Narra Ruiz.Me despierta el zumbido agudo de la línea privada. No el celular normal. No los juguetes para jueces o socios. La otra, la que sólo suena cuando algo jodido está por pasar.O ya pasó.Contesto sin mirar la hora.La voz al otro lado tiembla, pero disimula.—Jefe... tenemos un problema. Fundación Nueva Esperanza. Anoche alguien se infiltró.No digo nada.Sólo me incorporo de la cama, desnudo, con la sábana aún enredada en una pierna, y camino hasta la ventana con la ciudad dormida bajo mis pies.Las luces titilan como si supieran.Como si esperaran el derrumbe.—¿Quién?Silencio.Demasiado silencio.—Creemos… que fue ella.Mi mandíbula se tensa.El cristal de la ventana me devuelve el reflejo de un hombre al borde. De un monstruo que se enamoró de su ruina, y ahora le está dando las llaves del reino.Lorena.Lorena metiendo las manos en el fuego y sonriendo mientras arde.Lorena escarbando en mi historia, tocando lo que no debe.Mi perdición con piernas largas y secretos qu
Narra LorenaVolver fue fácil.Demasiado fácil.Y eso debería haber sido mi primera señal.El pasillo del club olía a perfume caro y pólvora reciente.El suelo ya no era de mármol.Era de ecos.De los pasos de mujeres que ya no están.De los hombres que murieron por sus secretos.De mi culpa, envolviéndolo todo.Avancé como si no me ardieran las piernas del cansancio.Como si no temblara con cada sombra.Como si no hubiera una parte de mí que supiera perfectamente lo que iba a pasar.Pero igual fui.Porque tenía lo que necesitaba: la foto, la prueba, la última pista.Porque creía —qué estúpida— que podía entrar, jugar, manipular y salir ilesa.Porque quería verlo.Tocar su infierno.Sentir su mirada quemándome como solo él sabe hacerlo.Y ahí estaba.En su oficina.Sentado.Reclinado en el sillón de cuero, con el cigarro apenas encendido y la camisa abierta, como si no hubiese dormido desde que me fui.Como si me hubiera estado esperando.Y lo peor de todo…Era que sí.—Sabía que ibas
Narra Ruiz.El club huele a muerte.Pero de esa que no sangra, la otra, la que se arrastra en las paredes, la que se mete en los huesos de los hombres y los hace dudar. Una peste sin fiebre.Yo la veo.La siento.La escucho.No porque esté loco. Aún no. sino porque cuando llevás años en este juego, desarrollás el olfato de los animales que sobreviven entre el barro.Y lo que huelo… es traición. Otra vez.Me siento solo en la oficina más cara de este antro de putas y fantasmas.Los ventanales están cubiertos por cortinas negras, el aire acondicionado escupe aire podrido, y la alfombra ya tiene sangre seca de la última vez que alguien me falló.Lorena sigue encerrada.Sí.Pero encerrarla no fue lo mismo que contenerla. Esa mujer tiene el alma hecha de humo. Y el humo, si no lo vigilás, termina colándose por donde menos esperás.Apoyo un vaso de whisky en el escritorio.Enciendo las pantallas.Cinco cámaras.Cinco ángulos.Ella no lo sabe.Tal vez sospecha, pero no lo sabe. Ahí está. Se
Narra Lorena.El secreto para mentirle a un hombre como Ruiz no está en las palabras. Está en la forma en que lo mirás mientras las pronunciás. En la manera en que bajás la mirada justo cuando él necesita que lo hagas, en cómo curvás los labios con una sumisión cuidadosamente ensayada, como si el deseo fuera rendición. Como si la entrega fuera sincera.Esta noche, estoy lista para eso.Llevo un vestido de seda negra que apenas roza mis caderas. Cada paso que doy es una promesa sin garantía. Entro en su oficina sin pedir permiso, sabiendo que le gusta así: impredecible, desbordada. Él está de espaldas, mirando por los ventanales que dan al infierno que él mismo creó. Al oír mis tacones, se da vuelta. Me observa. Hay una sombra de duda en sus ojos, pero también una chispa que lo traiciona: todavía me desea. Y eso me salva.—¿Volviste a entrar a mi mundo como si nunca te hubieras ido? —pregunta con esa voz rasposa que me ha hecho arder la piel tantas veces.—Porque nunca me fui del todo
