|Dorothea Weber| —¿Qué está pasando aquí?. La voz de mi madre me arranca del sueño como un balde de agua helada. Mi corazón trepa hasta la garganta cuando veo a Artem todavía acostado a mi lado. ¿Este imbécil nunca se fue? Los ojos de mis padres me atraviesan como dagas envenenadas. Trago saliva
—¿Nos está amenazando? —pregunta mi padre, temblando de furia. —Informando, que es diferente —Artem se gira hacia mí, toma mi mano y la besa frente a ellos. Yo estoy a punto de desmayarme—. Más adelante seremos marido y mujer. Mi madre no soporta más y cae desmayada. Mi padre corre a socorrerla, l
Entramos. Gerd se queda afuera con los hombres de Artem, vigilando. Saco la grabadora del bolsillo y se la entrego sin ceremonia. —¿Y esta cosa qué es? —pregunta con acidez, examinándola como si fuera una bomba—. No estoy para jueguitos. —Escúchala —ordeno—. Tu esposa está en manos de alguien más.
Me congelo. Quiero creer que es un malentendido, que Tom no sería capaz de semejante traición. Pero su expresión de culpa lo dice todo. Ni siquiera tiene el valor de mirarme. —Tom —me acerco a Artem y lo obligo a soltarlo—. ¿Fuiste tú todo este tiempo? Mírame y dilo de frente. Tom mantiene la mira
|Artem Zaitsev| Un golpe tras otro con el puño de hierro. La sangre salpica como una obra de arte macabra, y el rostro del tipo queda reducido a una masa amorfa. Apenas un calentamiento, un preludio de lo que quiero hacerle. Pero entonces miro a Alaric. Su expresión: fría, contenida. ¿De verdad si
—¿No tienes idea de quiénes son esos tipos enmascarados? —pregunta Alaric, su mirada perdida en el vacío. —Ni la más mínima idea. Nunca los había visto. —Yo vi a uno de ellos. Parecía ser el jefe —confiesa, y alzo una ceja, interesado a pesar de mí mismo—. Llevaba capucha y una máscara de gas. De
—Pueden beber. Relájense un poco —digo, levantando mi vaso con una sonrisa ladeada—. No sean tímidos. Hoy estoy de buen humor. Al principio, se miran entre ellos, dudosos, como si esperaran que fuera una trampa. Pero finalmente ceden, sirviéndose tragos con rapidez. La tensión comienza a disiparse
Toman también a Margaret, quien se revuelve como un animal. Llora, suplica, lanza golpes y arañazos desesperados, aferrándose a cada prenda como si con eso pudiera salvarse. Pero la resistencia solo alimenta el morbo. Hambrientos y sedientos, le arrancan la ropa en jirones hasta dejarla desnuda. L