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CAPÍTULO 7: YA NO ERES VIRGEN, HERMANITA

CAPÍTULO 7: YA NO ERES VIRGEN, HERMANITA

Gaia

Un fuerte dolor de cabeza me hace despertar de mi letargo. Cuando abro los ojos mi visión se ve borrosa, pero poco a poco comienzo a recuperarla. Me siento en la cama, adolorida y con una sensación extraña en mi cuerpo. Volteo a mi alrededor y entonces caigo en cuenta de que me encuentro en una cama.

Es en este momento que realmente despierto, observo la cama echa un desastre, mi ropa hecha trizas en el suelo y yo… observo mi cuerpo desnudo, cubierto solo con las sábanas blancas y la sensación de mi entrepierna húmeda y ultrajada.

—No… no, esto no puede estar pasando —digo entrando en pánico.

Me levanto de un salto de la cama y rebusco en la habitación, pero no hay nadie conmigo.

—No puede ser, no puede ser, ¿qué diablos pasó anoche? ¿Qué hice?

Mi corazón late acelerado, llena de pánico y miedo. Corro al baño y me echo el agua fría de los baldes sin importar que me congele la piel. Mientras tallo con insistencia los recuerdos llegan lentamente a mi memoria… el balcón, el hombre misterioso de ojos azules…

—¡Dios mío! ¡Me acosté con ese hombre!

Cubro mi boca con las manos, sin poder creer que yo haya hecho algo así, ¿qué me pasó? ¿Por qué diablos hice algo como eso?

Las lágrimas se arremolinan en mis ojos sin que lo pueda controlar. No puede ser que haya arruinado mi oportunidad de ser libre, pude haberme ido para siempre de este castillo, pero ahora…

“Ahora nada, fingirás que nada pasó y te irás”, dice una voz en mi cabeza.

—Sí, es verdad, tal vez no se den cuenta de que ya no soy virgen —digo para mí misma, tratando de disfrazar la situación.

El Rey Emyr dejó muy claro que ellos lo sabrían, por eso no escogió a Parisa.

Salgo del baño y consigo un vestido sencillo que se encuentra en el cuarto para poder salir. Se supone que partiré a media mañana hacia el reino de Stormwolf. Debo calmarme y mantener las apariencias hasta entonces.

Limpio mis lágrimas y abro la puerta con sumo cuidado. No hay nadie en el pasillo pues parece que todos están limpiando el salón de fiestas por lo de anoche. Me pregunto si se habrán dado cuenta de que me desaparecí.

De alguna forma logro llegar a mi habitación sin que nadie se dé cuenta. Cierro la puerta tras de mí y suspiro de alivio apoyándome contra la pared.

—Buenos días, hermanita.

Pego un grito que sale de lo profundo de mi garganta. No esperaba que Parisa estuviese ahí sentada en el sofá, esperando por mí.

—¡Demonios, Parisa! ¿Qué haces aquí?

—Te estaba esperando, ¿no es obvio? Anoche te desapareciste.

—Ah… no, solo me dio sueño y me fui a dormir, es todo.

—Una lástima, no pudimos anunciarte como la anfitriona de la fiesta, pero la gente se la pasó muy bien, aunque todos se cuestionaban por qué habías sido tú la elegida y no yo.

—Me alegro de que haya salido bien —le digo con una sonrisa falsa.

Parisa me evalúa de arriba abajo, por más que quiera ocultar el vestido roto en mis manos, no puedo esconderlo.

—¿Qué le pasó a tu vestido?

—S-se me rompió —invento—, se atoró en una rama y tuve que cambiarme.

Me doy cuenta de que hay algo en su mirada, un destello de malicia y una sonrisa burlona en sus labios, como si supiera lo que pasó. De todas las personas, ella es quien menos debe enterarse de esto, de otro modo, estoy frita.

—Mmm, interesante, yo habría pensado que tal vez te lo había arrancado un hombre.

—¿Qué?

Parisa se pone de pie y avanza hasta donde me encuentro. Intenta arrancarme el vestido, pero yo lo aparto; aunque no por mucho. Logra arrebatármelo de las manos y enseguida se da cuenta de que esa rotura no pudo haberla hecho una rama.

—No es lo que crees —digo apresuradamente.

—Por supuesto que es lo que creo. Ya no eres virgen, hermanita.

—¿Q-qué? N-no, claro que lo soy, ¿por qué dices eso?

—Vamos Gaia, no intentes ocultar lo obvio. Sé muy bien lo que hiciste anoche con ese hombre desconocido. Aunque debo reconocer que, de todos los que estaban en la fiesta, escogiste al que se veía más… apetecible.

—No sé de qué estás hablando —niego, y lo seguiré negando hasta el final.

—Claro que lo sabes, pequeña put4 —dice tomándome del brazo—, yo me encargué de que eso sucediera.

Aparto mi mano de ella con la mirada desconcertada. ¿Qué está diciendo?

—¿Qué tú qué? ¿Qué hiciste?

Parisa sonríe de oreja a oreja. Toda esa fachada de la hermana arrepentida se cae en un segundo. Debí saber que había intenciones ocultas detrás de su mentira, nunca debí confiar en ella.

—Simplemente te quité la única cosa que te hacía útil. Ahora solo eres una pobre bastarda joven y desvirgada. —Suelta una carcajada y vuelve a mirarme con desdén.

El nudo en mi garganta vuelve a emerger, las lágrimas me corren por las mejillas, pero más que decepcionada y traicionada, me siento furiosa.

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto?! ¡¿Por qué me odias tanto?!

Parisa me da una bofetada con el dorso de su mano que deja mi cara enrojecida.

—Porque una asquerosa bastarda como tú no va a convertirse en la reina de nada. Mucho menos antes que yo. Buena suerte con tu examen de virginidad en Stormwolf. Vamos a ver cuánto demoran en echarte a patadas como lo que eres: una basura.

Parisa sale de la habitación sabiéndose victoriosa. Caigo de rodillas en el suelo y dejo que el llanto sin control se apodere de mí. Pensé que había sido una tonta que se dejó llevar, pero ahora sé que no fue mi culpa.

Sin embargo, nada de eso importa, si en Stormwolf se dan cuenta de mi nueva condición, me echarán.

Me quedo llorando hasta que mis lágrimas se secan, encogida en mi propio cuerpo sin saber qué hacer. Me entregué a un desconocido y ahora ni siquiera sé qué futuro me espera.

“No seas tonta Gaia, levántate, ve a ese reino, y si no funciona, de todos modos podrás irte para siempre de Miridian”.

De nuevo, esa voz en mi cabeza, a veces pienso que estoy loca, porque no creo que mi propia conciencia me conteste de esa manera. Aun así, la voz es la única con sentido común.

Sea cual sea el resultado, es mil veces mejor que estar aquí. Acabo arreglando mis cosas, me cambio de ropa y a la media mañana estoy lista para tomar el carruaje que me llevará a un destino incierto, pero nuevo.

Mientras me subo al carruaje, observo a Parisa mirarme con una sonrisa burlona mientras me dice adiós con la mano. Le sostengo la mirada y de pronto ella se detiene. Ojalá no la vuelva a ver nunca más, porque nada podría ser peor que esto, ¿o sí?

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