Narra Ruiz.Hay un momento en el que el poder deja de sentirse como un privilegio y empieza a parecerse a una carga con dinamita adentro.Y yo, el gran Ruiz, el hijo de puta que fundó imperios con sangre y sudor ajeno, me estoy dando cuenta de que se me están escapando las ratas por las rendijas.Y la más peligrosa de todas… duerme en mi cama.O mejor dicho: juega a dormirse mientras me clava cuchillos con los ojos.Lorena.Mi bendita perdición.Hay algo en su forma de moverse que me pone en guardia.Una calma falsa. Una sonrisa de esas que dan frío.No es que haya dejado de tocarme —de hecho, anoche me dejó marcas que todavía me arden—, pero hay un espacio invisible entre nosotros, una pared de silencio que antes no estaba.Y eso no me gusta.No me gusta nada.La paranoia me muerde los talones desde que abrí esa puta carpeta con la dirección.Una que no tendría que estar ahí.Una que alguien puso donde no debía, o donde yo no debía mirar.¿Y qué casualidad que fue justo después de qu
Narra Lorena.A veces, el silencio pesa más que la verdad.Esa mañana, cuando desperté en la cama de Ruiz, envuelta en sus brazos como si fueran una soga tibia y perfumada de humo, algo me arañó el pecho desde adentro.No era dolor. Era una advertencia.Sus dedos dormidos rozaban mi cintura, pero su alma ya no estaba allí.No conmigo. No en ese cuarto.La sentí vagar, inquieta, más allá de esas paredes, tramando algo.Lo observé dormir. O fingir dormir, porque nadie como él domina mejor el arte del engaño. Su respiración era pareja, su cuerpo relajado… pero sus párpados se contraían, como si debajo de ellos las pesadillas lo estuvieran entrenando para una guerra que no me había invitado a pelear.Me levanté sin hacer ruido, fui al baño, me mojé la cara. El agua estaba helada, como mi intuición.Algo iba a pasar.Algo grande.Y lo peor: yo era parte del decorado, pero no del guión.Cuando salí, él ya no estaba en la cama. Ni en la habitación.Solo su olor.Tabaco, perfume caro… y traic
Narra Ruiz.No hay gloria sin sangre y yo soy el cabrón que lo demuestra.La noche huele a concreto quemado, a perfume caro mezclado con pólvora, a traición recién abierta.Camino entre los escombros del cabaret como si fuera un templo antiguo que acabo de destruir con mis propias manos.Porque sí.Porque podía.Porque debía.Ismael murió sin darse cuenta.Una parte de mí quería verlo arder lento, con los ojos abiertos y el alma colgando, pero el destino fue más rápido.La segunda explosión se lo tragó entero, y con él, la mitad de esa sociedad podrida que intentó ponerme una correa.Yo no soy perro de nadie. Yo fabrico collares.Mis hombres limpian los restos.Algunos con mangueras, otros con fuego.Y los cuerpos…Bueno, los cuerpos tienen la cortesía de no quejarse cuando los dejamos irreconocibles.Hay música sonando en mi despacho.Jazz de fondo.Whisky en mi vaso, hielo flotando como si no supiera que va a morir derretido.Y yo, en bata.Rodeado de mujeres.Tres.No porque las qu
Narra Ruiz.La noche me huele a traición.Hay un silencio extraño en el aire, como si la ciudad estuviera conteniendo el aliento, sabiendo lo que se viene.No es un silencio piadoso.Es el que precede al estallido, ese instante exacto en que el corazón se acelera antes de que el cuchillo atraviese la carne.Y esta vez, yo no voy a dar advertencias.No va a haber amenazas.Solo cadáveres.El auto se detiene frente a una de las guaridas que me pertenecía, una de las más discretas, uno de los puntos que nunca compartí con Lorena.Pero ahora, los sensores están muertos.Las cámaras, cortadas.Y un perfume suave en el aire me confirma lo que ya intuía.Ella estuvo acá.Y no estuvo sola.—Abran la puerta —le digo a uno de mis hombres.No necesito repetirlo.Una patada.Dos.La chapa cede.Adentro, todo está revuelto.Papeles regados, sangre seca en el piso, un brasero aún humeante.Pero lo que me llama la atención está colgado del marco de la puerta: una cinta roja atada con precisión quirú
