—¿Qué demonios, Aisling? —gruñó, deteniendo sus pasos. —Tú sigue caminando. —Sí, pero suéltame la oreja —protestó, sintiendo un dolor punzante, pero también cierta estimulación—. Vamos, deja eso. —Son mordiscos de amor —susurró con diversión—. Anda, camina. —Eso duele, ¿sabías? —continuó con la
A la mañana siguiente, Aisling hizo un intento fallido de levantarse de la cama, todavía somnolienta y con un terrible dolor de cabeza. Pero no pudo hacerlo debido a un fuerte agarre alrededor de su estómago. Abrió los ojos ampliamente, parpadeando ante la luz de la mañana. Quiso volver a moverse,
Fuera de la suite, un Transfer privado los esperaba. Un chófer aguardaba junto a las puertas traseras. Aisling subió primero, seguida de Alaric, quien, una vez dentro, la hizo sentarse sobre sus piernas, aprisionándola con sus brazos, como si temiera que se escapara en cualquier momento. El automóv
—Es perfecto —respondió ella en voz baja, cerrando los ojos por un momento, disfrutando de la calidez de ese abrazo y de la tranquilidad que la envolvía en ese espacio. —Hoy sí puedes usar el traje de baño —le dijo—. Estaremos solo nosotros dos. —¿Y los hombres de antes? ¿Y Gerd con los guardaespa
El día pasó volando. Aisling y Alaric disfrutaron juntos en el jacuzzi, contemplando el paisaje marino mientras ella, casi a regañadientes, lo convencía de tomarse varias fotos juntos. Saborearon comidas exquisitas, y el tiempo se esfumó como si fuera un suspiro. Al caer el sol, Aisling se preparab
Aisling gimió, y para sorpresa de Alaric, presionó sus caderas contra su erección a través de la fina tela de los pantalones. La fricción le provocó una descarga de placer que recorrió su espalda como alfileres encendidos. Eso le encantó, su pequeña estaba aprendiendo. Liberó su boca y se recostó
Aisling quedó tendida sobre la cama, agitada y temblorosa. El orgasmo que acababa de experimentar había sido increíble; la dureza con la que Alaric la había llevado al abismo del placer la estremecía. Sabía que dentro de él había un hombre cariñoso, pero también uno rudo y salvaje, y ella los deseab
Cubriéndose el pecho con una mano, se permitió esbozar una leve sonrisa, consciente de que lo tenía completamente bajo su control. Era su momento. —Dime que me quite las manos —demandó Aisling, con voz suave pero desafiante. —Liebling, no juegues —advirtió Alaric, con los ojos entrecerrados. —No