Por su parte, Alaric estaba al borde de perder el control. Sentía una presión insoportable en su cuerpo, como si tuviera una roca incrustada entre los pantalones, y resistirse solo le causaba más dolor. La tentación se encontraba justo a su lado, el aroma a vainilla flotaba en el aire, impregnando l
La luz de la mañana se filtraba por el ventanal de la habitación. Aisling seguía durmiendo, acurrucada plácidamente, casi encima de su gran oso de peluche humano. Un cosquilleo en su rostro la hizo abrir los ojos. Frente a ella, esos dos abismos negros la observaban detenidamente. Alaric no parpade
—Aisling —La voz profunda de Alaric rompió el silencio, suave pero cargada de advertencia. Ella se quedó inmóvil, su mano aún sobre la piel caliente de su abdomen, sus ojos encontrándose con los de él. Un destello oscuro cruzaba su mirada, y aunque no había reprensión, podía sentir la tensión en el
Aisling lo miró, sus ojos aún fijos en su pene, explorando con la mirada cada centímetro como si intentara descifrar un misterio. No sabía si debía seguir preguntando, pero algo en la forma en que Alaric respiraba le hizo sentir que aún había más por descubrir. No pudo resistirlo. La curiosidad, co
Aisling esbozó una sonrisa maliciosa. Alaric siempre hacía lo que quería con ella, ¿no era esta su oportunidad de vengarse? Parecía sufrir por lo que ocurría, su rostro distorsionado por el placer. Se veía desesperado. —¿Quieres que me detenga? —le preguntó burlona, disfrutando de la situación—. Pe
—Alaric... —murmuró, sin saber si lo hacía para él o para sí misma. —No pares —jadeó él, casi como una súplica, su voz ronca, quebrada por el placer. Aisling obedeció, aumentando el ritmo, sintiendo cómo su propio corazón se aceleraba con la intensidad del momento. Alaric arqueó la espalda, sus ma
No podía creerlo, de verdad había sucedido. Aisling permanecía aturdida, rodeada por una sensación extraña, mientras ambos respiraban con dificultad. Sin embargo, era plenamente consciente de lo que había hecho, lo que había presenciado y aprendido. Soltó el agarre y observó su mano, confusa al no
Aisling arqueó la espalda por instinto, sus ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás. Estaba perdida en el placer, ciega ante cualquier cosa que no fueran esos dedos que la tocaban con tanta precisión entre sus labios vaginales. Por primera vez, sentía lo que era el placer real, puro, innegable.