40. Las que regresan del fuego.

Narra Lorena.

El cabello de Bárbara huele a tabaco, lluvia y sándalo.

Y su sombra es más larga que su cuerpo.

Hace dos noches que me acompaña en silencio.

Desde que escapamos del atentado en casa de Vane, no la he oído decir más de lo necesario.

Pero me cuida. Me cubre. Y lo más peligroso de todo: me comprende.

—Sabés que no podés quedarte en el cabaret —me dice mientras camina a mi lado, en los túneles que cruzan debajo del viejo puerto.

—Lo sé.

—Ruiz ya no confía. Ni vos en él.

—Nunca fue cuestión de confianza —respondo—. Fue cuestión de quién dispara primero.

La sede del grupo se esconde bajo una discoteca abandonada.

Ahí, entre paredes llenas de grafitis, latas de cerveza y humedad, opera una célula que sabe más de Ruiz de lo que debería.

Ismael aún no ha mostrado su cara.

Pero las hijas del humo, así se hacen llamar, me han abierto sus puertas.

Me ofrecen lo que Ruiz jamás me dio: Una salida. Una posibilidad de recuperar a mi hijo.

De desaparecer.

—Él ya no es el hombre que conoc
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