—Aisling —La voz profunda de Alaric rompió el silencio, suave pero cargada de advertencia. Ella se quedó inmóvil, su mano aún sobre la piel caliente de su abdomen, sus ojos encontrándose con los de él. Un destello oscuro cruzaba su mirada, y aunque no había reprensión, podía sentir la tensión en el
Aisling lo miró, sus ojos aún fijos en su pene, explorando con la mirada cada centímetro como si intentara descifrar un misterio. No sabía si debía seguir preguntando, pero algo en la forma en que Alaric respiraba le hizo sentir que aún había más por descubrir. No pudo resistirlo. La curiosidad, co
Aisling esbozó una sonrisa maliciosa. Alaric siempre hacía lo que quería con ella, ¿no era esta su oportunidad de vengarse? Parecía sufrir por lo que ocurría, su rostro distorsionado por el placer. Se veía desesperado. —¿Quieres que me detenga? —le preguntó burlona, disfrutando de la situación—. Pe
—Alaric... —murmuró, sin saber si lo hacía para él o para sí misma. —No pares —jadeó él, casi como una súplica, su voz ronca, quebrada por el placer. Aisling obedeció, aumentando el ritmo, sintiendo cómo su propio corazón se aceleraba con la intensidad del momento. Alaric arqueó la espalda, sus ma
No podía creerlo, de verdad había sucedido. Aisling permanecía aturdida, rodeada por una sensación extraña, mientras ambos respiraban con dificultad. Sin embargo, era plenamente consciente de lo que había hecho, lo que había presenciado y aprendido. Soltó el agarre y observó su mano, confusa al no
Aisling arqueó la espalda por instinto, sus ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás. Estaba perdida en el placer, ciega ante cualquier cosa que no fueran esos dedos que la tocaban con tanta precisión entre sus labios vaginales. Por primera vez, sentía lo que era el placer real, puro, innegable.
Agitada, extasiada y completamente deshecha. Así yacía Aisling en la cama, con las piernas abiertas, aún expuesta a la mirada felina de Alaric. Él se levantó frente a ella tras habérsela devorado hasta agotarla, incluso después de que ella alcanzara el clímax. Por primera vez, Aisling experimentó lo
—No, con otro no... —tragó saliva—. Pero eres mi tutor y mayor que yo, entonces... —Entonces nada —la apretó contra su pecho, jadeando cuando una de sus manos subió para sostenerle el cuello con leve presión—. Si te gusta a ti y a mí también, nada más importa, Liebling. Será nuestro secreto de ahor