—Mierda —murmura entre dientes—. Nada sale como quiero. Esa víbora de Chiara... no quiero solo matarla. Necesito hacerle sentir el mismo dolor que le causó a mi mujer. Los hombres se miran entre sí, desconcertados. ¿Su mujer no era Chiara?. *** El ambiente es sofocante, cargado de humedad y un he
—Lo siento, ha perdido al bebé. Las palabras del doctor golpean a Alaric como un mazazo. Pasa una mano por su rostro, sintiendo cómo el hastío le cala los huesos. No era su hijo, lo sabe, pero jamás habría deseado este desenlace. —¿Sabe la causa?. El doctor revisa su tabla antes de responder. —N
—¡No miento! ¡El hijo era tuyo!. Las palabras de Margaret se quiebran en el aire, pero Alaric ya no la escucha. Da media vuelta y sale de la sala sin mirar atrás. Es inútil intentar sacarle la verdad. Obligar a la sirvienta a confesar será mucho más sencillo que arrancar la verdad de los labios de
La enfermera sale de la sala y Artem fija la mirada en la puerta que se cierra tras ella. Se ha ido. Sin perder tiempo, dirige su atención a sus hombres. —Ni se les ocurra —gruñe, incorporándose lentamente—. Será mejor que no me detengan si no quieren perder una mano. —Pero, señor… —¿Me estás cue
—¿Locuras? Hablo en serio. Si estás conmigo, estarás a salvo. —Tú eres el peligro —le espeta, frunciendo el ceño—. ¿No te das cuenta? Todo esto fue por ti. Incluso Aisling salió perjudicada. Y en parte, es mi culpa por involucrarme con alguien como tú. Sus palabras caen como un balde de agua fría,
Con esa orden, Alaric abandona el calabozo, ignorando los gritos desgarradores de la mujer. Su caminar es firme, su expresión imperturbable, mientras regresa a la mansión como si nada hubiera ocurrido. Cuando entra al salón, Alaric encuentra a la señora Elena acompañando a su abuela Zelda, ambas se
|Dorothea Weber| —¿Qué está pasando aquí?. La voz de mi madre me arranca del sueño como un balde de agua helada. Mi corazón trepa hasta la garganta cuando veo a Artem todavía acostado a mi lado. ¿Este imbécil nunca se fue? Los ojos de mis padres me atraviesan como dagas envenenadas. Trago saliva
—¿Nos está amenazando? —pregunta mi padre, temblando de furia. —Informando, que es diferente —Artem se gira hacia mí, toma mi mano y la besa frente a ellos. Yo estoy a punto de desmayarme—. Más adelante seremos marido y mujer. Mi madre no soporta más y cae desmayada. Mi padre corre a socorrerla, l