre que se le dé la gana. Solo llegaste a la vida de mi hermano para arruinarlo hasta su muerte — le reprochó una de sus cuñadas. Y esta no era la primera vez que la trataban de esa manera, con frecuencia eran muy hostiles con ella, a diferencia que antes, Enzo siempre la defendía.

—¡Ten dignidad, agarra tus cosas y lárgate! — espetó la otra cuñada, mientras pateaba la ropa.

La casa, su casa, donde había compartido tantos momentos felices y tristes con su esposo durante cuatro años, se había convertido en un campo de batalla del que estaba siendo expulsada.

Sin embargo, a pesar de la humillación y el dolor, se mantuvo firme. Apretó los puños, temblando de impotencia y rabia.

—Señora, Enzo acaba de morir. Por favor, no hagamos esto hoy. ¿Qué pensarán las demás personas de nuestra familia? Se lo suplico, reflexione — le rogaba Marlén con la voz entrecortada por el llanto.

—¡Dirán que eres una bruja estéril que se consumió a mi hijo!

Silvana bajó las pequeñas escaleras, apuntando directamente a Marlén.

—No soy una bruja. Le he dicho muchas veces que esas son solo supersticiones sin fundamento — se defendió Marlén, pero sus palabras cayeron en oídos sordos, ya que su suegra continuó con su letanía de maldiciones y acusaciones, cada una de ellas representaba una herida más que Marlén recibía con el pecho henchido de dolor.

—Si eso es cierto, entonces quítate esos guantes y toca algo sin ellos, comprueba ante nosotras que no eres un monstruo dañino. Mi mamá te vio secar una fruta y te empeñas en hacer creer que ella está loca — le dijo la mujer tratando de quitarle los guantes, pero Marlén puso las manos detrás de su espalda.

—Si fuera un monstruo, lastimaría a la gente y nunca he dañado a nadie. Lo que tengo es... — Silvana no la dejó terminar.

—¡Deja de dar explicaciones en vano, m*****a bruja, mataste a mi hijo! ¡Ahora, sal de mi casa!

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