Narra Ruiz.La noche me huele a traición.Hay un silencio extraño en el aire, como si la ciudad estuviera conteniendo el aliento, sabiendo lo que se viene.No es un silencio piadoso.Es el que precede al estallido, ese instante exacto en que el corazón se acelera antes de que el cuchillo atraviese la carne.Y esta vez, yo no voy a dar advertencias.No va a haber amenazas.Solo cadáveres.El auto se detiene frente a una de las guaridas que me pertenecía, una de las más discretas, uno de los puntos que nunca compartí con Lorena.Pero ahora, los sensores están muertos.Las cámaras, cortadas.Y un perfume suave en el aire me confirma lo que ya intuía.Ella estuvo acá.Y no estuvo sola.—Abran la puerta —le digo a uno de mis hombres.No necesito repetirlo.Una patada.Dos.La chapa cede.Adentro, todo está revuelto.Papeles regados, sangre seca en el piso, un brasero aún humeante.Pero lo que me llama la atención está colgado del marco de la puerta: una cinta roja atada con precisión quirú
Narra Lorena.La mentira tiene sabor metálico.Está en el café que no termino, en el cigarrillo que se apaga sin haber sido fumado, en el perfume que se mezcla con el sudor de la paranoia.Ser doble agente suena poético hasta que sos vos la que tiene que elegir a quién mirar a los ojos sin pestañear… sabiendo que uno de los dos va a morir.Ismael no me habla como antes.Ya no me toca el brazo con confianza, ni me deja quedarme en silencio sin reclamarme explicaciones.Sabe.O al menos sospecha.La mujer que me acompaña, Bianca, también se ha vuelto distante.Antes caminábamos como hermanas de guerra.Ahora camina detrás mío, como esperando el momento justo para clavarme algo entre las costillas.El círculo se está cerrando.Y yo, como una idiota, sigo sonriendo.Hoy, nos reunimos en una casa abandonada en el puerto.Una trampa para ratas.Y nosotras, las ratas más ambiciosas de todas.—Ruiz está más cerca de caer de lo que pensás —me dice Ismael, pero su mirada no me busca. La mantien
Narra Ruiz.Uno sabe que la traición está cerca cuando el silencio de los leales empieza a pesar más que los gritos de los enemigos.La oficina huele a cigarro y sudor frío. Afuera llueve con rabia. Dentro, yo camino como si cada paso midiera el eco de mi imperio. Los espejos me devuelven una imagen cansada, sí, pero también una mirada que no aprendió a retroceder nunca.Mi celular vibra, claro que no contesto. Estoy esperando otra llamada.Ella me habló anoche.No directamente.Pero sí con los ojos.Lorena me preguntó por la base del sur.No cualquier base. No cualquier rincón perdido en este infierno. Sino *esa* base: la que sellé con muertos, con recuerdos, y con secretos que ni Dios podría bendecir.Y si ella preguntó por eso... es porque ya lo sabe.La noticia llega como un rayo en medio de la tormenta: uno de mis hombres, el mismo que resguardaba los accesos al sector, fue encontrado con un tiro entre los ojos. Limpio, profesional, sin firma... pero yo reconozco el estilo.No es
Narr Lorena.Lo sé desde que Bianca me pasó el mensaje en el baño, con el labial corrido y la mirada tensa como un cable a punto de estallar: “Quiere verte a solas. Esta noche. En la oficina. Nadie más.”Tragué saliva.No dije nada. Asentí, como quien acepta la última copa antes de enfrentarse a la guillotina.No soy tonta.Sé cuándo un hombre como Ruiz está preparando una emboscada.No por lo obvio, sino por lo silencioso.Porque cuando Ruiz deja de gritar, es que empezó a pensar.Y si empezó a pensar, es porque ya sospecha.De mí.De todo.Me duché con las luces apagadas, como si eso pudiera borrar el miedo.Me vestí con algo que sé que le gusta: falda de cuero, blusa blanca sin sostén, botas hasta la rodilla.Maquillaje sutil.Perfume letal.El tipo de imagen que lo desarma y lo excita a la vez.Pero también escondí un cuchillo entre las costuras del cinto.No porque planee usarlo.Sino porque necesito sentir que, si la noche se pudre, puedo al menos llevarme su sangre conmigo.Cr
Narra Ruiz.Despierto con la boca seca, el cuerpo cubierto en sudor y el olor de ella todavía adherido a mi piel como una maldición.Sábanas hechas un desastre, la ventana entreabierta dejando colarse un viento de mierda que huele a traición.El cigarro apagado a medio consumir todavía humea en el cenicero como una advertencia muda.Lorena no está.La habitación tiene su perfume, pero no su cuerpo.Tiene su silueta marcada en las almohadas, pero no sus piernas cruzadas sobre mis caderas.Tiene todo de ella, excepto a ella.Y eso… eso me prende fuego.Me levanto de un salto.Desnudo.Erguido.Furioso.—¡Lorenita! —grito, aunque ya sé que es en vano. La perra se fue.Camino por el cuarto como un animal herido, revolviendo todo a manotazos, buscando una pista, un olvido, un descuido, lo que sea.Y ahí está.El hueco.El vacío exacto donde estaba la foto.La única copia que tenía.Mi mandíbula cruje de rabia.Me trueno los dedos.Me trueno el alma.—Hija de puta...Río.Río como un loco.
