Esta vez, Aisling sentía menos presión que antes. Alaric no estaba siendo brusco; al contrario, ese beso que compartían era lento y tierno. Aunque con cierta torpeza, ella podía seguir el ritmo. Apoyó ambas manos en su pecho cuando él subió una mano por su espalda para acercarla más a él. El lento
—Algo así... —Lo siento —un suave beso aterrizó en su mejilla, cálido y tierno—. Anoche no me fui con ninguna mujer. En realidad, te seguí hasta el restaurante con Gerd, te vi en la playa, y luego volviste a la suite. Yo no lo hice; me quedé en un bar y salí muy tarde de allí. Sabía que no querías
Por su parte, Alaric estaba al borde de perder el control. Sentía una presión insoportable en su cuerpo, como si tuviera una roca incrustada entre los pantalones, y resistirse solo le causaba más dolor. La tentación se encontraba justo a su lado, el aroma a vainilla flotaba en el aire, impregnando l
La luz de la mañana se filtraba por el ventanal de la habitación. Aisling seguía durmiendo, acurrucada plácidamente, casi encima de su gran oso de peluche humano. Un cosquilleo en su rostro la hizo abrir los ojos. Frente a ella, esos dos abismos negros la observaban detenidamente. Alaric no parpade
—Aisling —La voz profunda de Alaric rompió el silencio, suave pero cargada de advertencia. Ella se quedó inmóvil, su mano aún sobre la piel caliente de su abdomen, sus ojos encontrándose con los de él. Un destello oscuro cruzaba su mirada, y aunque no había reprensión, podía sentir la tensión en el
Aisling lo miró, sus ojos aún fijos en su pene, explorando con la mirada cada centímetro como si intentara descifrar un misterio. No sabía si debía seguir preguntando, pero algo en la forma en que Alaric respiraba le hizo sentir que aún había más por descubrir. No pudo resistirlo. La curiosidad, co
Aisling esbozó una sonrisa maliciosa. Alaric siempre hacía lo que quería con ella, ¿no era esta su oportunidad de vengarse? Parecía sufrir por lo que ocurría, su rostro distorsionado por el placer. Se veía desesperado. —¿Quieres que me detenga? —le preguntó burlona, disfrutando de la situación—. Pe
—Alaric... —murmuró, sin saber si lo hacía para él o para sí misma. —No pares —jadeó él, casi como una súplica, su voz ronca, quebrada por el placer. Aisling obedeció, aumentando el ritmo, sintiendo cómo su propio corazón se aceleraba con la intensidad del momento. Alaric arqueó la espalda, sus ma