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CAPÍTULO 3: EL CAMBIO DE COLOR EN MIS OJOS

CAPÍTULO 3: EL CAMBIO DE COLOR EN MIS OJOS

Gaia

Unos cuántos días después…

Descargo contra el piso mis frustraciones. El cepillo acaba por abrirse en dos mitades y sin darme cuenta he tallado tanto que la madera ha comenzado a rayarse. Los brazos me arden y siento las manos acalambradas. Suelto el cepillo un momento y exhalo un profundo suspiro.

Han pasado cuatro días desde la muerte de mi madre. No pude evitarlo, ella simplemente murió en mis brazos y a nadie le importó.

Solo las sirvientas del castillo me ayudaron a darle una sepultura digna en el panteón detrás del palacio. Pensé que el Rey me daría aunque fuese algunas condolencias, pero ni siquiera se ha aparecido por el pasillo de casualidad para decirme que lamenta la muerte de mi madre.

Todos siguen muy ocupados en lo del fulano matrimonio con ese Rey que nadie ha visto nunca.

Derramo un poco de agua en el piso para seguir tallando del otro lado. Intento no pensar demasiado en Liora, porque si lo hago, inundaré el suelo, pero con mis lágrimas.

Estoy tan concentrada en mi tarea que no reparo en la persona que viene avanzando por el pasillo a mis espaldas sino hasta que escucho su grito agudo y un alboroto en la mesa decorativa que se encuentra allí.

Me levanto de inmediato para intentar ayudar a Parisa a evitar que se caiga, pero ella me aparta la mano con desprecio.

—¡Mira lo que haces! ¡Tonta! —exclama.

Nos encontramos solas en este lugar, algo que ella siempre aprovecha.

—Lo siento Parisa.

—¿Cómo me dijiste? Soy la princesa Parisa, para ti. No te atrevas a tutearme como si estuvieses a mi nivel.

—Como diga, princesa —respondo apretando los dientes.

Usualmente dejo que ella me humille como quiera, pero hoy es mi cumpleaños, hoy por fin cumplo dieciocho años y solo estoy deseando irme de aquí para siempre.

—Eres una estúpida, no sabes hacer bien tu trabajo, por poco me matas.

—O tal vez deberías ver por donde vas —susurro. No obstante, no estamos tan lejos como para que no me escuche.

—¿Qué has dicho? —cuestiona acercándose a mí. Parisa siempre ha sido guapa, pero cuando me ve así con sus ojos verdes desbordados, ni siquiera lo blanco de su piel o el cabello castaño la hacen ver bien.

—Nada, yo…

—¡Oh, no! Te escuché perfectamente, bastarda. —De pronto Parisa me empuja con violencia. No puedo evitar la caída, y menos la patada que me da directo en el costado provocándome un dolor insoportable.

Acto seguido, derrama el balde con el agua sucia que estaba a su costado y me mira con la burla pintada en su rostro.

—Puedes limpiarlo con tu propia ropa, bastarda. Reconoce cuál es tu lugar. Solo tu mami te podía defender, pero ahora estás sola, así que no creas que mi padre hará algo por ti.

Agacho la cabeza conteniendo la furia que se apodera de mí. Nunca me había sentido de esta manera, es como si todo se tiñera de rojo a mi alrededor y juraría que un instinto asesino se apodera de mi raciocinio. He soportado durante años sus humillaciones, pero burlarse de la muerte de mi madre en un límite que no estoy dispuesta a dejar pasar.

Levanto la mirada hacia ella y en ese momento, no sé si es por la furia que me domina o cuál es la razón de su reacción, pero Parisa borra la sonrisa de su rostro y retrocede dos pasos como si me tuviera miedo.

Me levanto lentamente en silencio sin apartar mis ojos de ella, todo lo que quiero en este momento es matarla por decir tantas estupideces, me cansé, me harté de dejar que todos en este lugar me traten como basura.

Siento como si fuese una fiera herida a la que acaban de amenazar, y no me importa si me llevan a la horca, juro que estoy dispuesta a arrancarle esa maldit4 sonrisa del rostro.

—Gaia, t-tus…

—Te vas a arrepentir de…

Antes de que pueda terminar de hablar, Gastón aparece de la nada en el pasillo. Por fortuna detrás de mí, porque no sé cuál habría sido su reacción si me hubiera mirado. Rápidamente agacho la cabeza y me recompongo. No me había dado cuenta de que estaba en una posición de ataque.

—Princesa Parisa, aquí está. La he buscado por todas partes, su padre solicita su presencia en el salón del trono ahora mismo.

—Ah… e-está bien, iré enseguida —dice con un tono más dócil.

¿En serio me veía tan amenazante?

Ella da media vuelta para seguir el camino hacia el trono, sin embargo, Gastón vuelve a hablar.

—Ah, a ti también Gaia, de hecho quiere verlas a las dos —añade.

Parisa gira sobre sus talones al haber escuchado lo que dijo.

—¿Qué? ¿Cómo que a ella también?

—Esas fueron sus órdenes —aclara Gastón encogiéndose de hombros.

Evito levantar la cabeza, porque tengo la sensación de que algo no anda bien conmigo. La furia todavía no se disipa.

—Está bien, iré enseguida —respondo con voz sumisa.

Parisa camina delante de mí a toda prisa para llegar primero, al igual que Gastón quien le sigue el paso de cerca. En ese momento levanto la mirada y me encuentro con mi reflejo en el espejo que se encuentra sobre la mesa decorativa.

Mi propio reflejo me asusta, porque, por un breve segundo, veo mis ojos cambiar de color de un intenso azul brillante a mi tono habitual marrón oscuro. El cambio es tan rápido que por un momento creo que he alucinado, pero algo me dice que no es así, porque estoy segura de que Parisa también vio el cambio de color en mis ojos.

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