Aisling llegó a su habitación y se dejó caer en la cama con un "plof" en el colchón, sonriendo con satisfacción. Había tenido el mejor día de su vida, uno como nunca antes había disfrutado. Abrazó a su oso de peluche y soltó un largo suspiro. Alaric la había llevado a varios lugares de entretenimie
Era ya muy tarde en la noche. Aisling estaba en su cama, envuelta de pies a cabeza entre las sábanas. Apenas había cenado, solo lo hizo porque Gerd insistió, pero no tenía apetito, sabiendo que todo volvía a ser lo mismo con Alaric. Nada mejoraba. Sus ojos empezaban a cerrarse cuando, de repente, l
—Está bien —aceptó. Aisling abrió los ojos, sorprendida—. Te dejaré salir de la mansión cuando volvamos, pero bajo mi horario. Los dos guardaespaldas de siempre te acompañarán a cualquier lugar, sin excepción. —¿De verdad? —se incorporó en la cama, despojándose de la sábana, y lo miró con ojos gran
—Eres increíble —dijo él, su aliento cálido acariciando su piel. La halagaba, y eso la llenaba de confianza. —Tú también —respondió, abriendo los ojos para mirarlo directamente a los ojos. Alaric se detuvo un instante, su mirada fija en la de ella, como si quisiera asegurarse de que estaba bien.
Aisling sonrió con picardía al despertar antes que Alaric y darse cuenta de que estaba acurrucada encima de él, sus brazos envolviéndola con fuerza. Siempre era él quien madrugaba primero y se quedaba observándola mientras dormía, pero esta vez las tornas habían cambiado. Con un gesto travieso, le
—Un cumplido —dijo con firmeza—. Me gusta que conmigo seas diferente. Que pueda ver este lado tuyo que otros no ven. Quiero que sigas siendo así conmigo. El alemán abrió un ojo, observándola por un momento en silencio. Luego, sin decir nada, la atrajo más cerca, su mentón apoyándose en la cima de
—¿Por qué nunca me dijiste que sabías cocinar? —le preguntó, después de unos minutos de saborear la comida. Él levantó la vista de su plato y encogió ligeramente los hombros. —Nunca preguntaste —respondió simplemente, antes de llevarse otro bocado a la boca. Después de terminar la comida, Aisling
Alaric tomó el cuenco del postre de la mesa y guió a Aisling hacia el juego de sofás en el salón de la suite. Dejó el postre sobre la mesita de centro y se giró hacia ella, cuyos ojos reflejaban confusión, sin entender qué estaba planeando él. —Levanta los brazos —ordenó, esta vez con un tono autor