Intento sentarme, pero no puedo. Un brazo fuerte, cálido, me rodea con firmeza. Giro la cabeza y ahí está él: Artem, profundamente dormido. Su cabello desordenado le cae sobre la frente, y su rostro, perfectamente tallado como una escultura, está relajado. Los ojos cerrados, la respiración tranquila
Me agarra por la barbilla, obligándome a levantar la cabeza para mirarlo. Sus ojos, intensos como siempre, me tienen atrapada. —Espérame aquí —ordena antes de besarme de forma brusca, casi agresiva, como si quisiera dejar claro que sigo siendo suya—. Y no intentes nada, por tu propio bien. Luego s
|Dorothea Weber| Solo salí un momento por curiosidad, pero no esperaba escuchar esas palabras de sus labios. Sabía perfectamente que soy su juguete, su distracción, pero escucharlo tan crudo, tan directo, me ardió más de lo que quiero admitir. Si su esposa ya sabe que me estoy acostando con él, ent
Su lengua se hunde profundamente en mí y me folla. Ahora uso ambas manos para agarrar su cabello, manteniéndolo justo ahí, donde más lo necesito. Mi espalda se arquea y mis caderas se mueven instintivamente, encontrando un ritmo desesperado contra su rostro. Joder, es el demonio del placer. Lo odio.
Al llegar al final de las escaleras, ahí están ellos otra vez: Alaric, su abuela Zelda y Margaret. Desde que Zelda llegó, se han vuelto inseparables, mientras yo me mantengo al margen. Durante las noches ceno en mi habitación con la excusa de que estoy estudiando, lo cual no es del todo falso; siemp
—Dorothea, mi mejor amiga, está desaparecida —respondo —. Esta de aquí es su abuela quien ha venido a buscarla porque pensaba que estaba conmigo. —Desaparecida es una palabra muy fuerte —interviene Margaret, con un tono casi burlón—. Seguro está con algún hombre por ahí, divirtiéndose como de cost
—Tenemos que hablar. —No veo qué tengamos que hablar. Suéltame. No creo que quieras que tu abuela nos vea tan cerca —intento zafarme, pero su agarre es firme—. Alaric, por favor. —Sí, tenemos que hablar. De muchas cosas. Hay algo que todavía tengo que... —¿Qué hacen ustedes aquí? —Margaret aparec
|Dorothea Weber| —¿De verdad me dejarás ir? —pregunto, sin ocultar la emoción que se filtra en mi voz. Artem me lanza una mirada de desdén.—¿Cómo quieres que reaccione? Tengo familia, idiota. —Será libertad condicional —responde, poniéndose de pie. Me deja desnuda en la cama—. Vendrás a verme cuan