CAPÍTULO 2: LOS SECRETOS SE VAN A LA TUMBA

CAPÍTULO 2: LOS SECRETOS SE VAN A LA TUMBA

Gaia

Algunas compañeras de limpieza están llevando mantas a la habitación. Al asomarme, noto enseguida que todos los médicos se encuentran allí. ¿Será que le pasó algo a Parisa?

Avanzo para entrar en la habitación cuando uno de los médicos me ve, abre los ojos con sorpresa y rápidamente sale para impedir que pase.

—Señorita Gaia, ¿qué hace aquí? Y de pie, debería estar acostada en la camilla.

—¿Qué hago yo? ¿Qué hacen todos aquí? ¿Por qué me dejaron abandonada en la sala de operaciones y no le hicieron el trasplante a mi madre?

—Lo lamento señorita Gaia, pero fueron órdenes del Rey. Su hermana Parisa se puso mal y mandó a que todos los médicos viniésemos a evaluarla para no afectar el compromiso con el Rey de Stormwolf.

—¿Qué? ¿Acaso es una broma? ¡Mi madre está muriendo! —Alzo el tono de mi voz sin importarme si alguien más me escucha.

—Lo lamento, de todos modos, no se puede trasplantar el riñón a su madre. El daño es demasiado, lo rechazaría.

—¡Miente! ¡Solo no quiere operar a mi madre!

Mis ojos se llenan de lágrimas otra vez, él me mira con una mezcla de compasión y lástima que no puedo soportar. Salgo corriendo una vez más, ni siquiera me percato de que todo este tiempo solo ando con la bata del hospital que me pusieron. No me importa. Salgo a toda prisa hacia el salón del trono.

Nunca le he pedido nada a ese viejo de Emyr, pero esta vez estoy dispuesta a enfrentarlo si es necesario. Prometió que destinaría los recursos del palacio para salvar a mi madre, y ahora está rompiendo su promesa.

Me detengo frente a las puertas blancas ornamentadas con dorado para entrar, pero entonces el visir del Rey, Gastón, se pone en frente, impidiéndomelo.

—¿A dónde crees que vas?

—Necesito hablar con el Rey, déjame pasar —exijo.

—Lo siento, pero eso no va a ser posible, no puedes entrar.

Aprieto los puños, juro que hoy soy capaz de desafiar a quien sea si con eso salvo a mi madre.

—Apártate ahora y prometo que seré gentil.

Gastón se echa a reír.

—Gaia, no te busques problemas, el Rey Emyr está reunido con el mensajero del reino de Stormwolf para ultimar detalles sobre el matrimonio de la princesa Parisa con el Rey de ese lugar. Me dio órdenes expresas de que no podía permitir que nadie los interrumpiese.

—No lo entiendes, mi madre… hoy era su operación, pero Parisa… —chasqueo la lengua con frustración—… por favor, déjame hablar con él, o al menos dale el mensaje.

Gastón rueda los ojos, no me quiere hacer el favor, pero al menos parece tener un poco de empatía.

—Espera aquí.

La ansiedad me carcome, camino de un lado a otro pensando que mi madre ya podría estar muerta para entonces. Gastón regresa pocos minutos después.

—¿Y bien?

—La atención de una sirvienta se considera algo de poca importancia, el Rey no pondrá por encima de Parisa a una sirvienta, así que no, no habrá médicos para tu madre hoy.

Quiero gritar, chillar que es un maldit0 desgraciado. Nunca me ha reconocido, nunca aceptará que soy su hija, pero al menos pensé que se conmovería por la mujer que fue suya al menos una vez.

Salgo corriendo hacia la habitación de mi madre, las lágrimas empañan mis ojos impidiéndome ver el camino. Nos tratan como menos que animales, menos que basura.

Nunca valdré nada en este lugar.

Entro con cuidado en la habitación, pero ella me escucha aunque no sé cómo. Me arrodillo a su lado dejando caer mi cuerpo con la derrota sobre los hombros.

—Perdóname mamá, perdóname —suplico.

—Todo está bien Gaia, yo ya acepté mi destino —susurra sin fuerzas.

—No quiero perderte, mamá… —sollozo. Ella toma mis manos y me hace acostar a su lado. La envuelvo en mis brazos y lloro como cuando era una pequeña niña y le tenía miedo a la oscuridad.

—Gaia, tengo que decirte algo importante.

—¿Qué es, mamá? —pregunto mirándola a los ojos.

De pronto, ella se queda mirando al infinito, su mano se aferra con fuerza a la mía y su cuerpo se pone tan tenso como una piedra.

—¿Mamá? ¿Mamá qué tienes?

—Gaia… tú no eres…

En ese momento mi madre afloja su agarre, cierra los ojos y exhala su último aliento. Puedo sentir el pulso disminuido de las venas en sus muñecas hasta que ya no late más.

—¿Mamá? ¡Mamá no me dejes!

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