Narra Ruiz.Uno sabe que la traición está cerca cuando el silencio de los leales empieza a pesar más que los gritos de los enemigos.La oficina huele a cigarro y sudor frío. Afuera llueve con rabia. Dentro, yo camino como si cada paso midiera el eco de mi imperio. Los espejos me devuelven una imagen cansada, sí, pero también una mirada que no aprendió a retroceder nunca.Mi celular vibra, claro que no contesto. Estoy esperando otra llamada.Ella me habló anoche.No directamente.Pero sí con los ojos.Lorena me preguntó por la base del sur.No cualquier base. No cualquier rincón perdido en este infierno. Sino *esa* base: la que sellé con muertos, con recuerdos, y con secretos que ni Dios podría bendecir.Y si ella preguntó por eso... es porque ya lo sabe.La noticia llega como un rayo en medio de la tormenta: uno de mis hombres, el mismo que resguardaba los accesos al sector, fue encontrado con un tiro entre los ojos. Limpio, profesional, sin firma... pero yo reconozco el estilo.No es
Narr Lorena.Lo sé desde que Bianca me pasó el mensaje en el baño, con el labial corrido y la mirada tensa como un cable a punto de estallar: “Quiere verte a solas. Esta noche. En la oficina. Nadie más.”Tragué saliva.No dije nada. Asentí, como quien acepta la última copa antes de enfrentarse a la guillotina.No soy tonta.Sé cuándo un hombre como Ruiz está preparando una emboscada.No por lo obvio, sino por lo silencioso.Porque cuando Ruiz deja de gritar, es que empezó a pensar.Y si empezó a pensar, es porque ya sospecha.De mí.De todo.Me duché con las luces apagadas, como si eso pudiera borrar el miedo.Me vestí con algo que sé que le gusta: falda de cuero, blusa blanca sin sostén, botas hasta la rodilla.Maquillaje sutil.Perfume letal.El tipo de imagen que lo desarma y lo excita a la vez.Pero también escondí un cuchillo entre las costuras del cinto.No porque planee usarlo.Sino porque necesito sentir que, si la noche se pudre, puedo al menos llevarme su sangre conmigo.Cr
Narra Ruiz.Despierto con la boca seca, el cuerpo cubierto en sudor y el olor de ella todavía adherido a mi piel como una maldición.Sábanas hechas un desastre, la ventana entreabierta dejando colarse un viento de mierda que huele a traición.El cigarro apagado a medio consumir todavía humea en el cenicero como una advertencia muda.Lorena no está.La habitación tiene su perfume, pero no su cuerpo.Tiene su silueta marcada en las almohadas, pero no sus piernas cruzadas sobre mis caderas.Tiene todo de ella, excepto a ella.Y eso… eso me prende fuego.Me levanto de un salto.Desnudo.Erguido.Furioso.—¡Lorenita! —grito, aunque ya sé que es en vano. La perra se fue.Camino por el cuarto como un animal herido, revolviendo todo a manotazos, buscando una pista, un olvido, un descuido, lo que sea.Y ahí está.El hueco.El vacío exacto donde estaba la foto.La única copia que tenía.Mi mandíbula cruje de rabia.Me trueno los dedos.Me trueno el alma.—Hija de puta...Río.Río como un loco.