Narra Lorena.La mentira tiene sabor metálico.Está en el café que no termino, en el cigarrillo que se apaga sin haber sido fumado, en el perfume que se mezcla con el sudor de la paranoia.Ser doble agente suena poético hasta que sos vos la que tiene que elegir a quién mirar a los ojos sin pestañear… sabiendo que uno de los dos va a morir.Ismael no me habla como antes.Ya no me toca el brazo con confianza, ni me deja quedarme en silencio sin reclamarme explicaciones.Sabe.O al menos sospecha.La mujer que me acompaña, Bianca, también se ha vuelto distante.Antes caminábamos como hermanas de guerra.Ahora camina detrás mío, como esperando el momento justo para clavarme algo entre las costillas.El círculo se está cerrando.Y yo, como una idiota, sigo sonriendo.Hoy, nos reunimos en una casa abandonada en el puerto.Una trampa para ratas.Y nosotras, las ratas más ambiciosas de todas.—Ruiz está más cerca de caer de lo que pensás —me dice Ismael, pero su mirada no me busca. La mantien
Narra Ruiz.Uno sabe que la traición está cerca cuando el silencio de los leales empieza a pesar más que los gritos de los enemigos.La oficina huele a cigarro y sudor frío. Afuera llueve con rabia. Dentro, yo camino como si cada paso midiera el eco de mi imperio. Los espejos me devuelven una imagen cansada, sí, pero también una mirada que no aprendió a retroceder nunca.Mi celular vibra, claro que no contesto. Estoy esperando otra llamada.Ella me habló anoche.No directamente.Pero sí con los ojos.Lorena me preguntó por la base del sur.No cualquier base. No cualquier rincón perdido en este infierno. Sino *esa* base: la que sellé con muertos, con recuerdos, y con secretos que ni Dios podría bendecir.Y si ella preguntó por eso... es porque ya lo sabe.La noticia llega como un rayo en medio de la tormenta: uno de mis hombres, el mismo que resguardaba los accesos al sector, fue encontrado con un tiro entre los ojos. Limpio, profesional, sin firma... pero yo reconozco el estilo.No es
Narr Lorena.Lo sé desde que Bianca me pasó el mensaje en el baño, con el labial corrido y la mirada tensa como un cable a punto de estallar: “Quiere verte a solas. Esta noche. En la oficina. Nadie más.”Tragué saliva.No dije nada. Asentí, como quien acepta la última copa antes de enfrentarse a la guillotina.No soy tonta.Sé cuándo un hombre como Ruiz está preparando una emboscada.No por lo obvio, sino por lo silencioso.Porque cuando Ruiz deja de gritar, es que empezó a pensar.Y si empezó a pensar, es porque ya sospecha.De mí.De todo.Me duché con las luces apagadas, como si eso pudiera borrar el miedo.Me vestí con algo que sé que le gusta: falda de cuero, blusa blanca sin sostén, botas hasta la rodilla.Maquillaje sutil.Perfume letal.El tipo de imagen que lo desarma y lo excita a la vez.Pero también escondí un cuchillo entre las costuras del cinto.No porque planee usarlo.Sino porque necesito sentir que, si la noche se pudre, puedo al menos llevarme su sangre conmigo.Cr
Narra Ruiz.Despierto con la boca seca, el cuerpo cubierto en sudor y el olor de ella todavía adherido a mi piel como una maldición.Sábanas hechas un desastre, la ventana entreabierta dejando colarse un viento de mierda que huele a traición.El cigarro apagado a medio consumir todavía humea en el cenicero como una advertencia muda.Lorena no está.La habitación tiene su perfume, pero no su cuerpo.Tiene su silueta marcada en las almohadas, pero no sus piernas cruzadas sobre mis caderas.Tiene todo de ella, excepto a ella.Y eso… eso me prende fuego.Me levanto de un salto.Desnudo.Erguido.Furioso.—¡Lorenita! —grito, aunque ya sé que es en vano. La perra se fue.Camino por el cuarto como un animal herido, revolviendo todo a manotazos, buscando una pista, un olvido, un descuido, lo que sea.Y ahí está.El hueco.El vacío exacto donde estaba la foto.La única copia que tenía.Mi mandíbula cruje de rabia.Me trueno los dedos.Me trueno el alma.—Hija de puta...Río.Río como un loco.