Aisling arqueó la espalda por instinto, sus ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás. Estaba perdida en el placer, ciega ante cualquier cosa que no fueran esos dedos que la tocaban con tanta precisión entre sus labios vaginales. Por primera vez, sentía lo que era el placer real, puro, innegable.
Agitada, extasiada y completamente deshecha. Así yacía Aisling en la cama, con las piernas abiertas, aún expuesta a la mirada felina de Alaric. Él se levantó frente a ella tras habérsela devorado hasta agotarla, incluso después de que ella alcanzara el clímax. Por primera vez, Aisling experimentó lo
—No, con otro no... —tragó saliva—. Pero eres mi tutor y mayor que yo, entonces... —Entonces nada —la apretó contra su pecho, jadeando cuando una de sus manos subió para sostenerle el cuello con leve presión—. Si te gusta a ti y a mí también, nada más importa, Liebling. Será nuestro secreto de ahor
—Eres mía ahora, Aisling —dijo con voz grave, su mano descendiendo lentamente por su vientre, acercándose a su entrepierna—. Y voy a asegurarme de que lo entiendas cada vez más. No dejó de mirarla mientras su mano se deslizaba con lentitud. Sus dedos encontraron el centro de su deseo nuevamente, ro
Aisling regresó a su habitación envuelta en una toalla, lista para cambiarse. Alaric le había dicho que se preparara para salir a desayunar frente a la playa. Sin embargo, lo último que le importaba en ese momento era salir o hacer algo divertido. Se quedó frente al espejo, su rostro encendido de v
—Qué bonito... —murmuró Aisling, absorta, contemplando el mar. —No has respondido a mi pregunta —le recordó Alaric, su tono firme. —Ah —desvió la mirada hacia él—. No me pasa nada, estoy bien. Es solo que... —intentaba inventar algo rápidamente, ya que los ojos de Alaric parecían penetrar cada pen
—¿Qué te sucede? —Aisling lo enfrentó, con los ojos entrecerrados. Aunque su expresión la desconcertaba, no estaba dispuesta a soportar su mal humor una vez más—. Es normal que hablemos de esto, ¿no? De independizarme. Ya soy mayor de edad. Alaric apretó la mandíbula. No podía permitirse perder el
—Señorita, ¿quiere intentarlo? —le preguntó un anciano con una sonrisa amable cuando llegó al stand—. Tiene tres intentos, ¿se anima?. Aisling asintió emocionada, tomando el rifle de aire que le ofrecía el anciano. El arma era más pesada de lo que esperaba, pero no dejó que eso la desanimara. Esta