Narra Lorena.El polvo se aferra a mis pestañas como si quisiera cegarme.Cada paso que doy retumba contra las paredes húmedas de aquel subsuelo olvidado por la ciudad y por Dios.Y sin embargo, cada uno de estos pasos es un acto de memoria.Porque yo ya estuve acá.Yo ya bajé estos escalones una vez.Tenía quince.Y no sabía nada de la vida, pero ya sabía lo que era esconder un secreto dentro del pecho.Ahora, tantos años después, vuelvo.No como niña.Sino como una mujer hecha de ruinas y balas, de mentiras y besos que nunca terminan de cerrarse.Llevo una linterna entre las manos.La luz es débil, parpadeante.La humedad le ganó la batalla a las paredes hace tiempo.Hay grafitis borroneados, frases que alguna vez fueron gritos, y ahora son solo manchas que tiemblan con mi respiración.Estoy bajo el viejo orfanato. El mismo donde dejé… No, donde me obligaron a dejar a mi hijo.Y aunque este lugar fue cerrado hace años por "malversación y maltratos", yo sé que detrás de esas palabr
Narra Ruiz.Me despierta el zumbido agudo de la línea privada. No el celular normal. No los juguetes para jueces o socios. La otra, la que sólo suena cuando algo jodido está por pasar.O ya pasó.Contesto sin mirar la hora.La voz al otro lado tiembla, pero disimula.—Jefe... tenemos un problema. Fundación Nueva Esperanza. Anoche alguien se infiltró.No digo nada.Sólo me incorporo de la cama, desnudo, con la sábana aún enredada en una pierna, y camino hasta la ventana con la ciudad dormida bajo mis pies.Las luces titilan como si supieran.Como si esperaran el derrumbe.—¿Quién?Silencio.Demasiado silencio.—Creemos… que fue ella.Mi mandíbula se tensa.El cristal de la ventana me devuelve el reflejo de un hombre al borde. De un monstruo que se enamoró de su ruina, y ahora le está dando las llaves del reino.Lorena.Lorena metiendo las manos en el fuego y sonriendo mientras arde.Lorena escarbando en mi historia, tocando lo que no debe.Mi perdición con piernas largas y secretos qu
Narra LorenaVolver fue fácil.Demasiado fácil.Y eso debería haber sido mi primera señal.El pasillo del club olía a perfume caro y pólvora reciente.El suelo ya no era de mármol.Era de ecos.De los pasos de mujeres que ya no están.De los hombres que murieron por sus secretos.De mi culpa, envolviéndolo todo.Avancé como si no me ardieran las piernas del cansancio.Como si no temblara con cada sombra.Como si no hubiera una parte de mí que supiera perfectamente lo que iba a pasar.Pero igual fui.Porque tenía lo que necesitaba: la foto, la prueba, la última pista.Porque creía —qué estúpida— que podía entrar, jugar, manipular y salir ilesa.Porque quería verlo.Tocar su infierno.Sentir su mirada quemándome como solo él sabe hacerlo.Y ahí estaba.En su oficina.Sentado.Reclinado en el sillón de cuero, con el cigarro apenas encendido y la camisa abierta, como si no hubiese dormido desde que me fui.Como si me hubiera estado esperando.Y lo peor de todo…Era que sí.—Sabía que ibas
Narra Ruiz.El club huele a muerte.Pero de esa que no sangra, la otra, la que se arrastra en las paredes, la que se mete en los huesos de los hombres y los hace dudar. Una peste sin fiebre.Yo la veo.La siento.La escucho.No porque esté loco. Aún no. sino porque cuando llevás años en este juego, desarrollás el olfato de los animales que sobreviven entre el barro.Y lo que huelo… es traición. Otra vez.Me siento solo en la oficina más cara de este antro de putas y fantasmas.Los ventanales están cubiertos por cortinas negras, el aire acondicionado escupe aire podrido, y la alfombra ya tiene sangre seca de la última vez que alguien me falló.Lorena sigue encerrada.Sí.Pero encerrarla no fue lo mismo que contenerla. Esa mujer tiene el alma hecha de humo. Y el humo, si no lo vigilás, termina colándose por donde menos esperás.Apoyo un vaso de whisky en el escritorio.Enciendo las pantallas.Cinco cámaras.Cinco ángulos.Ella no lo sabe.Tal vez sospecha, pero no lo sabe. Ahí está. Se
Narra Lorena.El secreto para mentirle a un hombre como Ruiz no está en las palabras. Está en la forma en que lo mirás mientras las pronunciás. En la manera en que bajás la mirada justo cuando él necesita que lo hagas, en cómo curvás los labios con una sumisión cuidadosamente ensayada, como si el deseo fuera rendición. Como si la entrega fuera sincera.Esta noche, estoy lista para eso.Llevo un vestido de seda negra que apenas roza mis caderas. Cada paso que doy es una promesa sin garantía. Entro en su oficina sin pedir permiso, sabiendo que le gusta así: impredecible, desbordada. Él está de espaldas, mirando por los ventanales que dan al infierno que él mismo creó. Al oír mis tacones, se da vuelta. Me observa. Hay una sombra de duda en sus ojos, pero también una chispa que lo traiciona: todavía me desea. Y eso me salva.—¿Volviste a entrar a mi mundo como si nunca te hubieras ido? —pregunta con esa voz rasposa que me ha hecho arder la piel tantas veces.—Porque nunca me fui del todo