—Sí… es demasiado bueno. —Vamos, Lin, anímate. No dejes que el imbécil de Alaric te afecte por lo que pasó en la mesa. Al fin y al cabo, siempre acaba detrás de ti, olvidando que tiene una prometida —me dice, intentando levantarme el ánimo mientras ambas nos ponemos de pie—. Durmamos un poco, que m
Con una mirada mordaz, Margaret lanza un vistazo a Aisling antes de esbozar una sonrisa forzada, fingiendo que nada ha pasado. Esa suavidad insoportable en su rostro vuelve, y todos empiezan a comer como si no acabáramos de presenciar una escena incómoda. Pero momentos después, sucede lo peor. No p
Ambas bajamos del auto, y tocamos el timbre de la casa. Thea sigue absorta en su teléfono, intentando sin éxito que su novio le responda. Una mujer adulta, de ojos curiosos y una calidez que tranquiliza, nos abre la puerta con una leve sonrisa. Nos observa de arriba a abajo, como tratando de adivin
—No quiero que me pidas disculpas, no has hecho nada malo —lo interrumpo rápidamente—. ¿Sabes? Pienso que, en parte, me merezco que haya jugado así conmigo, porque yo, sin querer, también te estaba haciendo daño a ti, aunque nunca fue intencional… solo que no dije las cosas a tiempo. —No digas eso
|Dorothea Weber| ¿Por qué no responde? Me cansé de hacerle llamadas, de enviarle mensajes, de buscarlo en cada rincón de mi celular, como si con cada intento fallido mi frustración creciera. No sirve de nada cuando él, por alguna razón, simplemente decide ignorarme. Me preocupo, una sensación de a
Un escalofrío helado me recorre, golpeándome como un puño en el estómago. ¿Lo mató? ¿Se atrevió a ponerle un dedo encima? Mis manos empiezan a temblar con solo imaginarlo, el miedo clavándose en mí como un veneno que no me deja pensar con claridad. Respiro hondo, obligándome a calmarme. No puedo en
—¿Crees que voy a dejarte ir tan fácil? —gruñe en mi oreja, venenoso—. No te puse esta trampa solo para verte salir así como así, Kukla. Antes de que te vayas, permíteme meter mi necesitada polla en tu pequeño coño, ¿qué dices?. Su pecho sigue apretándose contra mi espalda, y aunque intento moverm
—Besas muy bien, Artem —le suelto con una sonrisa sarcástica—, pero sigues siendo un casado empedernido. Además, eres un atrevido de primera. No respetas ni los límites más básicos. Cuando intenta enderezarse, probablemente para matarme aquí mismo con sus propias manos, se detiene en seco, los ojos