|Dorothea Weber| ¿Tal vez fue él? Pero no tendría por qué hacerlo, ¿no? Ni siquiera le tocó un puto cabello a Lukas cuando era mi novio. Si Artem de verdad fue quien le puso una mano encima a Alonso, sería un niñato infantil con serios problemas en la cabeza. El tipo tiene más aire que cerebro, per
—No seas un patán, Lukas es un niño comparado contigo. —¿Y lo estás defendiendo? —su tono ahora es ácido, casi burlón. —¿Y qué pasa si lo estoy haciendo? —respondo con la misma mordacidad—. De todos modos, gracias a ti, lo nuestro se fue al carajo. —Yo no sé compartir, Kukla. —Ah, pues qué marav
Aun así, a veces aparece por casa, como hoy. No sé si lo hace porque realmente quiere vernos o porque intenta sentir un poquito de calor familiar, ese del que siempre ha carecido. Nunca ha buscado una mujer ni formado una familia, y no hace falta ser un genio para saber por qué. Seguramente piensa q
—¡Ey, Dorothea! —una voz masculina me saca de mis pensamientos desde la barra. Alzo la mirada y lo veo, levantando la mano para asegurarse de que lo note. Es un viejo amigo con beneficios que hace tiempo no veo. Está en el fondo del bar, rodeado de dos tipos más, cómodos en sillones individuales. S
Zeus cierra la puerta de un golpe seco, su sombra recortándose en la penumbra de la habitación. Los otros dos no pierden tiempo: manos en los cinturones, hebillas que tintinean, miradas como cuchillas que me recorren de arriba abajo. Yo los observo desde la cama, con las piernas cruzadas, las manos
El castaño, por su parte, no se molesta en disimular su desesperación. Se manosea con ansias, esperando su turno como un niño al final de la fila, sus ojos fijos en mí, brillando con una mezcla de admiración y necesidad. —¿Esto es todo lo que tienen? —murmuro, dejando que el sarcasmo gotee de mi vo
—No tienes derecho a irrumpir así, Artem. No eres nadie para meterte en mis asuntos—Las palabras salen afiladas. Por un segundo, el silencio se adueña de la habitación. Luego, un sonido grave, casi gutural, escapa de su garganta. Artem da un paso hacia mí, invadiendo mi espacio personal, tan cerca
—¡Quítate del medio, m*****a sea! —gruñe furioso. —¡No me muevo! —le grito, enfrentándolo con una determinación suicida—. ¡Ya basta, Artem! Déjalos ir. ¿No te dijeron que fui yo quien se les lanzó encima? Si alguien merece el tiro, soy yo, no ellos. Sus ojos chispean con un odio visceral, su mand