Narra Lorena.El secreto para mentirle a un hombre como Ruiz no está en las palabras. Está en la forma en que lo mirás mientras las pronunciás. En la manera en que bajás la mirada justo cuando él necesita que lo hagas, en cómo curvás los labios con una sumisión cuidadosamente ensayada, como si el deseo fuera rendición. Como si la entrega fuera sincera.Esta noche, estoy lista para eso.Llevo un vestido de seda negra que apenas roza mis caderas. Cada paso que doy es una promesa sin garantía. Entro en su oficina sin pedir permiso, sabiendo que le gusta así: impredecible, desbordada. Él está de espaldas, mirando por los ventanales que dan al infierno que él mismo creó. Al oír mis tacones, se da vuelta. Me observa. Hay una sombra de duda en sus ojos, pero también una chispa que lo traiciona: todavía me desea. Y eso me salva.—¿Volviste a entrar a mi mundo como si nunca te hubieras ido? —pregunta con esa voz rasposa que me ha hecho arder la piel tantas veces.—Porque nunca me fui del todo
Narra Lorena.El secreto para mentirle a un hombre como Ruiz no está en las palabras. Está en la forma en que lo mirás mientras las pronunciás. En la manera en que bajás la mirada justo cuando él necesita que lo hagas, en cómo curvás los labios con una sumisión cuidadosamente ensayada, como si el deseo fuera rendición. Como si la entrega fuera sincera.Esta noche, estoy lista para eso.Llevo un vestido de seda negra que apenas roza mis caderas. Cada paso que doy es una promesa sin garantía. Entro en su oficina sin pedir permiso, sabiendo que le gusta así: impredecible, desbordada. Él está de espaldas, mirando por los ventanales que dan al infierno que él mismo creó. Al oír mis tacones, se da vuelta. Me observa. Hay una sombra de duda en sus ojos, pero también una chispa que lo traiciona: todavía me desea. Y eso me salva.—¿Volviste a entrar a mi mundo como si nunca te hubieras ido? —pregunta con esa voz rasposa que me ha hecho arder la piel tantas veces.—Porque nunca me fui del todo
Narra Ruiz.La ciudad me pertenece.No lo digo por ego, ni por impulso. Lo digo porque es verdad. Porque cuando salgo a la calle, el aire cambia de ritmo. Las luces se apagan solas. Las puertas se abren sin que nadie las toque. Y los hombres se callan como perros amaestrados esperando una orden, o una bala.Estoy en mi mejor momento.Tengo a la policía comiendo de mi mano, a los jueces en mi nómina, a los empresarios chupándome las botas para que no les incendie los locales. Mis enemigos o están muertos, o me deben favores tan grandes que hasta se lamen las heridas con orgullo. Me tienen miedo. Me tienen respeto. Y eso, en este mundo, es lo único que importa.Esta noche el club está lleno. No lleno como “abarrotado de gente”. Lleno como una jaula de oro atestada de bestias hambrientas: mafiosos, modelos, políticos, músicos que creen que tienen alma. Todos fingen reír. Todos bailan al ritmo de mi dinero. La orquesta toca jazz y el whisky vale más que un pulmón.Y yo entro.Con ella del
Narra Ruiz.No me gusta cuando todo parece demasiado perfecto.No porque crea en la paz. Porque en mi mundo, la paz no existe. Solo hay pausa entre balas. Lo que me inquieta es el silencio artificial, ese que se siente antes de que explote la granada. Ese que te hace mirar por encima del hombro con un cigarro en la boca y la mano en la Glock.Y esta semana, todo ha estado demasiado… suave.Los cargamentos llegan a tiempo. Los pagos entran sin resistencia. Los soplones no hablan. La policía hace de estatua. Incluso mis enemigos parecen dormidos.Y ella...Lorena.Me sonríe sin provocarme. Me acaricia sin atacarme. Me dice que me cree, que me sigue, que está conmigo. Se viste para mí. Me obedece. Se desnuda como una devota ante su dios.Y eso, hermano, es lo que más me hace sospechar.Porque sé cómo son las bestias acorraladas. No suplican. No lloran. No se someten sin morder antes.Así que esa paz... esa sonrisa suya… no es más que veneno pintado con rouge caro.La tengo en mi cama cas
