Sonidos de balas, gritos, golpes. Todo se desvanece en un eco lejano. Las heridas arden, la arena incrustada en la carne viva quema, pero por un instante el dolor se extingue. Los ojos se cierran, y la oscuridad lo envuelve todo. El aire está cargado de látex, alcohol y desinfectante. Frío, cortant
*** La mansión Kaiser es un caos desde que ayer se supo lo ocurrido con Aisling y Dorothea. Han mantenido todo oculto a Zelda, quien no ha dejado de preguntar por Alaric, pero el miedo a empeorar su salud ha silenciado cualquier respuesta. Margaret permanece encerrada en su habitación, consumida p
—Así que al final es una trampa —murmura, con una sonrisa ladeada, sus dedos cerrándose alrededor del frasco—. Margaret lo planeó todo meticulosamente. —Ese bebé no es suyo, señor —alega Gerd, con el ceño fruncido—. Seguramente intercambiaron su medicina esa noche. La sirvienta, con acceso a los ri
—El doctor dijo que está delicada —responde Alonso, con la voz llena de pesar—. Tiene varias fracturas internas. Artem asiente en silencio. No quiere pensar en lo que eso podría significar para Dorothea. Si Aisling está así... Se da la vuelta y sale, sus ojos encendidos de furia recorren a los pre
—Mierda —murmura entre dientes—. Nada sale como quiero. Esa víbora de Chiara... no quiero solo matarla. Necesito hacerle sentir el mismo dolor que le causó a mi mujer. Los hombres se miran entre sí, desconcertados. ¿Su mujer no era Chiara?. *** El ambiente es sofocante, cargado de humedad y un he
—Lo siento, ha perdido al bebé. Las palabras del doctor golpean a Alaric como un mazazo. Pasa una mano por su rostro, sintiendo cómo el hastío le cala los huesos. No era su hijo, lo sabe, pero jamás habría deseado este desenlace. —¿Sabe la causa?. El doctor revisa su tabla antes de responder. —N
—¡No miento! ¡El hijo era tuyo!. Las palabras de Margaret se quiebran en el aire, pero Alaric ya no la escucha. Da media vuelta y sale de la sala sin mirar atrás. Es inútil intentar sacarle la verdad. Obligar a la sirvienta a confesar será mucho más sencillo que arrancar la verdad de los labios de
La enfermera sale de la sala y Artem fija la mirada en la puerta que se cierra tras ella. Se ha ido. Sin perder tiempo, dirige su atención a sus hombres. —Ni se les ocurra —gruñe, incorporándose lentamente—. Será mejor que no me detengan si no quieren perder una mano. —Pero, señor… —¿Me estás cue