39. Peligro y caricias.

Narra Ruiz.

La muerte de Amanda fue rápida. Pero no silenciosa.

En este mundo, los cuerpos desaparecen fácil.

Pero el eco de sus gritos, aunque sólo hayan sonado en su garganta cerrada, llega igual a donde tiene que llegar.

Esa misma noche, me llaman desde un número que no tengo agendado.

—Sabía que no tardarías en mover ficha, Ruiz —dice una voz femenina, seca, con una pizca de burla elegante.

—¿Quién sos?

—Alguien que respeta tu estilo. Y que podría ayudarte. O destruirte.

Silencio.

—Estoy en la ciudad. En el Hotel Ébano. Habitación 1206. Vení si tenés huevos.

Corta antes de que responda.

Sully no quiere que vaya. Me mira como si me estuviera metiendo en la boca de un lobo que ya conoce el sabor de mi sangre.

—Esta ciudad se está llenando de hienas, jefe.

—Por eso hay que mirarlas a los ojos.

La habitación 1206 huele a humo caro y vino derramado.

La encuentro sentada en el borde de la cama, piernas cruzadas, vestido rojo que no deja lugar a la imaginación y una pistola en la mesita
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