El día pasó volando. Aisling y Alaric disfrutaron juntos en el jacuzzi, contemplando el paisaje marino mientras ella, casi a regañadientes, lo convencía de tomarse varias fotos juntos. Saborearon comidas exquisitas, y el tiempo se esfumó como si fuera un suspiro. Al caer el sol, Aisling se preparab
Aisling gimió, y para sorpresa de Alaric, presionó sus caderas contra su erección a través de la fina tela de los pantalones. La fricción le provocó una descarga de placer que recorrió su espalda como alfileres encendidos. Eso le encantó, su pequeña estaba aprendiendo. Liberó su boca y se recostó
Aisling quedó tendida sobre la cama, agitada y temblorosa. El orgasmo que acababa de experimentar había sido increíble; la dureza con la que Alaric la había llevado al abismo del placer la estremecía. Sabía que dentro de él había un hombre cariñoso, pero también uno rudo y salvaje, y ella los deseab
Cubriéndose el pecho con una mano, se permitió esbozar una leve sonrisa, consciente de que lo tenía completamente bajo su control. Era su momento. —Dime que me quite las manos —demandó Aisling, con voz suave pero desafiante. —Liebling, no juegues —advirtió Alaric, con los ojos entrecerrados. —No
—Eres perfecta —arrulló él. El orgullo la atravesó como una bala, y redobló sus esfuerzos mientras él se hundía en su garganta. Los ojos de Aisling se llenaron de lágrimas y un ligero dolor apareció en su mandíbula. «¿Cómo voy a seguir haciendo esto?», pensó. Todavía no se acostumbraba. Sentía
Sus respiraciones se mezclaban en el aire, entrelazándose con cada embestida. Cuando él se movía, sus labios rozaban los de ella en cada vaivén, mientras una punzada de dolor profundo se transformaba en una palpitación intensa, como una magulladura en lo más hondo de su ser. Aisling eligió concentra
Sus antebrazos estaban tensos, el cuello marcado por la fuerza que ejercía, y su mandíbula parecía al borde de quebrarse. Verlo así, desmoronándose dentro de ella, le despertó algo nuevo. El placer se intensificó, y con ello, un deseo creciente. Le gustaba verlo perder el control, sí, pero ahora que
Aisling no podía moverse. Sus articulaciones ardían de dolor, y su entrepierna aún más. La luz que se filtraba por el tragaluz y los ventanales le resultaba insoportable, así que se esforzó por incorporarse en la cama, aunque su cuerpo apenas le respondía. Alaric yacía a su lado, con un brazo desca