Narra Lorena.El secreto para mentirle a un hombre como Ruiz no está en las palabras. Está en la forma en que lo mirás mientras las pronunciás. En la manera en que bajás la mirada justo cuando él necesita que lo hagas, en cómo curvás los labios con una sumisión cuidadosamente ensayada, como si el deseo fuera rendición. Como si la entrega fuera sincera.Esta noche, estoy lista para eso.Llevo un vestido de seda negra que apenas roza mis caderas. Cada paso que doy es una promesa sin garantía. Entro en su oficina sin pedir permiso, sabiendo que le gusta así: impredecible, desbordada. Él está de espaldas, mirando por los ventanales que dan al infierno que él mismo creó. Al oír mis tacones, se da vuelta. Me observa. Hay una sombra de duda en sus ojos, pero también una chispa que lo traiciona: todavía me desea. Y eso me salva.—¿Volviste a entrar a mi mundo como si nunca te hubieras ido? —pregunta con esa voz rasposa que me ha hecho arder la piel tantas veces.—Porque nunca me fui del todo
Narra Ruiz.La ciudad me pertenece.No lo digo por ego, ni por impulso. Lo digo porque es verdad. Porque cuando salgo a la calle, el aire cambia de ritmo. Las luces se apagan solas. Las puertas se abren sin que nadie las toque. Y los hombres se callan como perros amaestrados esperando una orden, o una bala.Estoy en mi mejor momento.Tengo a la policía comiendo de mi mano, a los jueces en mi nómina, a los empresarios chupándome las botas para que no les incendie los locales. Mis enemigos o están muertos, o me deben favores tan grandes que hasta se lamen las heridas con orgullo. Me tienen miedo. Me tienen respeto. Y eso, en este mundo, es lo único que importa.Esta noche el club está lleno. No lleno como “abarrotado de gente”. Lleno como una jaula de oro atestada de bestias hambrientas: mafiosos, modelos, políticos, músicos que creen que tienen alma. Todos fingen reír. Todos bailan al ritmo de mi dinero. La orquesta toca jazz y el whisky vale más que un pulmón.Y yo entro.Con ella del
Narra Ruiz.No me gusta cuando todo parece demasiado perfecto.No porque crea en la paz. Porque en mi mundo, la paz no existe. Solo hay pausa entre balas. Lo que me inquieta es el silencio artificial, ese que se siente antes de que explote la granada. Ese que te hace mirar por encima del hombro con un cigarro en la boca y la mano en la Glock.Y esta semana, todo ha estado demasiado… suave.Los cargamentos llegan a tiempo. Los pagos entran sin resistencia. Los soplones no hablan. La policía hace de estatua. Incluso mis enemigos parecen dormidos.Y ella...Lorena.Me sonríe sin provocarme. Me acaricia sin atacarme. Me dice que me cree, que me sigue, que está conmigo. Se viste para mí. Me obedece. Se desnuda como una devota ante su dios.Y eso, hermano, es lo que más me hace sospechar.Porque sé cómo son las bestias acorraladas. No suplican. No lloran. No se someten sin morder antes.Así que esa paz... esa sonrisa suya… no es más que veneno pintado con rouge caro.La tengo en mi cama cas
Narra Lorena.No hay dolor más corrosivo que el de fingir placer mientras por dentro se grita venganza.Cada noche con él es un pacto con el diablo. Un sacrificio voluntario. Me dejo tocar, me dejo besar, me dejo marcar como si eso bastara para apagar el incendio que me devora por dentro.Pero no lo hace.Ni sus labios.Ni su cuerpo.Ni su voz en mi oído jurándome que soy suya.La rabia no se apaga. Se disfraza de deseo. Se tiñe de gemido. Se vuelve arma.Y yo la cargo en silencio.Ruiz cree que me tiene en la palma de su mano. Que me ha domesticado con su poder, su violencia, su maldito ego. No entiende que lo que parece sumisión es solo estrategia.Me he convertido en su sombra, en su adorno, en su trofeo. Caminamos juntos por los pasillos del club mientras todos bajan la mirada. Él se jacta de mi obediencia. Yo cuento mentalmente las puertas, las cámaras, los desvíos.Ya sé por dónde escapar.Ya sé quién tiene acceso a los registros que necesito.Lo difícil será llegar sin que lo n