—¡No miento! ¡El hijo era tuyo!. Las palabras de Margaret se quiebran en el aire, pero Alaric ya no la escucha. Da media vuelta y sale de la sala sin mirar atrás. Es inútil intentar sacarle la verdad. Obligar a la sirvienta a confesar será mucho más sencillo que arrancar la verdad de los labios de
La enfermera sale de la sala y Artem fija la mirada en la puerta que se cierra tras ella. Se ha ido. Sin perder tiempo, dirige su atención a sus hombres. —Ni se les ocurra —gruñe, incorporándose lentamente—. Será mejor que no me detengan si no quieren perder una mano. —Pero, señor… —¿Me estás cue
—¿Locuras? Hablo en serio. Si estás conmigo, estarás a salvo. —Tú eres el peligro —le espeta, frunciendo el ceño—. ¿No te das cuenta? Todo esto fue por ti. Incluso Aisling salió perjudicada. Y en parte, es mi culpa por involucrarme con alguien como tú. Sus palabras caen como un balde de agua fría,
Con esa orden, Alaric abandona el calabozo, ignorando los gritos desgarradores de la mujer. Su caminar es firme, su expresión imperturbable, mientras regresa a la mansión como si nada hubiera ocurrido. Cuando entra al salón, Alaric encuentra a la señora Elena acompañando a su abuela Zelda, ambas se
|Dorothea Weber| —¿Qué está pasando aquí?. La voz de mi madre me arranca del sueño como un balde de agua helada. Mi corazón trepa hasta la garganta cuando veo a Artem todavía acostado a mi lado. ¿Este imbécil nunca se fue? Los ojos de mis padres me atraviesan como dagas envenenadas. Trago saliva
—¿Nos está amenazando? —pregunta mi padre, temblando de furia. —Informando, que es diferente —Artem se gira hacia mí, toma mi mano y la besa frente a ellos. Yo estoy a punto de desmayarme—. Más adelante seremos marido y mujer. Mi madre no soporta más y cae desmayada. Mi padre corre a socorrerla, l
Entramos. Gerd se queda afuera con los hombres de Artem, vigilando. Saco la grabadora del bolsillo y se la entrego sin ceremonia. —¿Y esta cosa qué es? —pregunta con acidez, examinándola como si fuera una bomba—. No estoy para jueguitos. —Escúchala —ordeno—. Tu esposa está en manos de alguien más.
Me congelo. Quiero creer que es un malentendido, que Tom no sería capaz de semejante traición. Pero su expresión de culpa lo dice todo. Ni siquiera tiene el valor de mirarme. —Tom —me acerco a Artem y lo obligo a soltarlo—. ¿Fuiste tú todo este tiempo? Mírame y dilo de frente. Tom mantiene la mira