Alfa Gaia: La Concubina Secreta del Rey
Alfa Gaia: La Concubina Secreta del Rey
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: DARÍA MI VIDA POR TI, MADRE

CAPÍTULO 1: DARÍA MI VIDA POR TI, MADRE

Gaia

Una terrible enfermedad aqueja a mi madre desde hace varios meses y los doctores solo me dan la esperanza de que sobrevivirá si reemplazamos su riñón, pero algo así es muy arriesgado, la medicina del palacio es la más avanzada y aun así, el procedimiento podría no funcionar.

Me acerco a su lado y tomo su mano suavemente, ella a penas y puede voltear a mirarme.

—Mamá, mamá, es posible. Te donaré mi riñón y te pondrás mejor —susurro conteniendo las ganas de llorar al verla así. Dejo un suave beso en su frente, ella me sonría con dulzura.

—Gaia, hija, no es necesario que hagas esto, yo… —hace una mueca de dolor, sé que está sufriendo—… ya estoy por morir.

—No, no. Me niego a que eso pase. El Rey me dio el visto bueno para hacer esto, dijo que me daría a los médicos necesarios para curarte, así que no te preocupes por nada, mejor descansa.

La gente en el castillo corre de aquí para allá, agitados y en preparativos, pero nada de eso es por mí o mi madre. Ella y yo solo somos unas sirvientas en el castillo, a pesar de mi estatus de hija ilegítima del mismo Rey de Miridian. En realidad todo este alboroto es porque al parecer, un Rey de otro reino viene buscando esposa. Por supuesto, será mi hermana mayor la elegida para esa tarea.

Mientras todos corren en dirección a la entrada del palacio para recibir al visir mensajero del reino de Stormwolf; del que nunca había escuchado, yo voy en la dirección opuesta hacia la sala de operaciones donde mi madre ya me espera para el trasplante.

El médico me recibe al igual que el resto del equipo y me dan una ropa especial para colocarme, ya me ha explicado el procedimiento y asegura que no sentiré dolor, aunque no me importaría sufrir si con eso salvo a mi madre.  

Un metal frío me recibe erizando cada vello de mi piel. Ella se encuentra a mi lado, nos damos las manos un momento, antes de que la anestesia comience a hacer efecto en mi cuerpo.

—Nos veremos del otro lado, madre.

Ella asiente con una sonrisa, sé que está nerviosa, pero no puede impedir que le dé parte de mí si con eso consigo tenerla conmigo un poco más. Tal vez sea egoísta de mi parte desear algo así, mas, no puedo perderla.

Cierro los ojos y antes de caer en la inconsciencia, le rezo a Dios porque esto resulte. «Por favor, no la dejes morir».

En la oscuridad de mis sueños no siento dolor, todo parece un mar de negro, hasta que de pronto veo a lo lejos una figura de cuatro patas. Pronto me doy cuenta de que es un lobo blanco, me da la espalda, pero al percatarse de mi presencia, se voltea directamente hacia mí. Debería sentir miedo, pero, lejos de eso, el lobo blanco me hace sentir tranquila. Su intensa mirada de ojos azules se fija en la mía y un extraño magnetismo me hace desear acercarme al majestuoso animal.

Estiro mi mano para alcanzar su suave pelaje, sin embargo, el lobo comienza a alejarse más y más de mí, hasta que…

—¡Mamá! —exclamo. Abro los ojos de golpe e intento sentarme, pero entonces siento un dolor punzante en mi abdomen que me hace volver a acostarme en la camilla. Miro a todos lados sintiéndome confundida, ¿dónde están todos?

La sala se encuentra vacía, me han dejado aquí a la deriva y mi madre no se encuentra por ningún lado.

—¡Hola! ¡Ayuda, por favor! —grito. Los minutos pasan, pero nadie viene.

No sé qué ocurre, simplemente tengo el presentimiento de que algo no está bien. Hago el intento de volver a sentarme, el dolor en mi abdomen es ligero, pienso que no podré hacerlo, mas, con mucha dificultad consigo sentarme en la camilla. Reviso el lugar que me duele y, como esperaba, tengo una venda que sin dudas debe cubrir una sutura.

—Ya debieron operar a mi madre, tengo que ir a buscarla —digo para mí misma.

Sentarme en la camilla fue una cosa, pero jamás imaginé que levantarme y andar fuese a convertirse en una tarea titánica. Acabo arrodillándome en el piso a causa del dolor. No lo entiendo, ¿por qué me dejaron aquí?

Con todas mis fuerzas consigo llegar a la entrada, la venda que cubre mi herida empieza a sangrar, pero no me importa. Afuera tampoco hay nadie, lo que me hace pensar que quizá ocurrió algo malo.

La angustia por saber qué pasó con mi madre me impulsa a llegar hasta su habitación. Cuando entro le encuentro allí acostada, con un semblante peor que antes.

—¡Mamá! —exclamo.

Ella despierta y con sus pocas fuerzas eleva su mano hacia mí.

—Gaia… no resultó.

Mi corazón da un vuelco, no puede ser, esto debe ser una pesadilla, o parte de un sueño angustiante del que pronto voy a despertar.

—No, madre, ¿qué estás diciendo? Eso no puede ser.

—No te sacaron el riñón, Gaia. Detuvieron la operación antes de que pudiesen hacerlo.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunto con angustia.

—No lo sé, creo que… ya no hay nada que salvar dentro de mí.

Esta vez no puedo contener las lágrimas, dejo que se derramen por mis mejillas mientras me aferro a su mano con fuerza.

—No, no digas eso, todo va a estar bien. Iré a traer a esos doctores aquí y así tenga que obligarlos, te operarán.

Mi madre, Liora, empieza a negar con la cabeza insistentemente.

—No, Gaia. Puedo sentirlo, ya no me queda mucho tiempo. Hija, por favor, escúchame, tengo que decirte algo importante.

—No mamá, no digas que vas a morirte porque no lo soportaría, por favor —suplico.

Dos lágrimas escapan de sus ojos, me suelta la mano para acariciar mi mejilla con un gesto maternal.

—Mi dulce Gaia, mi princesa...

Sostengo su mano entre la mía con ternura.

—No me digas así, sabes que nunca seré una princesa de verdad.

—Para mí siempre lo serás. Tienes que ser fuerte, debes reponerte y… Gaia, tienes que saber la verdad.

Abro los ojos, sin comprender a qué se refiere mi madre. Tengo miedo de que estas sean sus últimas palabras, de que esta sea la despedida a la que tanto le he huido. Niego una vez más, y limpio mis lágrimas con determinación en la mirada.

—No, no me lo dirás ahora. Me lo dirás después de que hayas recibido mi riñón. Espera aquí, iré a buscarlos.

—NO, Gaia, no —dice mi madre, pero yo no le hago caso. Salgo corriendo, sin cuestionarme cómo es que de pronto ya no siento dolor en la herida de mi abdomen, y llego hasta la zona del palacio que ya no pertenece al ala del hospital.

Pronto me doy cuenta de que parece ser que todos se encuentran en el ala de las habitaciones, más específicamente, donde duerme mi hermana mayor.

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