Narra Lorena.El polvo se aferra a mis pestañas como si quisiera cegarme.Cada paso que doy retumba contra las paredes húmedas de aquel subsuelo olvidado por la ciudad y por Dios.Y sin embargo, cada uno de estos pasos es un acto de memoria.Porque yo ya estuve acá.Yo ya bajé estos escalones una vez.Tenía quince.Y no sabía nada de la vida, pero ya sabía lo que era esconder un secreto dentro del pecho.Ahora, tantos años después, vuelvo.No como niña.Sino como una mujer hecha de ruinas y balas, de mentiras y besos que nunca terminan de cerrarse.Llevo una linterna entre las manos.La luz es débil, parpadeante.La humedad le ganó la batalla a las paredes hace tiempo.Hay grafitis borroneados, frases que alguna vez fueron gritos, y ahora son solo manchas que tiemblan con mi respiración.Estoy bajo el viejo orfanato. El mismo donde dejé… No, donde me obligaron a dejar a mi hijo.Y aunque este lugar fue cerrado hace años por "malversación y maltratos", yo sé que detrás de esas palabr
Narra Ruiz.Me despierta el zumbido agudo de la línea privada. No el celular normal. No los juguetes para jueces o socios. La otra, la que sólo suena cuando algo jodido está por pasar.O ya pasó.Contesto sin mirar la hora.La voz al otro lado tiembla, pero disimula.—Jefe... tenemos un problema. Fundación Nueva Esperanza. Anoche alguien se infiltró.No digo nada.Sólo me incorporo de la cama, desnudo, con la sábana aún enredada en una pierna, y camino hasta la ventana con la ciudad dormida bajo mis pies.Las luces titilan como si supieran.Como si esperaran el derrumbe.—¿Quién?Silencio.Demasiado silencio.—Creemos… que fue ella.Mi mandíbula se tensa.El cristal de la ventana me devuelve el reflejo de un hombre al borde. De un monstruo que se enamoró de su ruina, y ahora le está dando las llaves del reino.Lorena.Lorena metiendo las manos en el fuego y sonriendo mientras arde.Lorena escarbando en mi historia, tocando lo que no debe.Mi perdición con piernas largas y secretos qu
Narra LorenaVolver fue fácil.Demasiado fácil.Y eso debería haber sido mi primera señal.El pasillo del club olía a perfume caro y pólvora reciente.El suelo ya no era de mármol.Era de ecos.De los pasos de mujeres que ya no están.De los hombres que murieron por sus secretos.De mi culpa, envolviéndolo todo.Avancé como si no me ardieran las piernas del cansancio.Como si no temblara con cada sombra.Como si no hubiera una parte de mí que supiera perfectamente lo que iba a pasar.Pero igual fui.Porque tenía lo que necesitaba: la foto, la prueba, la última pista.Porque creía —qué estúpida— que podía entrar, jugar, manipular y salir ilesa.Porque quería verlo.Tocar su infierno.Sentir su mirada quemándome como solo él sabe hacerlo.Y ahí estaba.En su oficina.Sentado.Reclinado en el sillón de cuero, con el cigarro apenas encendido y la camisa abierta, como si no hubiese dormido desde que me fui.Como si me hubiera estado esperando.Y lo peor de todo…Era que sí.—Sabía que ibas