Ayer fue un día largo. Fui al hospital a ver a Alonso, y pasé un rato con él y con Marcus. A pesar de lo mal que aún estaba, Alonso trató de sonreír y me dijo que no me sintiera culpable, que esto no era mi culpa, aunque aún no sabía quién lo era. Después de eso, Marcus y yo decidimos ir a un parqu
Sus ojos recorren el lugar, las personas y, finalmente, se detienen en mí. Hay un brillo peculiar en su mirada, y la comisura de sus labios se eleva en una sonrisa cálida. Camina directamente hacia mí mientras las puertas se cierran tras ella. Su perfume, una delicada esencia de camelias, invade mi
—Sí, señora, nos llevamos muy bien —respondo, forzando una sonrisa mientras miento a Zelda. Ella nos observa a ambas con afecto y un alivio evidente—. Alaric y ella hacen una excelente pareja. —Me alegra escuchar eso —comenta Zelda, satisfecha—. Aunque Alaric no haya estado presente durante esos la
Intento sentarme, pero no puedo. Un brazo fuerte, cálido, me rodea con firmeza. Giro la cabeza y ahí está él: Artem, profundamente dormido. Su cabello desordenado le cae sobre la frente, y su rostro, perfectamente tallado como una escultura, está relajado. Los ojos cerrados, la respiración tranquila
Me agarra por la barbilla, obligándome a levantar la cabeza para mirarlo. Sus ojos, intensos como siempre, me tienen atrapada. —Espérame aquí —ordena antes de besarme de forma brusca, casi agresiva, como si quisiera dejar claro que sigo siendo suya—. Y no intentes nada, por tu propio bien. Luego s
|Dorothea Weber| Solo salí un momento por curiosidad, pero no esperaba escuchar esas palabras de sus labios. Sabía perfectamente que soy su juguete, su distracción, pero escucharlo tan crudo, tan directo, me ardió más de lo que quiero admitir. Si su esposa ya sabe que me estoy acostando con él, ent
Su lengua se hunde profundamente en mí y me folla. Ahora uso ambas manos para agarrar su cabello, manteniéndolo justo ahí, donde más lo necesito. Mi espalda se arquea y mis caderas se mueven instintivamente, encontrando un ritmo desesperado contra su rostro. Joder, es el demonio del placer. Lo odio.
Al llegar al final de las escaleras, ahí están ellos otra vez: Alaric, su abuela Zelda y Margaret. Desde que Zelda llegó, se han vuelto inseparables, mientras yo me mantengo al margen. Durante las noches ceno en mi habitación con la excusa de que estoy estudiando, lo cual no es del todo falso; siemp