Narra Lorena.No hay dolor más corrosivo que el de fingir placer mientras por dentro se grita venganza.Cada noche con él es un pacto con el diablo. Un sacrificio voluntario. Me dejo tocar, me dejo besar, me dejo marcar como si eso bastara para apagar el incendio que me devora por dentro.Pero no lo hace.Ni sus labios.Ni su cuerpo.Ni su voz en mi oído jurándome que soy suya.La rabia no se apaga. Se disfraza de deseo. Se tiñe de gemido. Se vuelve arma.Y yo la cargo en silencio.Ruiz cree que me tiene en la palma de su mano. Que me ha domesticado con su poder, su violencia, su maldito ego. No entiende que lo que parece sumisión es solo estrategia.Me he convertido en su sombra, en su adorno, en su trofeo. Caminamos juntos por los pasillos del club mientras todos bajan la mirada. Él se jacta de mi obediencia. Yo cuento mentalmente las puertas, las cámaras, los desvíos.Ya sé por dónde escapar.Ya sé quién tiene acceso a los registros que necesito.Lo difícil será llegar sin que lo n
Narra Ruiz.La soledad pesa más cuando huele a perfume.Y esta noche, hasta las paredes la extrañan.Me despierto solo. El aire está frío, y la cama, deshecha. Mis manos todavía huelen a su piel, como si no entendieran que ya no está. Como si no quisieran aceptar que se fue. Que me dejó.Que me robó.El corazón late con fuerza, pero no es amor. Es rabia.Camino desnudo por la habitación, con los puños cerrados y los ojos clavados en las sombras. Los ventanales del piso trece reflejan la ciudad dormida, ignorante del monstruo que acaba de despertar.La pantalla de seguridad se enciende con un parpadeo. Reviso las cámaras. Una por una. Cada rincón. Cada pasillo. Cada sombra.Y ahí está.Lorena.Moviéndose como una sombra de terciopelo entre los muros que yo mismo mandé construir. Deslizándose como una ladrona. Con la foto en la mano. Esa puta foto.La veo detenerse. Temblar. Romperse.Llorar.Y durante un instante, muy breve, muy putamente humano, me duele. Me arde.Porque la he visto g
Narra Lorena.El plan empezó con un cigarro mal apagado y una copa de whisky barato.Estaba en un bar al borde de la ciudad, el tipo de lugar donde nadie te pregunta por qué tenés sangre seca bajo las uñas o una mirada que grita que ya no tenés nada que perder. El tipo de lugar donde las mujeres van a morir en cámara lenta, una copa a la vez.Y ahí estaba ella.Mar.Sentada como una diosa caída del cielo más sucio.—Viniste —me dijo sin levantar la mirada del trago.—Porque vos también perdiste algo. Y yo te voy a devolver la oportunidad de vengarte.—¿Y qué querés a cambio?—Una noche.Mar sonrió. Se rió. Me ofreció su copa.—¿A cuál de todos los demonios vas a joder esta vez?—Al peor. A Ruiz.Conseguirlas no fue tan difícil como creí.Las mujeres de Ruiz no lo aman. Le temen. Algunas le deben favores, otras le deben huesos rotos. Y a mí me deben secretos compartidos, cigarrillos en la azotea, miradas cómplices cuando él se daba la vuelta.—¿Querés que vuelva a ponerme un corset? —d
Narra Lorena.—¿Cuánto tiempo creés que tenemos antes de que alguien se dé cuenta? —preguntó Alicia, revisando su reloj como si esperara un Uber y no a la muerte.—Menos del que necesitamos, más del que merecen —respondí, todavía con el archivo en las manos.Los discos duros iban directo a mi bolso.Las copias de los documentos, al escote de Mar.Y el dinero…Dios.El dinero era un insulto.Pilas de billetes perfectamente apilados, numerados, marcados.Euros, dólares, pesos.Una orgía de papel y poder.El alma del negocio sucio de Ruiz.—Esto no va a caber en nuestras carteras —dijo Bárbara, mirando las cajas abiertas como si fueran el arca perdida.—¿Y si nos lo comemos? —soltó Mar, sonriendo.—No es tan distinto a lo que hacíamos antes —agregó Alicia, arqueando una ceja.Yo no dije nada, pero ya lo sabía. Este era el momento.—Vaciar las cajas. Todo. Hasta los centavos.—¿Y cómo salimos con eso? ¿Volando? —Mar ya tenía fajos en cada brazo como si fueran bufandas de diseñador.—Por l